26 enero 2017 http://www.attac.es/2017/01/26/neofascismo-la-fase-superior-del-neoliberalismo/   Javier de Rivera - Público.es
Las promesas de Trump de se van a romper en mil pedazos cuando sus 
votantes descubran a qué se refiere la oligarquía económica con hacer 
América “grande” otra vez.
Son promesas que suenan bien para quienes se oponen a los efectos del
 neoliberalismo. El nuevo patriarca promete ponerle freno a la 
deslocalización de las empresas, devolver el poder a la “gente”, acabar 
con el enriquecimiento de los políticos, ocuparse de lo nacional/local 
primero, llevarse bien con otros países, y sobre todo generar riqueza 
para todos.
Es un discurso que coincide con muchos de los objetivos de la 
izquierda, especialmente en sus vertientes patriotas-populistas, por su 
apelación a la “patria” y a la “gente”. Por otro lado, hay que reconocer
 que quien escribe el guión de la vida política de Trump es un genio 
diseñando discursos seductores, transversales y potentes.
El truco es muy sencillo: sus promesas son falsas. Cualquiera de sus 
medidas servirá para incrementar la desigualdad generado por las 
políticas neoliberales, no para revertirlo. Sus promesas recuerdan a 
esas historias en las que un demonio te concede un deseo y, pidas lo que
 pidas, siempre se las arregla para volver el deseo en tu contra.
Cuando habla de devolver las fábricas a EEUU, no se refiere a la 
creación de un sistema productivo más justo y sostenible, sino a generar
 dentro de su propio país las condiciones de vida pauperrimas que 
existen en los países “en desarrollo”. A simple vista, esto puede 
parecer positivo: “así los americanos probarán las condiciones de 
explotación a las que sometían a otros países”.
Sin embargo, la estrategia supone una degradación del régimen de 
protección social y laboral de EEUU, y por lo tanto del “estándar 
internacional” de lo que es aceptable hacer. En el orden neoliberal la 
desigualdad se exporta a terceros países, y se oculta la explotación de 
unos países por otros detrás del sistema de comercio internacional. En 
el neofascismo, las condiciones de explotación se generalizan y se 
justifican culturalmente.
Además, en términos macroeconómicos, la deslocalización de las 
empresas a los países en desarrollo genera un excedente que poco a poco 
da lugar a ciertos derechos laborales. A través de la explotación masiva
 de su población, estos países construyen su “desarrollo” económico. 
Éticamente, esto es inaceptable, pero lo cierto es que con esta 
estrategia países como China han mejorado su posición geopolítica y se 
han convertido en agentes centrales del mercado internacional.
Para corregir estos efectos no deseados (por la élite económica) del 
neoliberalismo, el sistema tiene que evolucionar hacia el neofascismo, 
como vía para seguir favoreciendo los proceso de acumulación de poder y 
capital. Del mismo modo, en el siglo XIX el capitalismo industrial de 
dimensión nacional tuvo que expandirse por medio del imperialismo, tal 
como explicaron las famosas tesis de Lenin y Rosa Luxemburgo, descritas brillantemente en la actualidad por David Harvey.
La vía de Obama y Clinton consistía en equilibrismos geoestratégicos y
 financieros para mantener viva la ilusión de que el capitalismo es 
compatible con la igualdad, los derechos civiles y la justicia 
internacional. Una versión cada vez menos creíble. En cambio, el 
proyecto neoliberal ha logrado que el deseo de crecimiento económico no 
se cuestione como objetivo social prioritario. Así, al descubrir que la 
igualdad y la justicia social no son compatibles con la economía de 
mercado, parecerá lógico dejarlos atrás para “ser grandes otra vez”.
En definitiva, aunque Trump ponga fin a algunos tratados de libre 
comercio, su victoria no representa un retroceso del neoliberalismo, 
sino su evolución hacia un estadio superior en el que se intensifican 
las relaciones de dominación y degradación de los lazos sociales.
Su plan incluye incrementar el gasto militar, que es el único gasto 
público que los conservadores consideran aceptable. Esto propiciará 
nuevas aventuras bélicas, que puede que no se limiten a amedrentar a 
países débiles con los que se atrevía Obama, y que vayan más allá.
También ha anunciado medidas contra la agencia de protección 
ambiental (EPA) para favorecer el desarrollo industrial, lo que 
inevitablemente implicará más desastres ecológicos, más cambio climático
 y mayor contaminación de los océanos.
Ha prometido desmantelar todo vestigio de protección social, 
empezando por la sanidad para aumentar la indefensión de las clases 
bajas; y siguiendo con la educación que quieren hacer “grande otra vez” 
por medio de la financiación pública de escuelas privadas.
Muchas de estas políticas se oponen al legado de Obama, pero en el 
fondo no son más que la expresión desnuda de la misma tendencia 
económica hacia la polarización social. Lo que se destruyen son los 
parachoques con los que se pretendía hacer la transición más llevadera. 
Después de todo, es posible que no hagan falta, cuando el neofascismo 
logra instalarse sobre una nueva cultura basada en la mentira, las 
noticias falsas y los prejuicios xenófobos. Es decir, cuando el empleo 
de la fuerza y la opresión se justifican por la promesa de bienestar 
económico.
Los neoliberales solo tenían que convencernos de que la “libertad del
 mercado” es la base de una sociedad mejor; se limitaban a mantener una 
mentira—muy grande—sobre la que justificar un sistema de opresión. Los 
neofascistas en cambio van a por todo el pastel: que no quede germen de 
verdad, para que toda la fuerza del pensamiento manipulado y asustado de
 la población se implique en la intensificación de la dominación social.
Ante este cambio, es importante valorar adecuadamente la situación 
para evitar que, en la comparación con Trump, los neoliberales de la 
globalización se presenten como adalides de la libertad y la justicia 
social. Ambos sistemas responden a un mismo impulso, por lo que la 
respuesta debe ser la misma: luchar por el desarrollo de una mayor 
conciencia social y mantener vivas las iniciativas de resistencia.
Javier de Rivera es Profesor coordinador del Máster CCCD, miembro del grupo de investigación Cibersomosaguas y editor en Teknokultura
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