José Antonio Pérez Tapias. Publicado en Contexto y Acción, ctxt.es, 29 diciembre 2015
http://argumentosptapias.blogspot.com.es/2015/12/pulsion-de-muerte-en-el-comite-federal.html
No sólo enrarecido,
sino tenso, estaba el ambiente cuando arrancó el Comité Federal del Partido
Socialista el pasado 28 de diciembre. Siendo esa la fecha, alguien podría haber
aludido el Día de los Inocentes y hacer cualquier chiste fácil aludiendo a la
leyenda del malvado Herodes y su escabechina entre las tiernas criaturas de
Belén y su entorno. Pero no, nada de bromas. No estaba el horno para esos
bollos. Por el contrario, apuntando desde sus minutos previos al fondo de la
cuestión, una veterana socialista comentaba con voz susurrante que el partido
parecía haber entrado en fase de autodestrucción. La dinámica de la reunión del
máximo órgano entre congresos del PSOE vendría a confirmar su diagnóstico, más
allá del comentario coloquial. A tan curtida militante sólo le faltó citar a
Freud y a su teoría de la pulsión de muerte o "instinto de
destrucción" para reforzar con argumento de autoridad lo que sus avezados
ojos estaban vislumbrando.
El cónclave
socialista se celebraba una semana después de las elecciones generales. Obligado
era hacer balance de los resultados... Pero al respecto ya se había dicho mucho
en días anteriores y, con fórmulas de síntesis, cuando no estereotipadas, la cuestión
era abordada por los distintos intervinientes, empezando por Pedro Sánchez, el
Secretario General. Las palabras que sobre ello se formulaban iban desde el
reconocimiento de lo que suponía bajar a 90 diputados en el Congreso, como peor
resultado electoral del PSOE en la historia reciente, hasta las que insistían
en que podía haber sido peor, dada la presencia de nuevos partidos políticos
concurrentes en las elecciones, y alguno disputando electorado directamente al
PSOE, como Podemos. Mantenerse como segunda fuerza parlamentaria, tras un PP
con 123 escaños, se apreciaba como satisfactorio en ese contexto. Algunas alusiones no faltaron a cómo no fue
posible un mejor resultado, a la vista de lo que había significado una
legislatura como la que quedó atrás, de corrupción sistémica, recortes
inmisericordes y políticas autoritarias del Partido Popular en el gobierno. Con
todo, aunque muchos lo pensaran, nadie echó directamente sobre las espaldas de
Sánchez, como candidato a la presidencia del gobierno, la responsabilidad por
los malos resultados. La cifra de 90 hacía valer su cuota parte en lo que se
refiere a la magia de los números.
Sin embargo, aparcados
los matices -nada desdeñables- en lo que explícitamente se expresó, todo
apuntaba a que tras las comedidas palabras del análisis de los comicios
presionaban las impacientes demandas de ajuste de cuentas después de unos
resultados electorales que hacían saltar por los aires los frágiles equilibrios
con que los que había venido funcionando el aparato
socialista. En el debate afloraron de inmediato las diferencias entre
federaciones fuertes del partido -Valencia, Castilla-La Mancha, Asturias,
Aragón, Extremadura...-, cuyos llamados barones
se posicionaban tras Susana Díaz, presidenta de la Junta andaluza, como gran baronesa, exigiendo la inmediata
convocatoria del congreso ordinario, y federaciones menos numerosas en
militancia -Castilla-León, Euskadi, Galicia o Baleares...- o el PSC, con toda
su peculiaridad, que se inclinaban por aplazar el congreso para no solaparlo
con el debate sobre investidura del presidente del gobierno, posibles alianzas,
etc. Asunto aparentemente inocuo encerraba bajo su epidermis la delicada
cuestión de la continuidad o no de Pedro Sánchez al frente del partido, por más
que él hubiera anunciado su voluntad de presentarse de nuevo para la Secretaría
General -y por ende para ser otra vez candidato a la presidencia del gobierno-.
O precisamente por eso, por anunciarlo, toda la polémica se debía a un meneo
nada suave de la silla del poder.
