Llevamos siete días de 2016 y ya hemos marcado datos de
vergüenza. Cifras que desvelan ese síndrome del avestruz, como la única
forma de avanzar por el mundo sin enfrentar la verdad, propio de una
sociedad miope y egocéntrica. Mientras los titulares sobre la Navidad y
las fiestas se agolpaban, 2015 se despedía con datos grises y rotundos:
índices de desigualdad como los de hace 30 años, necesidad de que los
jóvenes ganen el doble para poder emanciparse, ridícula subida del 0,25%
en las pensiones, pobreza infantil del 35%, un tercio de la población
en riesgo de pobreza, decenas de migrantes muertos en sus travesías, 56
mujeres asesinadas por sus parejas…
Podríamos seguir
con datos y datos, incluso de desgracias que ocurren sin que las
estadísticas las reflejen. Pero llegaron las Navidades. Y los deseos. Y
los propósitos. Y la esperanza de cambio. Y las doce campanadas. Y
parece que todo se paraliza en un instante hasta que, justo un segundo
después… el mundo sigue igual. Con sus sueños e ilusiones, sí. Pero
donde muchos de ellos están encadenados a las circunstancias en las que
vivimos, en aquellas que se crean con nuestras decisiones y en las que
se imponen desde el poder. 2016 arrancó arrastrando lo malo de 2015.
Ocurrió la primera muerte de un niño migrante en el mar Egeo, pero sin
tanta repercusión que el pequeño Aylan Kurdi porque esta vez nos pilló
aún con la resaca de Nochevieja. Al igual que otros tres pequeñajos más
que, junto a 34 personas, fallecieron tras naufragar en la noche de
Reyes. Un mar que, de secarse, mostraría la fosa común que excavamos con
nuestra deshumanización, nuestras guerras interesadas y nuestras
estúpidas fronteras alambradas. Y en cuatro días, dos mujeres españolas
han sido asesinadas por ese asqueroso machismo que no se consigue
arrancar.
Y mientras marcamos datos de vergüenza en un 2016 recién
estrenado, echas un vistazo y el debate eterno de estos días ha sido el
de unas reinas magas, que han sido calificadas de "tipas gordas y
feas", entre otras lindezas. Juicios de los mismos que callan cuando
aparece una mamá Noel ligerita de ropa. Los mismos que no se alarman
cuando descubrimos que los Reyes Magos nunca han sido unos sex symbols,
porque nunca ha habido razón para ello. Los mismos que han vendido una
falsa preocupación por la ilusión de los niños, mientras silencian la
pobreza infantil o la necesidad de los comedores escolares.
Aquellos que han puesto el grito en el cielo… que no nos engañen.
Porque un día esos juguetes que este miércoles regalaron a sus hijos se
quedarán en una esquina.
Habrá quienes dejarán el juego de "Operación" para salvar vidas reales como cirujano en una sanidad pública.
Quienes habrán gastado los rotuladores de su primera pizarra para empezar a escribir en otras donde ejercer como docentes.
Quienes sustituirán su paleta de acuarelas y óleos con el deseo de que su país valore la cultura como trabajo.
Quienes agotarán los experimentos del juego de química para ser
investigadores y descubrir medicamentos que nos salven, desde un
laboratorio que no sufra recortes.
Quienes
guardarán sus animales de peluche para estudiarlos en plena naturaleza,
antes de que sean razas en extinción fruto de nuestro abandono
medioambiental. Quienes arrinconarán a los soldados y las pistolas para
frenar las guerras o conflictos y tender la mano a quienes piden
auxilio.
Otros dejarán sus garajes de plástico, sus
tiendas y canastas o sus peluquerías de ficción para poder convertirlas
en su propio negocio.
Otros recordarán sus juegos donados, esperando que sus hijos no pasen jamás una noche sin Reyes.
Y todos, en algún momento, se alejarán de sus coches teledirigidos, de
sus casas de muñecas, de sus comidas de plástico y cocinas de hojalata
para tener la suya, la propia, con la que alimentarse y construir su
vida desde la justicia y la dignidad. Esos padres que han puesto el
grito en el cielo deben saber que la verdadera ilusión de un niño no se
destruye en una cabalgata, ya que esa esperanza sigue creciendo dentro
de nosotros. Que la ilusión de niño se rompe, en verdad, cuando el
futuro no da respuesta a tus expectativas. Cuando la realidad golpea tan
fuerte que sus sueños se hacen añicos.
Sólo hay que transformar esos datos de vergüenza.
Y para eso no hace falta la magia de la Navidad, sino la conciencia diaria y la marginación de la indiferencia.
Ese, sin duda, será el mejor de los regalos.
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