Siete meses después, sin embargo, el sargento quiso volver a las andadas. Intentó retomar la relación carnal con su subalterna, pero ésta lo tenía claro: todo había terminado definitivamente. Rechazó la proposición y eso sentó muy mal al reclamante, quien inició un "acoso" constante e "insistente" sobre la chica. Él era jefe del Área de Atención al Ciudadano del cuartel, ubicado en la Región de Murcia, y ella, responsable de la Oficina de Violencia de Género, dependiente del primer departamento, con lo que tenían que encontrarse todos los días.
La persecución comenzó sobre todo en el verano de 2011, cuando el superior jerárquico reclamaba insistentemente a su subalterna "para que mantuviera relaciones sexuales con él". Así lo entiende el Juzgado Militar Territorial número 14, que procesó al sargento el pasado 24 de junio precisamente por este acoso sobre la guardia y tras tener conocimiento de los hechos a través de un escrito presentado por la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC), que según la instructora de la causa comenzó a recibir constantes proposiciones vía correo electrónico que ella rechazaba también por este medio "de manera explícita y clara".
Ante la negativa de la chica, los correos comenzaron a tornarse "insultantes, groseros y humillantes", describe el auto de procesamiento, que incluso apunta que alguien intentó 'hackear' la dirección de 'e-mail' de la mujer, como mostraron los diferentes avisos remitidos por Microsoft. Durante varios meses, el sargento intercaló periodos en los que mostraba su deseo carnal y realizaba continuas propuesta sexuales a su subordinada con momentos de "furia" y "enfado" en los que lanzaba "insultos, groserías e improperios" motivados por el rechazo.
En cuanto ella giró la llave, él "entró como un loco" en la estancia y la violó; luego se subió los pantalones y le dijo: "¿Ves como no era para tanto?"
Fue entonces cuando ella comenzó a perder peso y sufrir "trastornos" alimentarios por los que ingresó en Urgencias del hospital La Vega en diciembre de 2011. Pero en seguida volvió al trabajo. Y también su jefe, que se incorporó a principios de 2012 a su puesto tras su permiso de paternidad y que no tardó en volver a acosar a su empleada. Un día, como narra el auto judicial, entró en el despacho, se colocó detrás de ella y le tocó los pechos, momento en el que ella trató de zafarse y le dijo que no la tocara. El sargento, sin embargo, hizo caso omiso a la petición de la guardia, "le sujetó la cabeza y comenzó a besarle el cuello". Las escenas de este tipo "se repetían prácticamente a diario" cuando el hombre advertía que no había nadie en la zona.
En otra ocasión, a la salida del trabajo, "el sargento siguió a la guardia hasta su domicilio y la abordó" cuando esta se bajó del coche. Al verle allí, la chica le pidió que se marchara, a lo que el perseguidor le respondió "en tono amenazante" que abriera la puerta y no montara numeritos. En cuanto ella giró la llave, él "entró como un loco" en la estancia y la violó. Luego se subió los pantalones y le dijo: "¿Ves como no era para tanto?". Desde entonces, narra el auto judicial, fueron "continuos e indeterminados en número (...) los tocamientos, amenazas y accesos carnales" del superior hacia su subordinada, tanto en el trabajo como fuera de él.
Si la mujer cambiaba de ruta para regresar a su casa, él la reprendía. "A tu casa derecha y sin jueguecitos", le recriminaba. Si ella se negaba a acceder a sus deseos, él respondía con mayor carga de trabajo, con cambios en los turnos o amenazas de echarla del puesto, avisos que intimidaban a la guardia, que no olvidaba que tenía un hijo que atender en casa.
Para más inri, la subordinada era la única mujer del departamento. Tan solo durante unos meses hubo otra compañera, que aseguró en sede judicial haberse encontrado "en muchas ocasiones" a la guardia "llorando, sentada en el suelo del vestuario con los pies contra la puerta". "Este cabrón me va a hundir, me voy a tener que cambiar de destino", aseguraba entre lágrimas.
No fueron pocas las veces en las que el procesado se ponía el turno de noche la madrugada del viernes al sábado, cuando abandonaba su puesto para ir a casa de la guardia. Tocaba el telefonillo "insistentemente", ella le decía que se fuera, que iba a despertar a su hijo, pero él no cesaba hasta que la mujer abría. Ella llegó a desconectar el timbre, como confirman sus compañeros, que aseguraron en el juzgado que para ir a verla había que llamarla antes por teléfono.