La espinosa cuestión
del congreso a celebrar apenas se rozaba en la resolución política que al
Comité se presentó para ser aprobada, recogiendo los acuerdos logrados en la
víspera en tormentosa reunión entre el Secretario General y los susodichos barones, con baronesa al frente dirigiendo tan feudal cohorte. La resolución abordaba, como elementos
nucleares, la reafirmación en la negativa a dar el sí a la investidura de Rajoy
o cualquier otro candidato popular a la presidencia del gobierno, el compromiso
de intentar desde el PSOE una mayoría parlamentaria para gobernar si el PP no
lo conseguía y la consideración de que llegar a una repetición de las
elecciones sería un fracaso a evitar a toda costa. Junto a eso, en cuanto a la
política de alianzas, todo el empeño del escrito era fijar una línea roja
intraspasable: nada de pactar con partidos que promovieran el romper España,
que plantearan un referéndum en Cataluña o que, sencillamente, fueran
independentistas. Todas estas cláusulas, a decir verdad, se hacían constar
fundamentalmente en tácita referencia a Podemos y a su propuesta de referéndum
para solventar la cuestión catalana. De suyo, el más citado a lo largo de la
sesión, siendo personaje ausente, fue Pablo Iglesias como líder de Podemos, formación
política a la que se tildó, como ha recogido la prensa, de "enemiga",
"bolchevique", "comunista radical" y
"stalinista", amén de "independentista". No se pretendía
otra cosa con tales epítetos que bloquear el camino de la aproximación al
imprescindible aliado para un pacto de izquierda. De ahí que el texto de la
resolución albergara una seria contradicción: se señalaba el ir a elecciones anticipadas
como fracaso del que huir, pero a la vez se condicionaba la posibilidad de un
pacto de izquierda hasta el punto de imposibilitarlo, con lo cual, añadido eso
al compromiso de rotunda negativa a un gobierno popular, no parece quedar otra
salida que el adelanto electoral. Siempre que se resista, como es el compromiso
asumido, a la tentación de la abstención para favorecer nuevo gobierno de
Rajoy, pues presiones para ello no sólo las habrá, sino que ya las hay.
¿Qué decir de todo
ello? Pues, sencillamente, que es un mal simulacro, lo cual era razón
suficiente para que algunos votáramos "no" a la mencionada resolución,
pues ésta no pasaba de representar un burdo juego de apariencias, en el que ni
siquiera se sostenía el intento de generar una falsa ilusión de armonía en
torno a unas propuestas supuestamente pactadas, dado que ni siquiera había
realidad que pudiera esconder el artificio. Todo parecía reducirse a "paz
por calendario", es decir, pacificación de relaciones si se aceptaba el
calendario para el congreso. Mas el caso es que, sin acuerdo en torno al
calendario, como se hacía evidente, no había paz que salvaguardar. Votar
"no" a eso era lo menos ante un guión tan malo para un espectáculo
tan deplorable.
Para colmo, y dando
motivos para un mayor énfasis en el "no" a la resolución, el
simulacro se presentaba cargado de disimulo y simulación. Si disimular
-diciéndolo con Baudrillard- es "fingir no tener lo que se tiene", no
faltaba el fingir que no se tenía voluntad de adelantarse a prescindir del
actual Secretario General; y si
entendemos el simular como "fingir tener lo que no se tiene", en
este caso la simulación recaía sobre la ficción de una voluntad negociadora
para alcanzar un pacto de izquierda, la cual realmente no existe. La doble
premisa falaz consistente en decir que Podemos es partido que "rompe"
España, y que el derecho a decidir, expresado en referéndum legal -que los
socialistas catalanes llevaron en su programa no hace mucho y que no hay que
identificar con
de autodeterminación-, es contra la convivencia
democrática, ya suponen una anchurosa "línea roja" trazada como
frontera para autobloquearse el paso por parte del mismo partido que quiere
presentarse como rojo en el espectro
de la izquierda.
Si una pulsión de
muerte detectaba la mirada de una socialista con perspectiva histórica, no
faltó el comentario en voz queda de un miembro de la misma Ejecutiva que no pudo
reprimirse al decir que todo lo que ocurría tenía componentes de suicidio
político. El caso es que al Secretario General se le exige que bloquee el pacto
que para "salvarse" debería intentar -Podemos y otros partidos
también han de flexibilizar sus posturas-, con lo cual se le condena a ir al
fracaso de elecciones anticipadas, para las cuales se le pretende apear de la
condición de candidato. Sólo faltó que le sirvieran la cicuta a la vista de
todos.
¿Algo que añadir?
Es tremenda ceguera la de un Partido
Socialista instalado en la espera de
los acontecimientos en vez de situarse en la esperanza -"esperanza militante"- de lo que puede
conseguir con una acción política capaz de concitar adhesiones y entusiasmo
porque cuenta con credibilidad.
Fernando Broncano R ha compartido la publicación de José Antonio Pérez Tapias.
Cada vez tengo más claro cómo ciertos fantasmas se materializan en otras cosas más palpables. El fantasma generacional y político que para el PSOE supone Podemos lo ha intentado conjurar con el antinacionalismo catalán, un modo de alimentar los bajos instintos emocionales de su fondo de votantes: una generación rural y mayoritariamente mayor. El miedo de los barones y baronesa no es a la destrucción de España sino al atardecer de una forma entera de hacer política y estar situados en el espacio social y cultural. La lucidez de José Antonio Pérez Tapias habla de lo que aún queda de lucidez en el PSOE, que intermitentemente elimina haciéndoles imposible la vida. Al grupo dominante, el aparato, habría que decirles, "¡no es Cataluña, es la política, estúpido!", pero prefieren rodearse de la bandera, creyendo que así se protegen. El giro hacia lo social no significaría nada sin la renuncia activa al clientelismo. Al fin y al cabo también la Iglesia fue siempre muy social, a condición de que los pobres fuesen sus pobres. Y el PSOE ha sido una continuación por otros discursos de la misma política social que la Iglesia Católica (por eso casi su única identidad es el laicismo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario