80 años de la Guerra Civil. Refrescando la memoria 
El
 asesinato de José Calvo Sotelo fue esgrimido por los sublevados como la
 causa que les empujó a la rebelión. La documentación demuestran que el 
golpe de Estado había comenzado a planificarse meses antes
Los últimos estudios sobre la represión en ambas zonas establecen unos 
datos esclarecedores: 50.000 asesinados extrajudicialmente por el bando 
republicano y unos 150.000 por el bando franquista 
* Carlos Hernández | eldiario.es 17.7.16
Ochenta años después del inicio del golpe de Estado que provocó la 
guerra, parte de la sociedad española sigue desconociendo la verdad de 
este negro pero crucial capítulo de nuestra historia. Durante cuatro 
décadas, la dictadura franquista se encargó de adulterar la realidad de 
lo ocurrido para satanizar a la República y glorificar el papel jugado 
por ellos mismos, los golpistas.
Los historiadores franquistas y sus herederos justifican la sublevación 
militar por la “insostenible” situación de caos, anticlericalismo y 
violencia que, según ellos, se sufrió durante el periodo republicano. 
Los hechos y los datos demuestran, sin embargo, que una buena parte de 
la derecha española juró acabar con la República el mismo día en que fue
 proclamada y comenzó a conspirar contra ella desde aquel 14 de abril de
 1931. Las razones de esta animadversión se resumen en dos: poder y 
dinero.
El nuevo régimen amenazaba el histórico statu quo de los estamentos que 
habían dirigido nuestro país durante siglos: la oligarquía económica, 
los terratenientes, el Ejército y la Iglesia católica. La República se 
planteaba, entre otros objetivos, una ambiciosa reforma agraria que 
acabara con la situación de miseria que sufrían más de dos millones de 
jornaleros sin tierra; una reforma militar para democratizar el ejército
 y extirparle su ADN golpista; una reforma religiosa que terminara con 
los privilegios de la Iglesia y le arrebatara el control de la 
educación; una descentralización del poder que, según se decía en la 
Constitución de 1931, garantizaba la integridad del Estado “compatible 
con la Autonomía de los Municipios y las Regiones”.
A todo ello hay que sumar otra afrenta global contra el amo y señor de 
la España tradicional: el hombre. En solo dos años la República equiparó
 a la mujer en derechos y libertades concediéndole el derecho al voto 
antes que otras naciones europeas como Francia o Grecia.
La tormenta ideológica perfecta
La España de los años 30 reflejaba la tensa situación política que se 
vivía en toda Europa. El auge del fascismo coincidía con el extremismo 
revolucionario de los grupos anarquistas y de los movimientos comunistas
 que miraban con admiración hacia la Unión Soviética de Stalin. Las 
revueltas obreras y los actos de violencia eran frecuentes en todo el 
continente. En la España republicana hubo sucesos especialmente graves 
como la matanza de Casas Viejas o el levantamiento revolucionario de 
1934.
Hechos que se saldaron con centenares de muertos y que fueron originados
 por la constante lucha entre quienes deseaban acelerar las reformas y 
aquellos que trataban de frenarlas a toda costa. La derecha que acabaría
 sublevándose contra la República contribuyó decisivamente a generar ese
 clima de tensión y violencia ejerciendo de pirómano para después 
presentarse como el bombero salvador. Sus líderes políticos trataron 
constantemente de minar la credibilidad del régimen; sus militares 
conspiraron en la sombra, protagonizaron varias intentonas golpistas y 
ejercieron la represión con especial virulencia, tal y como hizo el 
propio Franco para sofocar la revolución en Asturias; sus matones de la 
Falange sembraron el terror y provocaron la reacción violenta de sus 
adversarios; hasta sus terratenientes ejercieron de saboteadores 
profesionales dejando que sus latifundios quedaran inertes en lugar de 
permitir que fueran explotados por los hambrientos pero combativos 
jornaleros: “No queríais República, pues ahora comed República”, 
espetaban los grandes propietarios a los agricultores sin tierra.
La izquierda por su parte se desangraba fruto de sus peleas internas y 
se debatía entre la lealtad al nuevo régimen y el deseo de sobrepasarlo,
 instaurando sistemas revolucionarios inspirados en ideales libertarios o
 comunistas. Numerosos anarquistas, socialistas y comunistas no veían la
 República como un fin, sino como un instrumento provisional para 
conseguir objetivos políticos más ambiciosos.