En julio de 2012, ella se enteró de que estaba embarazada, se lo comunicó a su presunto acosador, pero solo encontró rechazo en él. "Saca eso de ahí, lo quiero fuera, tu no me vas a joder la vida, entérate bien", le gritaba mientras la sujetaba contra la pared. "Y déjate de llantos", le insistía durante unos días en los que cesaron las visitas nocturnas y las que tenían lugar en el vestuario, pero se incrementaron las amenazas para que abortara hasta el punto de que en una ocasión incluso llegó a darle un golpe en la barriga.
Le indicó que sacara dinero del cajero y que fuera a una clínica abortista, que él le iría dando el dinero poco a poco para que no se enterara su mujer. También le dio permiso para cogerse los días libres. Ante la insistencia y las amenazas, la mujer cedió y acudió a que le practicaran un aborto el 25 de julio de ese 2012. A pesar de que ella no confesó a nadie lo de su embarazo, la jueza instructora asegura que existen referencias a ello en los correos que enviaba el sargento a la guardia.
En diciembre de 2012, la compañera de la chica se fue de vacaciones. Ella trataba de no quedarse nunca a solas con su superior, salía por otra zona del edificio o se encerraba en el baño para evitar encontrarse con él. Pedía a otros funcionarios que se esperaran para salir con ellos y comenzó a usar aseos situados en otras dependencias. Ella no podía seguir atendiendo las demandas sexuales del sargento, que volvió a reaccionar con enfados y cambiándole los horarios.
Cuando ella comunicó al presunto acosador que estaba embarazada, solo encontró su rechazo. "Saca eso de ahí, tu no me vas a joder la vida", le gritó
Como consecuencia, durante unos días, la mujer tenía que levantar a su hijo a las cinco de la mañana, llevarlo con ella a su puesto de trabajo, donde el chico esperaba hasta la hora del colegio. Ella le preguntó que por qué hacía eso, pero él se limitaba a responder con malos modos. "Porque lo mando yo", decía el hombre, que también comenzó a cabrearse porque la mujer no le devolvía las llamadas. Él la obligaba a hacerlo cuando le hacía una perdida, pero llegó un punto en el que la chica decidió no contestar. Fue entonces cuando contó lo que ocurría a unos compañeros, que elevaron la queja ante la Dirección General de la Guardia Civil, que sin embargo no abrió expediente disciplinario debido a que ella "en todo momento negó el acoso y los malos tratos" y rechazó interponer denuncia contra el sargento.
El 13 de abril de 2013, según relata el auto judicial, a media tarde, el jefe ordenó a la empleada que fuera a patrullar con él en el vehículo oficial. El sargento condujo hasta un descampado, paró el coche, se desabrochó el pantalón y le sujetó con fuerza la cabeza para obligarle a que la agachara, pero ella opuso resistencia. Al no poder someterla, le golpeó la cabeza contra el volante y le mordió el cuello. Luego la llevó hasta el puesto malhumorado mientras la guardia lloraba. Una vez regresó ella a su puesto, el hombre entró en su despacho y le lanzó sobre la mesa un pañuelo manchado de semen. "Mira lo que te has perdido", le dijo.
Días después, la víctima puso los hechos en conocimiento de sus superiores, pero volvió a echarse atrás ante el temor, según el Juzgado Militar número 14, a que no la creyeran o a provocar un escándalo. Pidió perdón a la teniente C. S. a la que había anunciado lo que pasaba y se negó a denunciar con actitud -según la propia superior- "de miedo, vergüenza y agobio".
Según el escrito del juzgado, el procesado "no da explicaciones racionales y coherentes" a las pruebas presentadas en su contra, como los correos "humillantes y vejatorios, las llamadas telefónicas continuas y no atendidas" o los "cambios de servicios e incremento de tareas a la guardia". "Las presuntas agresiones sexuales denunciadas las define como relaciones tras la ruptura, esporádicas y mutuamente consentidas", explica el auto, que sin embargo concluye que el hombre sometía a la mujer para que esta atendiera sus deseos contra su voluntad "so pena de sufrir un mal mayor que podía ser físico" o que podía reflejarse en su trabajo a través de "cambios de servicios, mayor carga de tareas o pérdida del puesto".
"Las vivencias de terror y la reiteración de ofensas han llevado a la guardia a un trastorno psicológico complejo y grave" y los hechos, según el juzgado -que ha retirado el pasaporte al acusado pero le ha dejado en libertad con cargos-, merecen ser calificados como un delito de abuso de autoridad en su modalidad de trato degradante o inhumano en concurrencia con otro contra la libertad e indemnidad sexuales en concurso con lesiones psíquicas graves y maltrato.
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