La imagen de Susana Díaz ha quedado achicharrada en esta operación: Susana ha ganado el mando, pero no la autoridad
En su victoria aplastante, el presidente de los sobres incluso podrá elegir qué opción le gusta más: disfrutar de la rendición del PSOE o forzar una repetición electoral
Ignacio Escolar 2/10/2016http://www.eldiario.es/escolar/gana-Susana-Diaz-Mariano-Rajoy_6_565253474.html En su victoria aplastante, el presidente de los sobres incluso podrá elegir qué opción le gusta más: disfrutar de la rendición del PSOE o forzar una repetición electoral
Quienes ahora toman el poder en el PSOE conquistan un
solar: lo que queda de Ferraz después del bombardeo, las consecuencias
de unos actos que no han sabido calibrar.
Los
críticos con Pedro Sánchez tenían razones y argumentos para plantear un
cambio en la Secretaría General. Pero el procedimiento empleado, este
golpe palaciego, y el lamentable desarrollo de la operación han dejado
en evidencia todas las miserias de un partido que hoy sufre un desgarro
brutal: una herida que toda la izquierda, todos los demócratas y todos
los ciudadanos también pagarán. Todos, no solo aquellos que decidieron
“coser el PSOE” a balazos, anteponiendo sus pequeños intereses
personales a los de su partido, su militancia, su electorado y su país.
La consecuencia más directa del espectáculo que ha dado
el PSOE estos días es que Mariano Rajoy ya puede fumarse un puro con
total tranquilidad. El primer partido de la oposición aún está dividido
sobre si es buena idea abstenerse o votar que no. El debate está
disparado y, después de este espectáculo, prolifera quien ahora
argumenta que no queda otra que ir a elecciones por el qué dirán.
Tal vez se vote. Tal vez no. El drama es otro: que ya se ha perdido
para siempre la pequeña posibilidad de cualquier otro Gobierno que no
pasase por Rajoy. En su victoria aplastante, el presidente de los sobres
incluso puede elegir menú: disfrutar de la rendición del PSOE o forzar
una repetición electoral que lleve a toda la izquierda a una derrota aún
mayor. Hasta esta semana, el PSOE habría podido imponer algunos
requisitos para su abstención; ahora será el PP quien en la práctica
ponga las condiciones. Por eso es Mariano Rajoy, y no Susana Díaz, el
gran vencedor.
Tras la gestora, es posible que la
presidenta andaluza tome del todo el poder de Ferraz. Que gane las
primarias dentro de unos meses, si es que se celebran. Que al fin se
convierta en secretaria general. Pero la imagen de Susana Díaz entre sus
propios compañeros y potenciales votantes ha quedado achicharrada en
esta operación. Susana ha ganado el mando, pero no la autoridad.
Las últimas horas de la caída de Pedro Sánchez han puesto en evidencia
lo peor de la política, todas las marrullerías de unos y otros: las
peleas por el poder a cualquier coste y las pequeñas miserias de un
partido y de quienes en él encuentran su forma de ganarse la vida, y se
juegan en guerras como esta su supervivencia personal. También en el
bando de Pedro Sánchez, cuyo comportamiento del último día demuestra en
gran medida por qué el secretario general ha conseguido aunar tantísimos
críticos en su contra. No fue solo porque presione y maniobre el poder
económico, que lo hace. No fue solo porque una parte de sus rivales
querían que se comiese el marrón de la abstención, pero sin ellos mancharse. No fue solo por el miedo de una parte del establishment
a que Sánchez pudiese lograr, a la desesperada, un pacto de Gobierno
con Podemos y una investidura con los independentistas: esta
posibilidad, y no la repetición de las elecciones, era su principal
temor.
El lamentable retraso de tantísimas horas para
que el comité siquiera pudiese empezar se debió a dos cuestiones más
propias de la parodia de una asamblea en la facultad: cuál era el orden
del día y cómo se iba a votar. Los de Susana Díaz argumentaban que el
orden del día era el de un Comité Federal ordinario porque eso era lo
que había aprobado la ejecutiva del lunes, aún completa. Los de Pedro
Sánchez, que el orden del día era el de un Comité Federal
extraordinario: el que planteó la ejecutiva en funciones el viernes y
que revocaba el del lunes. El debate era bastante ventajista por ambas
partes y relevante a la par porque un comité ordinario tiene ruegos y
preguntas, y en ellos se puede plantear una moción de censura. Pero en
un comité extraordinario solo se podía votar lo que pretendía Sánchez:
si había un congreso o no. Y Sánchez había dicho una cosa y la contraria
sobre qué pasaría si perdía la votación: que no dimitiría si perdía (el miércoles en eldiario.es) y que dimitiría si perdía (el viernes en rueda de prensa sin preguntas).
En cuanto a la manera de votar, los escollos eran dos: si el voto era
secreto y si podía votar la ejecutiva en funciones. Los de Sánchez
pedían voto secreto porque pensaban que así podrían evitar la presión de
los barones y ganar algunos votos más. Y es cierto, como decían los
críticos, que el voto secreto ni aparece en los estatutos ni es lo
habitual en un Comité Federal. Pero también es cierto, como decían los
de Sánchez, que –hasta que llegaron las primarias– los delegados de los
congresos socialistas elegían al secretario general con voto secreto, y
éste no era un Comité Federal muy normal.
