Pocas frases podrían resumir tan perfectamente el contenido de este artículo, como la que reza su propio título. Una frase que sintetiza el acoso callejero, una conducta normalizada y aceptada en un mundo hombruno, patriarcal y machista donde no se respeta, ni reconoce el espacio femenino. Si eres mujer y estás leyendo, seguramente comprenderás mi reflexión. Si eres hombre espero que sigas leyendo y que la reflexión, si nunca te lo habías planteado, la hagas tú.
Según la definición que le da el diccionario de la RAE, un piropo es un ‘dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer’,
lo leo y pienso si la definición sería la misma si en la RAE sus
sillones no fuesen propiedad fálica, ya que sólo los han ocupado 7
mujeres frente a más de 1000 hombres… pero eso es otro tema del que ya
escribiré otro día.
He intentando comprender por activa y
por pasiva la verdadera intención del “macho” que le suelta sin ningún
pudor a una mujer, a la que no conoce de nada, una bestialidad semejante
a la del hambre que puede pasar su “culito”. A lo
mejor, en su primario razonamiento (dando por supuesto que este tipo de
seres razonan, lo cual es ser muy generosa con ellos, lo reconozco)
esperan que, la mujer a la que han dedicado su “poético piropo”, se gire
extasiada y arrancándose la ropa le grite “tómame, soy tuya…”.
Reconozco que me he ido al lado más
radical y ofensivo del mal llamado “piropo”, cuya involución ha pasado,
sin transición, del “Quien fuese baldosa, para que me pise esa
diosa”…al… “Te comía hasta la goma de las bragas”. Y aquí es donde me
paro y me pregunto ¿Por qué tenemos que soportar las mujeres esta
diarrea mental y verbal de la que hacen gala algunos hombres?
Y es que hay días que, desde que ponemos un pie en la calle hasta que volvemos a la seguridad del hogar las mujeres nos enfrentamos a un tipo de violencia verbal y acoso que no sólo no se condena, si no que se aplaude y jalea.
Parece que se ha convertido en una competición a ver quién la suelta
más gorda, sintiéndose en pleno derecho de hacerlo, que para algo son
“hombres”. Y por mucho que te den ganas de sacar un spray pimienta del
bolso y ponerte a rociarles como si no hubiese un mañana, o directamente
echas de menos tener una motosierra a mano…La opción más fácil y segura
es agachar la cabeza, apretar el paso y sentir como la humillación e incluso el miedo recorre como un latigazo todo tu cuerpo.
Responder airadamente con algún improperio es otra opción, pero
entonces se nos acusa de locas amargadas a las que les hace falta un
buen meneo (por decirlo finamente).
Curiosamente, durante la dictadura de Primo de Rivera
(una dictadura con cierta paz y orden, como diría actualmente alguien
de idéntico apellido) se prohibieron los piropos por considerarlos
“faltas contra la moralidad públicas”, no sé qué pensaría el “pobre”
José Antonio si levantase la cabeza y escuchase las barbaridades que
tenemos que soportar las mujeres a día de hoy, pero seguro que se hacía el harakiri con una de sus famosas lanzas falangistas.
No me voy a extender más aunque podría
llenar páginas enteras de miradas que te atraviesan y te hacen sentir
desnuda y sucia sin tocarte, silbidos que te reclaman como si fueses un
perro, tocamientos “involuntarios” y roces inadecuados… ¿Os suena la historia verdad?
Y es que, lo mires como lo mires y lo queramos reconocer o no, los
piropos son una invasión del espacio y de la privacidad, una opinión
que las mujeres no pedimos, una intromisión en nuestra intimidad y una
agresión verbal que debería estar contemplada en el Código
Penal. Y a los que aleguen que eso sería ir en contra de la libertad de
expresión les respondo… su libertad acaba donde empieza la mía y yo
quiero caminar tranquila y libre por la calle sin sentir sus miradas
lascivas, sus absurdos comentarios sobre mi anatomía y sobremanera, no
les importa, ni es asunto suyo… lo maravillosamente alimentado que está
mi culo.
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