http://www.elconfidencial.com/cultura/2016-01-15/bebes-rojos-y-rastafaris-en-el-congreso-la-culpa-de-todo-la-tiene-gramsci_1136217/
Hace unos días se constituyó el Congreso de los Diputados de la XI Legislatura y se montó un espectacular follón/tangana/rasgada de vestiduras a cuenta de la política de gestos de Podemos (recuerden: del bebé de Carolina Bescansa a los juramentos de sus diputados). José María Lasalle, secretario de Estado de Cultura (en funciones), publicó una tribuna en 'El País' en la que mostraba su indignación con el 'podemismo' y hasta encontraba un culpable: ¡Antonio Gramsci!
La columna de Lasalle, titulada 'Gramsci en San Jerónimo', arrancaba así -“El miércoles España retrocedió muchas décadas. Vestida de novedad, volvió la 'vieja política'. Lo hizo con el disimulo estratégico de Gramsci. Actuando con el ariete de un sentimentalismo populista que barrena sin pestañear la modernidad constitucional”- y se cerraba asá: “'La vieja política' abrió con blancas la partida colocándonos a todos los demás a la defensiva mientras una 'vieja' intelectualidad orgánica leía los Cuadernos de Gramsci y recordaba que todo combate ideológico es una lucha por la hegemonía cultural que espera su oportunidad. Quizá por eso mismo, los socialistas fueron los que más se estremecieron al percibir que su enemigo no estaba enfrente sino a su costado. La lucha por la hegemonía política empieza así por una lucha por la hegemonía en la izquierda'.
Todo combate ideológico es una lucha por la hegemonía cultural que espera su oportunidad
O sea, la culpa de todo lo que pasa en España la tiene Gramsci. Por tanto, la pregunta del millón sería la siguiente: ¿Cómo es posible que Antonio Gramsci -filósofo marxista, periodista y líder del Partido Comunista de Italia durante la dictadura de Mussolini- se haya convertido en el fetiche cultural para explicar el desgobierno español?
A Gramsci lo habrían puesto de moda los líderes de Podemos. La entrada de la Wikipedia española sobre el concepto 'gramsciano' de hegemonía cultural se apoya, en parte, en una definición de Íñigo Errejón. “Un grupo es hegemónico cuando es capaz de generar una idea universal que interpela y reúne no sólo a la inmensa mayoría de su comunidad política sino que además fija las condiciones sobre las cuales quienes quieren desafiarle deben hacerlo”, dice Errejón.
Un grupo es hegemónico cuando interpela a su comunidad y fija las condiciones sobre las cuales quienes quieren desafiarle deben hacerlo
¿Se entiende a Errejón? Recurramos a un ejemplo cómico y autorreferencial para explicarlo: el artículo en el que Lasalle analiza lo que ha pasado en el Congreso recurriendo a Gramsci, aunque sea para poner a parir a al 'podemismo', sería un ejemplo (involuntario) de cómo Podemos va ganando la batalla por la hegemonía cultural, al fijar, como dice Errejón, “las condiciones sobre las cuales quienes quieren desafiarle deben hacerlo”. En otra palabras: el texto de Lasalle sobre Gramsci ha obligado a este periodista a explicar en un artículo -hola- quién es Gramsci y cuál es su influencia en Podemos. Gol de Errejón en Las Gaunas. Podemos 1- PSOE 0.
Cuadernos del talego
'Vida de un revolucionario'
Por una de esas benditas casualidades culturales, esta semana ha llegado a las librerías españolas una biografía de referencia sobre el político comunista italiano: 'Antonio Gramsci. Vida de un revolucionario' (Capitán Swing, 2016), de Giuseppe Fiori.
Gramsci, que fue enchironado por Mussolini a finales de los años veinte, desarrolló parte del concepto de hegemonía cultual en unas condiciones lamentables. Hablamos de sus 'Cuadernos de la cárcel', 2.848 páginas escritas en una treintena de libretas durante su condena en la prisión de Turi y mientras luchaba contra diversas enfermedades graves. "Trabajaba en condiciones difíciles, con los libros que el director le permitía recibir irregularmente del exterior. Los compañeros de la cárcel recuerdan que dedicaba muchas horas al trabajo. Escribía sin sentarse nunca: paseaba absorto y solo cuando la frase se le había ordenado bien en la mente se dirigía a la mesa, apoyaba una rodilla en el taburete y de pie, un poco encorvado, escribía; al terminar, volvía a pasear”, escribe Fiori.