Los preparativos y el detonante
El asesinato de José Calvo Sotelo fue esgrimido por los sublevados como 
la causa que les empujó a la rebelión. La documentación hallada y el 
testimonio de numerosos protagonistas demuestran que el golpe de Estado 
había comenzado a planificarse meses antes de la violenta muerte del 
político monárquico. De hecho, el propio Calvo Sotelo y Gil Robles, 
líder de la mayoría parlamentaria de derechas, participaban activamente 
en la conspiración para recuperar por la fuerza el poder que habían 
perdido en las urnas.
Tras años de preparativos e intentonas fallidas, el detonante final no 
fue otro que el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero 
de 1936.
Un golpe de Estado “rápido y limpio”
El capitán de aviación Virgilio Leret fue, probablemente, la primera 
víctima de la rebelión militar. El 17 de julio trató de hacer frente en 
Melilla a la sublevación que se había iniciado en Canarias y en las 
colonias del norte de África. Leret fue capturado y fusilado esa misma 
noche por los rebeldes. Al día siguiente la rebelión se extendió a la 
Península.
El golpe de Estado estaba liderado por un grupo de generales encabezados
 por José Sanjurjo y contaba con el apoyo de los partidos de la derecha 
parlamentaria, sectores monárquicos, financieros y empresariales, 
movimientos fascistas como la Falange y el respaldo directo de Hitler y 
Mussolini. Los rebeldes planeaban hacerse con el control del país en 
poco más de 72 horas. No contaban con que una parte del Ejército iba a 
mantener su juramento de lealtad al Gobierno legítimo de la República, 
ni preveía que los obreros y agricultores iban a lanzarse a las calles 
de ciudades y pueblos para defender la democracia con las armas en la 
mano.
“Cueste lo que cueste”
Tras la oportuna muerte de Sanjurjo en un accidente de aviación el 20 de
 julio, Franco comenzó a perfilarse como líder de los rebeldes. A esas 
alturas ya no había dudas de que el golpe había fracasado y que el nuevo
 escenario era una guerra de dimensiones catastróficas. Un panorama que 
no desanimaba al nuevo jefe de los sublevados.
El 27 de julio el corresponsal británico del News Chronicle, Jay Allen, 
relataba su entrevista con Franco en Tetuán: “A mi pregunta ¿ahora que 
el golpe ha fracasado en sus objetivos, por cuánto tiempo seguirá la 
matanza?”, contestó tranquilamente: “No habrá compromiso ni tregua, 
seguiré preparando mi avance hacia Madrid. Avanzaré —gritó—, tomaré la 
capital. Salvaré España del marxismo, cueste lo que cueste” (…). “¿Eso 
significa que tendrá que matar a la mitad de España?”. El general Franco
 sacudió la cabeza con sonrisa escéptica, pero dijo: “Repito, cueste lo 
que cueste”.
La decisiva “no intervención”
“Las democracias europeas dejaron caer la República. Por un lado creían 
que así apaciguarían a Hitler; pero por otro le tenían más miedo a la 
revolución social republicana que a un posible gobierno autoritario y 
fascista. Por eso el pacto de no intervención fue, en realidad, una 
intervención en toda regla para facilitar la victoria de Franco”.
Así de contundente se muestra el hispanista de la Universidad de Pau, 
Jean Ortiz. Los hechos le dan la razón. Además de la ayuda prestada en 
la preparación del golpe de Estado, Alemania e Italia comenzaron a 
enviar aviones, material de guerra y asesores militares al bando 
franquista desde el inicio del golpe. Francia y el Reino Unido 
contestaron promoviendo un acuerdo de “no intervención” que acabó 
convirtiéndose en una farsa. 27 naciones europeas se sumaron a él, entre
 ellos Italia, Alemania y Portugal que no dejaron de violarlo 
sistemática y descaradamente durante los tres años que duró la guerra.
Ya los corresponsales extranjeros que cubrieron el conflicto bélico 
coincidieron en señalar en sus crónicas que Franco jamás habría podido 
ganar la guerra sin el respaldo militar de Hitler y Mussolini. Enfrente,
 la única ayuda exterior que recibió la República fue la de miles de 
voluntarios poco preparados que formaron las Brigadas Internacionales y 
el apoyo más sustancial, pero infinitamente menor que el que aportaron 
Alemania e Italia al bando franquista, que le brindó la Unión Soviética.
