En
 el intento de insulto de la derecha cañí a Ada Colau más que insulto a 
la alcaldesa de Barcelona, lo que se esconde es el arsenal de desprecio y
 rabia que tienen y han tenido por las personas trabajadoras, a las que 
el máximo nivel que les permitían ocupar era el del suelo, de rodillas 
frente a su insaciable voracidad y odio por la gente sencilla
14 marzo 2016
http://www.paralelo36andalucia.com/hijo-de-una-limpiasuelos/ 
Soy hijo de una mujer que con nueve años empezó a limpiar suelos en 
casa de unos señoritos de mi pueblo. Esa mujer ahora tiene 72 años. 
Creció sin padre en una España enlutada y de silencio en la que las 
mujeres que fregaban suelos no trabajaban, servían. “Yo de chica 
servía”, ha dicho mi madre en más de una ocasión.
Servir significaba lo que significaba. Trabajar mucho, quejarse poco,
 ganar menos todavía y aceptar que tu nivel social y expectativas de 
futuro estaban a la altura del suelo al que te arrodillabas para fregar a
 mano, por donde, una vez limpio, desfilarían los zapatos finos y 
elegantes de quienes pensaban que nacer pobre era un castigo divino 
porque ellos, su fortuna y bienestar, era lo que se merecían.
En su sociedad de perdedores y ganadores, el trozo de bacalao diario 
con el que le pagaban a mi madre por servirles era lo más a lo que podía
 aspirar una pobre desgraciada, hija de perdedores de la guerra civil y 
analfabeta. Pero aquella pobre y analfabeta mujer, de la Extremadura de 
posguerra, contra todo pronóstico no olvidaría jamás su memoria ni 
perdería la dignidad. Yo, su hijo, tampoco lo olvidaré nunca.
Aquella dignidad de mi madre consiguió que, harta de que le pagaran 
en “trocitos de bacalao” en lugar de dinero, un día se ‘jartara’ y les 
tirara en señal de desprecio el bacalao a los señoritos, que era el 
salario que le daban a mi madre a cambio de perder toda su adolescencia 
tirada en el suelo de rodillas para que ellos pudieran lucir estatus. 
Esa mujer, mi madre, antes había acarreado cubos de agua de la fuente 
pública a casa de los señoritos, los abuelos y padres ideológicos de los
 que hoy creen que Ada Colau “tendría que estar limpiando suelos”.
En el intento de insulto de la derecha cañí a Ada Colau más que 
insulto a la alcaldesa de Barcelona, lo que se esconde es el arsenal de 
desprecio y rabia que tienen y han tenido por las personas trabajadoras,
 a las que el máximo nivel que les permitían ocupar era el del suelo, de
 rodillas frente a su insaciable voracidad y odio por la gente sencilla.
En la gala de los Goya también insultaron a Pablo Iglesias y a 
Alberto Garzón porque “parecen dos camareros”, como si ser camarero 
fuera el escalafón más bajo de su sociedad clasista en la que nacer en 
una cuna pobre bastaría para que toda la vida estuvieras de rodilla. No 
insultaron a Pablo Iglesias y a Alberto Garzón, sino que mostraron todo 
el odio que les sangra por la gente que les pone los cafés por la 
mañana.
Hoy, aquellos hijos y nietos de las mujeres que le fregaron los 
suelos a los abuelos y padres de la derecha española, andamos por la 
calle con la misma dignidad con la que mi madre les lanzó el bacalao a 
los señoritos que se negaban a pagarle el jornal que merecía. Somos los 
hijos e hijas y nietos y nietas de las mujeres que les han fregado los 
suelos, pero somos algo más.
Además de títulos universitarios y ser hijos e hijas de la 
universidad pública que ahora quieren privatizar para que volvamos a 
estar a la altura del estropajo que usaba mi madre para fregar el suelo,
 sabemos de dónde venimos. Somos el símbolo más evidente de su derrota, 
los podemos mirar a los ojos y hasta ocupar los sillones de alcaldes, 
ministros y diputados en los que ellos se sentaban por la gracia de 
Dios. Y lo que es peor, tenemos memoria.
Raúl Solís (@RaulSolisEU)
  
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