viernes, 27 de enero de 2017

Trabajadores sin hogar, de Elise Gazengel

Un 11% de las personas acogidas en Barcelona tiene un contrato laboral. En algunos albergues, la cifra se dispara a casi la mitad de sus ocupantes - Elise Gazengel  25 de Enero de 2017 
Son las 8.30 de la mañana en un centro para personas sin hogar de Sarrià, uno de los barrios más ricos de Barcelona. En el patio, varios hombres desafían el frío invernal para fumar su primer cigarrillo de la mañana, tras el desayuno. Algunos ya se fueron o no tardarán en irse al trabajo. Según el último informe de evaluación de 2016, en este centro de 90 plazas, de la entidad San Juan de Dios - Servicios Sociales, el 35 % de las personas que residen en él tiene contrato de trabajo. 
Raúl espera en una butaca de la entrada. Ha preferido que la entrevista tuviese lugar en un sitio que conoce. Está algo nervioso. “Al entrar aquí otra vez me he sentido raro”, explica. Él solía venir a comer cuando dormía en un albergue de la Fundación Pere Tarrés. Después, consiguió una plaza en otro centro de San Juan de Dios, el de Creu de Molers en el barrio de Poble Sec, que está orientado a la reinserción laboral. Casi la mitad (el 47%) de las 52 personas que llegan a este centro tiene un empleo con contrato. 
Hoy, Raúl está en el programa de pisos y comparte con otro compañero un techo prestado temporalmente por la misma entidad, por un precio simbólico de unos 100 euros. No quiere que se sepa su edad aunque nadie le echaría más de 40 años. En su jersey, las siglas de la empresa en la que trabaja desde hace dos meses le sirven de apoyo para disculparse por la temprana hora: “Es que después no puedo quedar porque tengo que irme corriendo al trabajo y tardo una hora y 45 minutos en ir allá”. Allá es San Cugat, un municipio limítrofe de la Ciudad Condal, donde trabaja en una empresa de logística de transportes. 
La precariedad laboral incrementa el fenómeno
Para Albert Sales, asesor del Ayuntamiento de Barcelona y coordinador del plan de lucha contra el sinhogarismo, las personas sin hogar que tienen un empleo son un fenómeno creciente desde los años noventa. El politólogo, que correalizó también la Diagnosis 2015 sobre la situación del sinhogarismo en la capital catalana, recuerda que algunos albergues tuvieron que flexibilizar sus horarios de entrada y salida porque algunos de sus residentes trabajaban y no podían llegar a la hora de la cena. 
De las casi 3.000 personas sin techo en Barcelona, 941 duermen en la calle y 1.907 están alojadas en equipamientos de la Red de atención a personas sin hogar 
En Barcelona, de las casi 3.000 personas que están sin hogar, 941 duermen en la calle y 1.907 están alojadas en equipamientos de la Red de atención a personas sin hogar (XAPSLL), formada por 32 entidades y el Ayuntamiento.  Según la última Diagnosis publicada, el 10,89 % de las personas que viven en estos equipamientos tiene empleo con contrato. En 2012 era un 4,10%. 
Raúl forma parte de este porcentaje de personas con empleo que sigue sin poder tener un hogar propio. En principio, el programa de pisos de San Juan de Dios tiene una duración de seis meses aunque, según su director, Joan Uribe, es cada vez más difícil cumplir los plazos establecidos ya que muchos necesitan más tiempo para estabilizar su situación. Y, para él, esta tardanza tiene una gran culpable: la precariedad laboral. 
“El ‘precariado’ no es una noción nueva, nace en los años ochenta, pero lo que vemos hoy es la forma más radical de la expresión de este concepto: personas que están trabajando, pero que siguen teniendo que vivir en centros y pisos para personas sin hogar. El gran problema hasta hace poco es que no había empleo, ahora el gran problema es que sigue sin haber suficiente, pero gran parte del empleo que hay es absolutamente precario tanto a nivel de salario como de condiciones”, critica Joan Uribe, director de San Juan de Dios - Servicios Sociales, que también realizó la Diagnosis sobre sinhogarismo.  
Aunque tengan trabajo, Uribe explica que las personas no salen de manera inmediata de los equipamientos. La XAPSLL prefiere acompañarles durante un tiempo para que puedan ahorrar una cierta cantidad que les permita alquilar una vivienda, o más bien una habitación, pagando la fianza y un mes de adelanto. Para Sales, la salida de estas personas de los recursos sociales es cada vez más complicada por la combinación entre precariedad laboral y requisitos para acceder a una vivienda.
A la precariedad laboral se añade la subida del precio del alquiler. Con un precio medio de 15,15 euros por metro cuadrado, la capital catalana es la ciudad española con los alquileres más caros
Según él, “muchas veces, se conseguía que salieran de los equipamientos para irse a vivir en una habitación de realquiler en situación de absoluta inestabilidad y con un trabajo extremadamente precario que les permitía pagar la habitación hasta que volvían a perder su empleo y entonces recaían en situación de sin hogar”. Tanto Sales como Uribe coinciden: la tasa de recaída es imposible de calcular, pero es una realidad que ambos comprueban cada día. 