Víctimas de guerra y de la represión
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre las víctimas que provocó 
la guerra. La cifra que más puede acercarse a la realidad es la que 
aportan investigadores como Paul Preston: 300.000 muertos en los frentes
 de batalla y 200.000 víctimas de la represión en ambos bandos. Preston 
no se atreve a aventurar una cifra de civiles fallecidos en bombardeos y
 combates.
Los últimos estudios sobre la represión en ambas zonas establecen unos 
datos esclarecedores: 50.000 asesinados extrajudicialmente por el bando 
republicano y unos 150.000 por el bando franquista. La represión en la 
zona republicana se produjo mayoritariamente durante 1936, provocada por
 el caos inicial generado por el golpe, por la entrega de armas a la 
población civil y, por extensión, a grupos extremistas y por la ausencia
 de un mando único capaz de hacer cumplir la ley.
Fue en estos meses cuando también se produjo la mayor parte de los 
asesinatos de religiosos y de la destrucción de templos como 
injustificable respuesta al inmediato apoyo que la Iglesia brindó a los 
sublevados. Esta situación fue poco a poco controlada y las autoridades 
republicanas no solo lucharon contra cualquier exceso cometido por sus 
tropas, sino que llegaron a juzgar a algunos de los responsables de los 
mismos.
Por contra, el bando franquista utilizó el terror como arma de guerra. 
El asesinato, la violación de mujeres, las torturas eran parte de la 
estrategia diseñada por sus líderes para eliminar y, de paso, doblegar 
al enemigo. Los alcaldes, concejales, diputados, maestros y militantes 
de las organizaciones republicanas eran sistemáticamente exterminados en
 las poblaciones conquistadas. No se trataba de una política secreta, 
los generales rebeldes alardeaban públicamente de ella.
Existen decenas de ejemplos pero citaremos solo dos de los más 
significativos. El general Mola, pocos días después del inicio del 
golpe, afirmaba: “Hay que sembrar el terror… hay que dar la sensación de
 dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no 
piensen como nosotros. Nada de cobardías. Si vacilamos un momento y no 
procedemos con la máxima energía, no ganamos la partida”. Su colega, el 
general Queipo de Llano, se hizo célebre por sus arengas desde radio 
Sevilla en las que animaba a sus tropas a asesinar a los republicanos y 
violar a sus mujeres: “Nuestros valientes legionarios y regulares han 
demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres… y de paso 
también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas 
comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos 
sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van
 a librar por mucho que berreen y pataleen”
Un extraño final
La caída de Cataluña en enero de 1939 supuso el principio del fin para 
la República. Medio millón de hombres, mujeres y niños cruzaron la 
frontera hacia Francia huyendo del avance franquista en los primeros 
días del mes de febrero.
Muchos de los combatientes deseaban embarcarse inmediatamente rumbo 
hacia Valencia para seguir defendiendo “su” República que aún controlaba
 un tercio de la Península incluyendo Madrid; las autoridades francesas 
les desarmaron y les impidieron retornar a España.
Aunque se encontraba en una situación desesperada, el presidente Negrín 
apostaba por resistir unos meses más; confiaba en que el estallido de la
 ya inevitable guerra mundial hiciera salir de su falsa neutralidad a 
las democracias europeas. Su ensoñación terminó en los primeros días de 
marzo cuando sus hasta entonces compañeros de trinchera se sublevaron 
contra él. El coronel Casado, con el apoyo de todas las organizaciones 
republicanas salvo el PCE y un sector del PSOE, ejecutó un golpe de 
Estado que derribó el Gobierno de Negrín.
Creían que una rendición pactada les permitiría eludir las represalias 
de los vencedores. Se equivocaron: las tropas franquistas ocuparon 
Madrid y el resto del territorio republicano sin apenas resistencia e 
impusieron un régimen de represión y terror que se prolongaría durante 
casi 40 años.
Fuente: www.eldiario.es
* Carlos Hernández es autor de Los últimos españoles de Mauthausen de Ediciones B. 
No hay comentarios:
Publicar un comentario