Respecto a
la ejecutiva en funciones, los críticos planteaban que ni Sánchez ni
nadie de su equipo más cercano podía votar, ya que la dimisión de los 17
que se habían ido el miércoles dejaba sin puesto a los otros 18 que aún
seguían. Para resolver la cuestión, pedían que decidiese la Comisión de
Garantías: un órgano de cinco personas donde los críticos tenían la
mayoría. El planteamiento era bastante cuestionable. En palabras, de
José Antonio Pérez Tapias: "La Comisión de Garantías es como el Defensor
del Pueblo, no puede dirimir cuestiones del Constitucional".
Durante horas, el debate estuvo bloqueado entre ambas mitades del
partido con pequeños avances y nuevos retrocesos. Los críticos no
querían ceder, pero los de Sánchez mantenían el control sobre la mesa
del comité por dos a uno y tampoco cedían. Durante más de ocho horas el
Comité Federal no pudo avanzar. El empate colapsó por un enorme error de
Pedro Sánchez que muchos de los críticos tacharon de pucherazo:
intentar iniciar la votación en una urna por la vía de los hechos cuando
aún no estaba pactada esa decisión.
El planteamiento
de su ejecutiva de pedir voto secreto era razonable. No lo fue intentar
imponer el voto en una urna sin pactarlo con los demás. Con ello,
Sánchez perdió a varios de sus defensores de estos días –como José
Antonio Pérez Tapias o Josep Borrell–, y cosechó ante los críticos una
derrota aún mayor. Tras el episodio de la votación secreta frustrada, la
resistencia de Pedro Sánchez se hundió. Los críticos solo necesitaban
el 20% de las firmas para plantear una moción de censura, pero
recogieron más de la mitad: 129 de 253. La mesa del comité –mayoría
pedrista por dos a uno– se negó a permitir la votación, de nuevo con el
argumento de que el comité federal era extraordinario. Y al final, ya
rendidos, los de Sánchez aceptaron la votación a mano alzada de la
propuesta del congreso, incluyendo los votos de lo que quedaba de
Ejecutiva. Y en ella Sánchez perdió.
Quienes creen en
el PSOE que lo ocurrido estos días no es tan grave, no es para tanto,
no es tan tremendo o que muy pronto se olvidará cometen otro error más.
Los navajazos en política han existido siempre. Los rebeldes han tomado
así Ferraz porque es la fórmula habitual: con mucha táctica, mucho
juego sucio y poca valentía. Está en su naturaleza, como en la del
escorpión. Exactamente las mismas artes que aplicaron aquellos que
resistían en Ferráz. Las traiciones, las conspiraciones, los golpes
bajos o las presiones han sido siempre la fórmula habitual de alcanzar
el poder en estas organizaciones especializadas justamente en eso: en
luchar por el poder.
Es terrible la contradicción:
quienes gestionan la democracia no creen en la democracia para
solucionar sus conflictos. Creen más en el poder. Pasa en el PSOE, pasa
en IU, pasa en Podemos y pasa en el PP. Es lo que aprenden desde
pequeños, en los juegos del hambre de las juventudes. Es su forma
habitual de trabajar e incluye, para el derrotado, la posible
reinserción. Hace dos años, Rubalcaba perdió la anterior guerra; hoy ha
sido parte destacada en esta nueva conspiración.
Por
eso, cuando urdieron sus planes, los críticos no reflexionaron un poco
más sobre las consecuencias, hoy evidentes, de su acción. Iban a matar a
Sánchez con las mismas triquiñuelas de siempre, ni menos ni más. Las
mismas que emplea Susana Díaz en Andalucía. Las mismas que gastaban
Pedro Sánchez y César Luena en Madrid. Las mismas con las que se la
jugaron a Eduardo Madina en las primarias. Las mismas que emplearon hace casi dos décadas contra Borrell.
No calcularon que Sánchez estaba en mitad de la plaza, rodeado de focos
y bajo permanente observación. No midieron que no podían matar a
Sánchez al estilo de la vieja escuela, como en su momento arrinconaron
internamente a Zapatero; o como hicieron descarrilar a Carme Chacón en
aquellas primarias de 2011 que jamás se llegaron a celebrar. No
evaluaron las consecuencias de derrotar por esta vía al primer
secretario general del PSOE elegido directamente por la militancia; un
líder arrinconado por los suyos que, en el último momento, decidió
lanzar un último órdago para sobrevivir.
La novedad
no estuvo en los navajazos, sino en su impúdica exhibición, provocada
por la torpeza de los amotinados y por el momento de excepción: por la
sospechosa unanimidad de la prensa a la hora de explicar lo malísimo que
es Pedro Sánchez y lo buenísimo que es para el PSOE y para España la
muy responsable abstención. Al menos son coherentes en algo: la prensa
pide la gran coalición porque esa misma prensa –en sus calcados
editoriales, en sus simétricas portadas–, hace ya mucho tiempo que la
firmó.
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