Fiori resume algunas de las ideas sobre la hegemonía cultural desarrolladas por Gramsci en prisión. “Todo bloque histórico tiene sus puntos de fuerza no solo en la capacidad coercitiva del aparato estatal, sino, también, en la adhesión de los gobernados a la concepción del mundo propia de la clase dominante. La filosofía de la clase dominante, a través de una serie de vulgarizaciones sucesivas, se ha convertido en sentido común, es decir, se ha convertido en la filosofía de las masas, las cuales aceptan la moral, las costumbres, las reglas de conducta institucionalizadas en la sociedad en la que viven”.
La gran Cabalgata gramsciana de Reyes
Y a todo esto: ¿Qué piensan en Podemos de la 'gramscimanía'
Pues, de entrada, que el rumbo del capitalismo contemporáneo ha jugado a favor de las teorías del italiano. “Gramsci advirtió la necesidad de complementar -no sustituir- la lectura economicista acerca de las situaciones de crisis con la disputa cultural en torno a la significación social de los problemas… Su figura resulta tanto más decisiva por el hecho objetivo de que la nueva lógica del capitalismo contemporáneo moviliza la esfera cultural de un modo inaudito -medios de comunicación, creación de subjetividad, de estilos de vida- y en un contexto social definido por la descomposición de las identidades, también de clase, tradicionales”, cuenta a El Confidencial Germán Cano, profesor de filosofía en la Universidad de Alcalá y miembro del Consejo Ciudadano de Podemos.En nuestra historia reciente la derecha conservadora ha sido 'gramsciana' a la hora de manejar los hilos de la hegemonía cultural
El Gramsci 'podemista' sería, según Cano, un Gramsci “revisado a la altura de las complejidades de un presente muy complejo donde la televisión y los medios son escenarios de socialización decisivos para la política”.
Cano recurre a la polémica sobre la Cabalgata de Reyes 'carmenista' cuando se le pide una definición para todos los públicos del concepto hegemonía cultural: “Todo aquello que consideramos 'normal', nuestro paisaje cotidiano de creencias o valores es consecuencia de disputas culturales previas en torno al sentido de las cosas. Si alguien entiende que es normal que un Rey Mago 'solo' puede vestir de una forma tradicional es porque asume una situación 'hegemónica' que obedece a determinados intereses que han vencido, siempre provisionalmente, en esa lucha. Una situación de 'hegemonía cultural' no es para siempre, debe ser continuamente revalidada, consentida por aquellos que permanecen bajo ella. Lo ocurrido en Madrid revela una disputa cultural típica por dar un sentido político a esferas aparentemente neutras y por excluir como 'imposibles' otras opciones. ¿Por qué Esperanza Aguirre se ofende tanto por el hecho de que se otorgue, aun cuando sea con sumo respeto, otro sentido a una celebración como la Cabalgata? Porque llevan décadas dando 'su' sentido a estas celebraciones. Por eso la cultura nunca es inocente”.
La cultura nunca es inocente
Reflexión que lleva a Cano a una curiosa conclusión: la derecha española era más 'gramsciana' que la izquierda hasta que llegó Podemos: “En nuestra historia reciente la derecha conservadora ha sido 'gramsciana' a la hora de manejar los hilos de la hegemonía cultural mientras la Izquierda se miraba en el espejito mágico de su presunta radicalidad social”.
A Cano, por último, no le ha gustado nada el artículo de Lasalle sobre Gramsci y Podemos. Pero nada de nada:
“No es casual que los más leídos intelectuales del PP hagan de Gramsci un espantajo, como el artículo pedante y hueco que ha escrito Lasalle. La ilusión óptica en la que vive esta privilegiada casta -aquí el término es más que adecuado- es que toda dinámica democrática popular es comparable a una jauría irracional que busca 'morder el cuerpo de las formas representativas' (cito a Lasalle). Una masa airada en sus 'dentelladas' (sic). Pero 'masa' es un término científicamente vacío, sociológicamente estéril y políticamente defensivo, por no decir mezquino. Lasalle se cree moderno e ilustrado, pero solo vive de modo apocalíptico el fin del mundo como el fin de 'su' mundo… Fijémonos en las metáforas de su artículo, son extraordinarias por su valor de síntoma. No hace falta que Gramsci tenga hoy rastas para que toda este mundo cultural sienta incluso cierta repugnancia física o un asco señorito a las consecuencias prácticas que hoy tiene su pensamiento”.
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