http://iniciativadebate.org/2016/01/01/varoufakis-vuelve-desafiar-la-troika/
Hace un año, cuando por
estas fechas se gestaba la histórica irrupción del partido de izquierda
radical Syriza como primera fuerza política en Grecia, el economista Yanis Varufakis se disponía a asumir la cartera de Finanzas del país con
un objetivo fundamental: liderar el combate que pondría fin a las
“fuerzas destructivas” de la troika en la república helena. Un combate
que, según Varufakis, no solo era vital para sacar a Grecia del bucle
pernicioso de austeridad, deuda y deflación en el que llevaba sumido el
país desde 2010, sino también para liberar al proyecto de integración
europeo de un cada vez mayor y peligroso “autoritarismo burocrático”.
Tras seis meses que tuvieron en vilo a la zona euro, Varufakis abandonó la batalla dimitiendo de su cargo cuando se produjo la capitulación del Gobierno griego ante sus acreedores.
Varufakis ni se da por
vencido, ni ha perdido la esperanza. Y mucho menos piensa que su
diagnóstico sobre el estado actual de la UE y los peligros que esta
corre se haya demostrado erróneo, todo lo contrario. El exministro que
plantó cara a la troika en 2015 y que llegó a ser acusado de alta traición,
vuelve al campo de batalla un año más tarde, solo que esta vez no
emprenderá la lucha desde Atenas, sino desde el corazón de Europa.
Cuesta
creer que en unos días se cumplirá un año desde que usted entró a formar
parte del Gobierno griego que pondría “fin a la troika”, como proclamó
el propio Alexis Tsipras la noche del 25 de enero de 2014.
¿Conclusiones?
El año comenzó con unas
elecciones en Grecia que electrizaron a Europa con la esperanza de que
era posible devolver legitimidad a la política europea. Cuando llegó el
verano, los viejos poderes europeos se habían reafirmado tras haber
estrangulado la “primavera griega”. También habían logrado restaurar una
versión más dura de los dictados autoritarios y políticas económicas
inviables que han convertido a Europa en el “enfermo” del capitalismo
global.
El ahogamiento de la
democracia griega el pasado verano hirió de gravedad a la Unión Europea y
reforzó las fuerzas centrífugas que la están rompiendo. Al poco tiempo,
cuando los refugiados comenzaron a llegar, la mentalidad de “no en mi
patio” y del “¿yo qué gano?” que había sido reafirmada con el
aplastamiento de la “primavera griega”, era dominante. El resultado para
Europa ha sido dar un paso más hacia la pérdida tanto de su integridad
como de su alma.
En el lado positivo, la
“primavera griega” desató un proceso imparable que puede desafiar el
masivo déficit democrático en Europa. No hay ningún europeo que hoy
pueda negar el hecho de que las decisiones importantes en la zona euro
son tomadas por un órgano que legalmente no existe y que opera como una
sociedad secreta, el Eurogrupo. La “primavera griega” también ha dado
lugar a transformaciones, aunque inconclusas, en Portugal y en España,
así como a ciertos aires de cambio en el resto de Europa. Nunca antes
las demandas de una democracia auténtica y de transparencia habían sido
tan sonoras en nuestro continente. Es crucial que 2016 sea el año en el
que esas exigencias se consoliden.
Parte de
su tesis con respecto a las políticas económicas adoptadas en Europa
desde el estallido de la crisis, así como su crítica sobre la propia
arquitectura institucional de la Unión, es que, de no corregir el rumbo,
estamos abocados al resurgimiento de extremismos peligrosos. Nadie
parece compartir esa tesis en las instituciones europeas, a conectar las
causas y efectos que usted denuncia.
Eso tiene un nombre:
negación. Al ser apabullados por problemas difíciles y por la
desesperación, los humanos frecuentemente optamos por liarnos la manta a
la cabeza. Los banqueros lo hacen, los políticos lo hacen, sociedades
enteras lo hacen.
En 2008, un colapso del
sector financiero que comenzó en Wall Street dio lugar a una serie de
bancarrotas en los sistemas bancarios de países en superávit y, poco
después, en las finanzas de Estados deficitarios, lo que hizo que la
divisa común comenzara a fragmentarse. Para mantenerla se implementaron
medidas que combinaban préstamos y políticas de austeridad insostenibles
que terminaron por trasladar el coste de la crisis a las clases
trabajadoras; medidas a las que yo defino como “austeridad Ponzi”.
Al igual que ocurrió en
1929, cuando un colapso similar en el sector financiero fragmentó la
divisa común de esa era, el patrón oro, la secuencia de eventos actual
conducen a la desesperanza, a la depresión y al miedo; factores todos
ellos que contribuyen al resurgimiento de ultranacionalismos, racismo y,
finalmente, al regreso de los neonazis. Mientras tanto, como usted
comenta, los poderes fácticos se niegan a conectar las causas y los
efectos y se pertrechan en la quimera de que políticas económicas
contractivas darán lugar, de algún modo, a crecimiento.