A esta precariedad laboral se añade la subida del precio del alquiler en Barcelona. Con un precio medio de 15,15 euros por metro cuadrado en 2016, la capital catalana ya es la ciudad española con los alquileres más caros, según el informe La vivienda de alquiler, elaborado por Fotocasa y presentado el pasado 17 de enero. En comparación con el año 2014, el alquiler ha subido un 44% en la Ciudad Condal. 
Reinserción laboral insuficiente
Raúl firmó su primer contrato gracias a su agente de inserción laboral cuando aún vivía en un albergue. Los fines de semana, por poco más de 200 euros al mes, trabajaba en El Papiol, a unos 20 kilómetros de Barcelona, conduciendo un vehículo de limpieza de las calles. Un sueldo que no era suficiente para independizarse de la XAPSLL.  
A finales de noviembre, a los pocos días de conseguir una plaza en el centro Creu de Molers de San Juan de Dios, tuvo la oportunidad de firmar un contrato de trabajo para personas en riesgo de exclusión social con una empresa de logística, a jornada completa, de 11h a 19h, de lunes a viernes, por unos 1.050 euros al mes. Aun así, Raúl no quiso renunciar a su trabajo de fines de semana: de 16h a 21h los sábados y de 9h a 14h los domingos. Hoy, trabaja siete días a la semana.
“Es cansado, pero el cuerpo se acostumbra. Estos dos sueldos me van a permitir ahorrar un poco de dinero para poder irme más rápido del piso de San Juan de Dios. Además, siempre es necesario tener un colchón pequeñito por si me echan o cierran la empresa, para no volver a caer, tener un poco de margen y no estar preocupado otra vez porque no tendría dinero para comer”, confiesa Raúl.  
Para él, sólo el trabajo podría sacarle de una situación a la que jamás había pensado poder llegar. “Barcelonés de toda la vida”, vivía en un piso con su pareja desde hace 13 años, tenía un empleo en una empresa de logística de transporte, un buen cargo y un buen sueldo: algo más de 1.600 euros. Su empleo empezó a tambalearse a la vez que su relación. Su jefe le propuso pagarle en negro una temporada, pero acabó cerrando la empresa. Y su relación terminó. 
Cuando tienes una vida normal, piensas que ahí todos son borrachos, drogadictos o vagos, pero no es así
Se tuvo que mudar a un estudio. Entró en una depresión y no la trató. Al cabo de unos seis meses sin trabajar, ya no le quedaban ahorros. Sin contacto con su familia desde hace años, gracias a tres amigos Raúl tocó a la puerta de los servicios sociales de Barcelona, aunque reconoce que, al principio, “cuando tienes una vida normal, piensas que ahí todos son borrachos, drogadictos o vagos, pero no es así”. 
Según él, mucha gente sin hogar está preparada para el mercado laboral: “Ahí he convivido con educadores sociales, con gente que había trabajado en restaurantes de lujo e incluso con un hombre que tenía dos carreras y había sido profesor... parecía el director del centro”. Uribe confirma la sensación: “Hace unos años la trayectoria académica y profesional de los que atendíamos podía ser más reducida, pero ahora, aunque sea un pequeño porcentaje, encontramos a gente con carreras y experiencia profesional sólida en situación de sin hogar”. 
Del porcentaje de personas con empleo en los centros de San Juan de Dios, la gran mayoría tiene un trabajo de pocas horas que no les permite vivir. Y, pese al incremento del porcentaje de personas que consiguen un empleo cuando salen del centro (alrededor del 70% ), muchos no consiguen aún la estabilidad necesaria. Para Uribe, la reinserción laboral ya no es una solución al sinhogarismo. “Hoy, habría que añadir muchos adjetivos al término de reinserción laboral para que sea eficaz: tiene que ser estable, no precaria y con un salario suficiente”, concluye Uribe.
Sales prefiere no enfocarse en el trabajo ya que, según él, “pensar que la reinserción pasa por el empleo es absurdo: la precariedad y el mercado laboral excluyen a un gran porcentaje de la población”. Así, explica que el ayuntamiento está trabajando en varias iniciativas para intentar erradicar el sinhogarismo en la ciudad. El presupuesto dedicado a esta problemática se aumentará en 10 millones, hasta alcanzar los 36 millones de euros, a los que hay que añadir cinco millones en concepto de inversión para revisar los equipamientos específicos. 
Raúl está seguro de que su trabajo le permitirá salir adelante. El contrato para personas en riesgo de exclusión social sólo puede prolongarse hasta dos años y medio, pero él confía en que sus jefes le hagan un contrato “normal” en breve. Además, cree que en cuatro meses, al terminar el plazo de su estancia, tendrá suficiente dinero ahorrado para irse del piso de San Juan de Dios y dejar también el empleo de los fines de semana para trabajar “sólo” de lunes a viernes, “como las personas normales”.  
Raúl sueña con estabilizarse y, sobre todo, con “no depender más” de una entidad. ¿Su nuevo hogar? Seguramente un piso compartido en el extrarradio de Barcelona. A estos centros quiere volver, sí, pero para seguir saludando y agradeciendo a todas las personas que le ayudaron. Al nombrarlas y recordarlas, se emociona. Ya es hora de irse a trabajar con la sonrisa más sincera que uno se podría imaginar: “Mi jefe siempre me dice que estoy de buen humor, pero es porque sé que esto me permitirá no volver atrás”. 

Autor

Elise Gazengel

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