Su despliegue propagandístico es espectacular, su influencia en los
grandes medios tan grande como siempre, o más, pero sus debilidades
políticas se agudizan cada día que pasa
Carlos Elordi - 20/5/2016 http://www.eldiario.es/zonacritica/PP-perdido-dicen_6_518008221.html
Por mucho que insistan algunos sondeos, no es para
nada seguro que Rajoy y el PP no vayan a sufrir un nuevo revolcón
electoral. Su despliegue propagandístico es espectacular, su influencia
en los grandes medios tan grande como siempre, o más, pero sus
debilidades políticas se agudizan cada día que pasa. Cuando parecía que
se iban a comer el mundo, han hecho el ridículo prohibiendo la estelada.
Sus amigos de Bruselas les han evitado el bochorno de multarles en
plena campaña electoral por incumplir los requisitos de déficit. Pero
pocas horas después ha sido nada menos que José María Aznar quien les ha
advertido, él sabrá por qué, que la falta de rigor fiscal del Gobierno
puede llevar al desastre a la economía española. Y la crónica de la
corrupción se enriquece cada día con nuevos capítulos clamorosos. Es muy
difícil que un partido mejore sus resultados con esas cosas, y unas
cuantas más, a su espalda. Aunque algunos millones de ciudadanos estén
dispuestos a mirar hacia otro lado.
En la noche del
20 de diciembre del año pasado, hasta los más escépticos tuvieron que
aceptar que quienes decían que el PP se iba a llevar un batacazo
formidable no confundían sus deseos con la realidad. Que la idea de que
un voto oculto conservador al final le sacaría las castañas del fuego
carecía absolutamente de fundamento. Que ese día el PP obtuvo todos los
votos que podía. Que no tenía nada más en donde rascar. Pero ahora, o en
el último mes como mucho, los sociólogos de la corte se han sacado de
la manga que el electorado de Mariano Rajoy está creciendo, que la
posibilidad de la suma de escaños del PP y Ciudadanos puede darle la
mayoría. ¿De dónde se han sacado esa teoría?
¿Qué han hecho en estos meses ese partido y su líder
para merecer un premio? ¿Por qué un sector del electorado moderado que
votó PP en 2011 y se abstuvo el 20-D o escogió a Ciudadanos, al PSOE y
hasta a Podemos, debería ahora abrazar la causa de Mariano Rajoy?
¿Porque se refugió cobardemente en La Moncloa huyendo de mojarse en la
dura tarea de intentar pactar para evitar la repetición de las
elecciones, es decir, porque se negó a hacer política?
¿Cuántos electores catalanes engrosarán el voto del PP tras comprobar
que el Gobierno está cada vez más perdido en su asunto, que un día hace
que habla con dirigentes soberanistas e independentistas y al día
siguiente da el palo de la estelada? ¿Cuántos valencianos se
arrepentirán de haber votado PP el 20-D tras lo que está saliendo a luz
sobre la corrupción de ese partido en su comunidad? ¿Y cuantos
madrileños, cuando los escándalos hasta empiezan a poner en duda la
supervivencia futura del Gobierno de Cristina Cifuentes, el de la
“regeneración? ¿De dónde va a sacar nuevos votos el PP andaluz que sigue
incapaz de renovar el equipo dirigente que le ha llevado al desastre y
que encima tiene que cargar con la dimisión del alcalde de Granada y con
los desmanes de Miguel Arias Cañete, un perfecto exponente de esos
ricos de siempre que tan mal caen por esos pagos? ¿O el canario, tras el
papelón que ha hecho José Manuel Soria y el posterior escándalo de su
amigo el juez Alba, que en la prensa de las islas han abierto la caja de
Pandora de todo tipo de sospechas? ¿O el vasco, ya prácticamente
hundido en la marginalidad, salvo en Álava?
Está
claro que al PP le quedan Galicia y Castilla y León. Y la posibilidad de
que una buena parte de los siete millones de ciudadanos que les votaron
en diciembre vuelvan a hacerlo en junio. Pero puede perder unos cientos
de miles y también unos cuantos escaños: sólo la coalición Podemos-IU
le quitaría cerca de una decena si se repitieran los resultados.
En Génova deben saber eso y mucho más. Pero han instruido a sus huestes
partidarias y mediáticas para que no se note. Y han diseñado una
campaña supuestamente agresiva para transmitir la sensación de que son
fuertes y están convencidos de que saben lo que se hace. Sin embargo,
sus debilidades y contradicciones siguen saliendo a la luz, por mucho
que se empeñen en ocultarlas. Sin entrar en juicios de intenciones, está
claro que José María Aznar no se habría lanzado tan abiertamente contra
Rajoy como lo hizo ayer si no tuviera muchas sospechas de que el barco
hace aguas. Por muy poderoso y autónomo que dicen que se siente, aunque
también habría que comprobar la solvencia de tales impresiones.
¿Y qué decir de las últimas ocurrencias que los asesores de Rajoy han
puesto en boca del presidente del Gobierno en funciones? ¿De su anuncio
de que bajará los impuestos que hizo el mismo día que Bruselas le decía
que España tendría que hacer 9.000 millones más de recortes? ¿Y de su
advertencia de que las pensiones corren serios riesgos, tras años de
desmentidos a quienes sugerían eso mismo? A tales incoherencias habría
que añadir su afirmación de que la prohibición de la estelada no era “de
su competencia”. Porque sí lo es, y cómo. Pero la cosa sería aún más
grave si no se hubiera enterado de la decisión de su delegada del
Gobierno.
Todas y cada una de esas notas apuntan a un
Rajoy que no controla demasiado la situación. Y girando en torno a un
personaje así, como el PP ha decidido que ocurra, su campaña electoral
no va a dar muchos frutos. Estará sometida constantemente al riesgo de
que un acontecimiento, del tipo que sea, la arruine de un día para otro.
Por muchos eslóganes tremendistas que lancen sus vídeos, Rajoy da cada
vez menos miedo y puede que dentro de unas pocas semanas termine siendo
un personaje patético. Y son cada vez más los empresarios y los
economistas que dicen abiertamente, aunque los medios masivos no lo
recojan, que el éxito económico que proclama el PP es en buena medida un
camelo.
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