En la República de Weimar,
bajo el canciller Heinrich Brüning, la burguesía se había convencido de
que la transferencia de riqueza de la clase trabajadora a la suya
resolvería la economía, mientras que la extrema derecha mantendría a
raya a la creciente autoridad de la izquierda. El resultado fue Adolf
Hitler. En la actualidad, de una manera muy similar, la política
económica de Brüning ha sido resucitada con la izquierda siendo
mantenida a raya por el Eurogrupo y la troika, mientras que el
ultranacionalismo, el racismo y el neonazismo campa a sus anchas para
convertirse en una amenaza.
Y para
contrarrestar todo lo anterior, usted sigue insistiendo en cambiar la
arquitectura europea. Desde hace unos meses habla de un “movimiento para
democratizar Europa”. ¿Cómo se traduce eso a la acción?
Primero hemos de fundar el
movimiento. Eso ocurrirá el 9 de febrero en Berlín. El propósito es
movilizar a los europeos bajo una simple agenda común: democratizar las
instituciones europeas.
Una vez que hayamos iniciado
esta “conversación” sobre nuestra meta de democratizar Europa, en el
contexto de un movimiento activista, emergerá un consenso que a partir
de entonces tendrá que encontrar su expresión en cada uno de los estados
miembros de la Unión Europea.
La fórmula organizativa y
electoral que esta expresión cobre en cada país es algo que queda a
expensas de ser decidido de manera colectiva y orgánica. En algunos
países puede ser en forma de un nuevo partido. En otros, nuestro
movimiento podría establecer alianzas con partidos ya existentes. Todo
esto está pendiente de ser debatido y decidido.
Sin embargo, lo que
realmente importa es que nuestro movimiento invertirá el orden actual.
Actualmente los partidos se erigen a nivel estado-nación que luego
intentan formar alianzas, débiles, a nivel europeo. Nuestro movimiento
comenzará a escala europea, basado en un internacionalismo radical, y se
enfocará en el déficit democrático en el corazón de Europa y cada una
de sus instituciones y jurisdicciones nacionales. Solo entonces
“descenderá” a la mecánica de los procesos electorales a nivel nacional,
regional y local.
¿Cómo
puede un “movimiento”, sin el respaldo de la fuerza de un Estado
miembro, lograr cambios en las autoridades europeas cuando ni siquiera
el mismo Parlamento Europeo tiene esa capacidad?
Nuestro movimiento surge
como respuesta a una realidad según la cual los políticos pueden estar
en el Gobierno, pero no tienen poder. Incluso los primeros ministros,
presidentes y los ministros de Finanzas de Estados fuertes dentro de la
Unión Europea carecen de poder en una Europa que ha dejado la toma de
decisiones cruciales lejos de la esfera política y en manos de un oscuro
mundo de burócratas, banqueros y autoridades sin representación
democrática.
En cuanto al Parlamento Europeo, es tan sólo la hoja de parra que esconde la ausencia de democracia parlamentaria en Europa.
Así que, para plantarle cara
a esta despolitización del proceso de toma de decisiones político que
viene reafirmando la crisis económica y de legitimidad en Europa,
necesitamos un movimiento que emerja por todo el continente de un solo
golpe y con la misma agenda: devolver a la política las decisiones y
democratizar el proceso de toma de decisiones. No hay otra forma de
poner fin a la perversa asociación entre autoritarismo y políticas
económicas fallidas en Europa, que dará como resultado la ruina del
proyecto común a favor del ultranacionalismo.
Cuando uno emprende el
camino hacia el campo de batalla, la obligación es ser optimista y, al
mismo tiempo, estar preparado para lo peor. Ese fue el espíritu con el
que entré al Eurogrupo y a las negociaciones con la troika.
Sigo convencido de que
entonces pudimos haber logrado un acuerdo honorable si hubiésemos
mantenido nuestra estrategia original en lugar de ceder ante la presión
tras unos meses de lucha. Pero de todo eso hablaremos en el futuro,
cuando escriba sobre la historia de la estrangulación de la “primavera
griega”. Lo que importa ahora es que aprendamos de ese espléndido
episodio y sigamos hacia adelante.
¿Qué me hace ser optimista
de un movimiento a escala europea? ¡Que será a escala europea! Que
presionaremos en cada Parlamento, en cada Gobierno, en cada jefe de
Estado al mismo tiempo. Que cuando la troika esté apretando, por
ejemplo, al Gobierno de Madrid, sabrá que el proceso electoral en
Alemania, Francia o Portugal castigará a cualquier político local que
ceda ante la troika.
¿En qué fase se encuentra el movimiento?
