Gregorio Morán | bez.es | 01/10/2016
Hay dos
maneras de verlo. O como el suicidio del PSOE, convertido en un partido
de barones corruptos, veleidosos, venales, generales mexicanos de la
revolución de Pancho Villa pero con el riñón cubierto. O reducirlo a lo
que un antiguo líder del partido, hoy marginado voluntario, Josep
Borrell, llama el golpe de Estado planificado por unos cabos chusqueros.
En una decisión de consecuencias
trascendentales, la cúpula del viejo PSOE, ajado y desconectado de
cualquier posibilidad de cambio, ha apostado por Rajoy y el partido más
corrupto que conoció España en su historia. Lerroux, político
chanchullero y símbolo de la maniobra y el chalaneo, cuyo Gobierno cayó
durante la II República por una chorrada de maquinita de juego conocida
como straperlo, era un caballero con botines al lado de estos saqueadores del Estado.
Da lo mismo. El
pacto de golfos en el que ha ido deviniendo la Santísima Transición
está llegando a sus estertores, pero les importa un carajo; aún creen que queda fondo para tirar unos años,
siempre y cuando la sociedad y la complicidad de los medios de
comunicación no dejen de ayudarles y protegerles. Instalarse en la
oposición, después de haber acumulado un suculento patrimonio y haber
traspasado todas las puertas giratorias, no es mal sitio. Da seguridad.
El soldado Sánchez, otro recluta, les ha
puesto frente a las cuerdas, lo cual dice mucho del talento de sus
adversarios… La oficialidad más rimbombante, con el asesor financiero
Felipe González a la cabeza, ha decidido que no se puede ir tan lejos.
¡Descabalgar a Mariano Rajoy! ¿Acaso están locos estos novatos?
Pocos gestos políticos como el de Felipe
González y sus barones echan tanta luz sobre la impostura de estos
trepadores que engañaron a sus votantes durante tantos años que hasta ni
la fe -y este es un país con mucha fe y demasiados creyentes- ha podido
resistir la engañifa. El portavoz de los lectores conservadores que siempre fue el ABC ha sido desbancado por el grupo Prisa,
que, como decía Borrell, que lo sufrió en sus carnes, es quien decide
quién debe ser el secretario general del PSOE. De momento, la que más
garantías les da es Susana Díaz, porque tiene muy claro cuál es el
enemigo a abatir. Y ese no es otro que Podemos. No hay que echarles de
las instituciones, pero sí colocarles en el lugar sin peligro que les
corresponde, por más que un par de comunidades socialistas se mantengan a
su costa.
No se dejen engañar por los argumentos de estos cabos furrieles con patrimonio de caudillos, no están discutiendo sobre si España se rompe o si hay referéndum.
Aquí la cuestión se reduce a algo muy simple: no se puede romper con
Mariano Rajoy y el PP porque eso en las actuales circunstancias sería un
terremoto ¡para ellos! Y esa opción pasa por aceptar el apoyo de
Podemos y, por tanto, el comienzo del desmoronamiento definitivo. Fuera
de los jóvenes contratados para hacer de fondo en los mítines del PSOE,
¿quién carajo menor de 30 años y que no es funcionario, o familiar bien
avenido, votaría por el PSOE? Como le ocurre al PP, son partidos de
geriátrico; cada vez reducen sus votos, pero como en cada elección se
vota menos, nos hacen creer que siguen siendo la representación de la
ciudadanía.
Están defendiendo sus privilegios como
la nobleza antigua, y serían capaces de todo con tal de que las
alfombras no fueran levantadas. ¡Vaya espectáculo, que
por razones obvias no estará en condiciones de hacer el PP, que le basta
y le sobra con lo suyo! Ya hubo en los años veinte y treinta del pasado
siglo peleas, incluso sangrientas, en el seno del PSOE, capitaneadas
por Indalecio Prieto, Largo Caballero y el sinuoso conspirador Julián
Besteiro, por citar a los más notorios. Pero aquello era un partido de
la clase obrera, que metía la pata, y mucho, pero no la mano. Pero estos
son como los vendedores de El Corte Inglés que ofrecen un producto y si
no le gusta, le enseñan otro. De momento no ofertan más que una crisis,
sin otro sentido político que “virgencita, que sigamos como estamos” o
iremos de cabeza al “aventurerismo”. Un partido moribundo donde se
asienta gente muy viva.
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