http://ctxt.es/es/20160713/Firmas/7236/abandono-potencias-democraticas-Republica-espanola-Guerra-Civil-Francia-Reino-Unido-EEUU.htm
En los días y semanas que siguieron al
golpe de Estado desencadenado el 17 de julio, los tres grandes
democracias occidentales --Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos-- se
negaron a prestar su apoyo al gobierno elegido democráticamente en
Madrid para sofocar el levantamiento militar. Fue un error imperdonable,
que costaría muy caro al pueblo español, que tuvo que soportar casi
cuarenta años de dictadura franquista. Fue también un gran error
geopolítico, que presagiaba Múnich y abría el camino hacia la Segunda
Guerra Mundial.
Ochenta años después de este fatal episodio, uno se queda
atónito al constatar que el Gobierno francés del Front Populaire,
dirigido por el socialista Léon Blum, abandonó a su suerte el Frente
Popular español, a pesar de la petición de ayuda realizada el 19 de
julio por el Gobierno de Giral. Después de una respuesta inicial
favorable, Blum cambió rápidamente de opinión debido a los violentos
ataques de la prensa francesa de derechas y a la reticencia de los
radicales --sus aliados políticos-- del Ministerio de Asuntos Exteriores
y, sobre todo, por las presiones del Gobierno de Londres.
A partir del 25 de julio, el Consejo de Ministros francés
decidió no cumplir con el encargo oficial realizado por Madrid para
suministrar aviones y armas. Ese mismo día fatídico, en el que todo
cambió, Hitler accedió a enviar de manera urgente aviones para ayudar a
cruzar el Estrecho de Gibraltar al ejército rebelde en África, tras una
reunión celebrada en Bayreuth (Alemania) con emisarios enviados por
Francisco Franco. Dos días más tarde, Benito Mussolini enviaba también
aviones a los golpistas.
"Una pequeña intervención hubiera sido suficiente para que
el Gobierno de Madrid ahogara el brote de rebelión", señaló, en su
momento, el ministro francés de Educación, Jean Zay, partidario del
apoyo del Frente Popular. Lo que ocurrió fue exactamente lo contrario:
el ejército insurgente tomó una ventaja decisiva gracias a la ayuda
inmediata y determinante de los aviones alemanes e italianos.
El resto de la historia de esta traición a la democracia
española la conocemos de sobra. Después de constatar el apoyo otorgado a
los rebeldes por Berlín y Roma, Blum se comprometió a entregar a Madrid
algunos aviones a principios de agosto, antes de interrumpir por
completo el suministro de armas el 8 de agosto --un verdadero embargo--,
decisión englobada en el marco de una insólita política de “no
intervención”.
Concebido por el Quai d'Orsay [Ministerio de Asuntos
Exteriores] en París, aprobado por Londres y firmado por todos los
países europeos, incluidos Alemania e Italia, el acuerdo de "no
intervención" prohibía cualquier forma de asistencia a los contendientes
en España. Fue una mascarada diplomática increíble, burlada por Hitler y
Mussolini, que siguieron apoyando abiertamente a los rebeldes, mientras
que los países democráticos negaron cualquier apoyo al bando
republicano.
Con el pretexto de no interferir en un conflicto "interno",
la "no intervención" equiparaba a un gobierno legal republicano con
unos traidores militares golpistas, y constituía de hecho una
"intervención" contra el Frente Popular, como señalaron el embajador
español en París, Álvaro de Albornoz, y el jefe de la diplomacia
española, Julio Álvarez del Vayo, en su famoso discurso ante la Sociedad
de Naciones (SDN) en Ginebra el 25 de septiembre.
En este proceso, la responsabilidad moral y política del
Gobierno Blum es innegable, pero la del Ejecutivo inglés no es menos
abrumadora. Cegado por el anticomunismo, deseoso de evitar más
conflictos en Europa y de "apaciguar" a Hitler, el gobierno conservador
de Stanley Baldwin apenas ocultó su preferencia por los golpistas
españoles. Londres puso en práctica una "maliciosa neutralidad" respecto
al Frente Popular, tras convencer a Francia, muy comprometida con su
alianza con Gran Bretaña, de no hacer nada.
Incluso Winston Churchill, desde fuera del gobierno,
intervino directamente en las negociaciones con Blum --con el que
mantenía buenas relaciones-- para convencerle de que era mejor que
ganaran los militares que ver a los “comunistas” hacer la revolución y
masacrar “a la burguesía”
Por su parte, la América aislacionista de Franklin
Roosevelt aplicó de forma errónea el estricto principio de
"neutralidad", y dejó que empresas privadas suministraran combustible y
transporte a los golpistas. Además, Roosevelt, en medio de la campaña
para su reelección en 1936, no quería ponerse en contra a la comunidad
católica de Estados Unidos, indignada por las noticias de matanzas de
religiosos en Cataluña y Aragón.
Sin embargo, el embajador de Estados Unidos que en ese
momento estaba en España, Claude Bowers, era un personaje notable que no
cesó de denunciar la "farsa" de la “no intervención” y que apoyó
decididamente al Gobierno republicano, a diferencia de lo que hizo su
homólogo inglés, Henry Chilton, ferviente partidario de los golpistas,
que enviaba informes falsos a Londres sobre la situación en España.
Más allá de este imperdonable error político --no apoyar a
un gobierno elegido democráticamente--, París, Londres y Washington
cometieron un importante error geoestratégico al no reaccionar ante la
ayuda proporcionada por los nazis alemanes y los fascistas italianos a
los militares rebeldes españoles.
Ferviente pacifista, Blum no cesó de repetir que la “no
intervención” pretendía evitar "una conflagración general" en Europa. En
otras palabras, dejar que se desarrollara el conflicto en España para
evitar la guerra en el continente. Una política equivocada, aprobada por
los ingleses.
Sin embargo, incluso entonces, muchos políticos y
partidarios de prestar ayuda a Madrid señalaron todo lo contrario: que
el hecho de no intervenir en España traería una nueva guerra
generalizada en Europa. “Ahora nos toca a nosotros, mañana seréis
vosotros los que tengáis una guerra”, afirmó profética Dolores Ibarruri,
la Pasionaria, en una gran concentración en París a principios de
septiembre de 1936.
Y, de hecho, eso es lo que ocurrió como resultado de la
ceguera y de la ingenuidad de las democracias frente a las amenazas y
las mentiras totalitarias. El escandaloso abandono de la República
española puso al descubierto la cobardía de estas democracias, dio alas a
las agresiones de Hitler y Mussolini y permitió la formación y
consolidación del Eje Roma-Berlín… Siguieron Múnich y la Guerra 1939-45.
En aquel imperdonable verano de 1936 se escribió el destino
del pueblo español, sometido posteriormente a una despiadada dictadura.
Pero también el de una Europa que se vio arrastrada a la guerra porque
no supo defender la democracia.
Gilbert Grellet es escritor y periodista. Exdirector de la
oficina de la AFP en Madrid (2005-2010), acaba de publicar en Francia Un été impardonnable. 1936: la guerre d’Espagne et le scandale de la non-intervention. Albin Michel.
Traducción de Mónica Andrade.
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