Estamos en los primeros
días. Lo lanzaremos el próximo 9 de febrero. El 2016 será el año en el
que sembremos nuestras semillas en cada ciudad de cada Estado de la
Unión Europea. La nuestra es sin duda una tarea utópica, pero si
fracasamos, una terrible distopía aguarda a nuestra deslegitimada Europa
en proceso de fragmentación.
Las encuestas en Grecia comienzan a sugerir un retroceso en el apoyo de los ciudadanos a Syriza. El pueblo pierde la esperanza.
¿Es que acaso sorprende que la esperanza sea la víctima de la capitulación de Syriza?
¿Durante cuánto tiempo puede Alexis Tsipras sostener la paradoja de
pedir a sus diputados en el Parlamento que voten leyes a favor de las
políticas misántropas de la troika y, al mismo tiempo, que las
denuncien?
Como dije a mis colegas
cuando abandoné el Gobierno y voté en contra de esas leyes, el peor
aspecto de la capitulación es que las masas que sufran las consecuencias
de esas leyes no tendrán otra alternativa política salvo Amanecer
Dorado.
No obstante, hay un lado
positivo: el pueblo griego no deja de sorprenderme. Como cuando me
sorprendieron el 5 de julio con su magnífico “no” en el referéndum. Así
que me siento alentado por su coraje y capacidad de mantener viva la
esperanza de que la llama de nuestra “primavera griega” vuelva a
brillar. Por mi parte, confío en que, antes de devolver esa llama a
Atenas, será necesario llevar el espíritu de nuestra primavera a cada
rincón de Europa, y que sirva de inspiración a todos los europeos que
claman por una Europa democrática.
Cuando el pueblo griego vea a
Europa ponerse en pie ante el autoritarismo que lo aplastó el verano
pasado, ellos también volverán a ponerse en pie llenos de esperanza y
entusiasmo.
En
entrevistas anteriores me afirmó que abandonar el euro estaba fuera de
sus planes y deseos, pero que no estaba de acuerdo en permanecer en él a
cualquier precio. ¿Cuál es el precio? ¿Cuándo hay que decir “basta”?
Las divisas son
instrumentos. Son medios para otros fines, como la prosperidad. El
fetichismo por una divisa es lo peor, es un error. No creo que debamos
incurrir en un fetichismo sobre el euro, pero tampoco creo que debamos
hacerlo con nuestras divisas nacionales.
Para responder a su pregunta
de manera directa: yo nunca, como ministro de Finanzas, pediría la
salida del euro diciendo “basta”. Al mismo tiempo, tampoco entraría en
pánico si alguien me amenazara con expulsarnos del euro, sobre todo
cuando no existe un mecanismo para que eso ocurra, lo cual sería ilegal.
Mi punto de vista y mi
política, como de costumbre, siempre ha sido: fijemos nuestras líneas
rojas, como por ejemplo que acordemos que jamás se volverán a reducir
las pensiones mínimas otra vez, y digamos a la troika que ignoraremos
sus amenazas de expulsarnos del euro. Y si ellos de manera escandalosa
cierran nuestros bancos, como hicieron, establezcamos un sistema de
pagos paralelo, en euros, y mantengámonos firmes hasta alcanzar una
solución política en Bruselas.
Nada de esto es fácil, pero
es la única manera de poner fin a este ciclo interminable de recesión y
autoritarismo en manos de una cada vez más despiadada troika. Es, de
hecho, ¡la única forma de mantenernos dentro de la zona euro a largo
plazo!
Tras su
renuncia como ministro de Finanzas me dijo que “el tamaño importa”, que a
España no se le hubiese propinado el mismo trato que a Grecia en
circunstancias similares. ¿Qué lecciones puede sacar España de la
‘experiencia griega’?
Hay tres lecciones que
resultan pertinentes. Primero, que al liderazgo en la sombra del
Eurogrupo que mueve los hilos de la troika poco le importa la
sostenibilidad económica del país que es enviado a negociar con ella,
sino imponer su autoridad. Un Gobierno progresista en España tiene que
tener esto presente, siempre.
En segundo lugar, España
jamás se recuperará económicamente de manera sostenible si se mantiene
dentro de los límites que la troika le ha impuesto. Un Gobierno
progresista en España tiene que prepararse para un enfrentamiento con la
troika.
En tercer lugar, prepárense
para recibir amenazas y sepan que no son creíbles. Un Gobierno
progresista en España tiene que exponer el “bluf” de la troika dado que
la deuda pública y privada del país no puede ser absorbida por el Banco
Central Europeo si la troika intenta amenazar a Madrid como lo hizo con
Atenas.
Y a Podemos, el partido que en su día usted identificó como posible aliado de Syriza frente
a la troika, y que tras las elecciones generales en España logró
posicionarse como tercera fuerza en el país, ¿qué le aconsejaría?
Manténganse unidos. Unidos
lo conseguirán, pero divididos caerán. Asegúrense de que el equipo que
lleva el liderazgo actúe como uno y no permitan que la troika los
divida. Si lo consigue, les destruirá.
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