martes, 11 de abril de 2017

El rumor de la poesía en Bucarest, de Francisco González Tejera


Francisco González Tejera | Viajando entre la tormenta | 13/01/2017
Bucarest se tornaba inmensa cuando recorríamos sus anchas alamedas, la gente iba y venía de sus trabajos aquel verano del 87. Hacía frío cuando el día oscurecía antes de las seis de la tarde, jamás nos hicimos una idea de lo que era el comunismo, vimos situaciones que nos gustaron, otras no, fuimos incapaces en nuestra juventud de comprender que ningún sistema es perfecto, aunque la gente demandara cambios no eran conscientes de lo que se avecinaba.
A los pocos años un día de Navidad de 1989 pude ver en televisión el polémico vídeo de la ejecución del presidente de la República Socialista de Rumanía, Nicolae Ceausescu y de su mujer Elena, aquel sumario a unas personas atónitas que pensaban haber dedicado su vida al servicio  del pueblo, que no entendieron por qué los fusilaban contra el muro del cuartel militar de Targoviste, situado a 80 kilómetros de la capital, ahora convertido en museo, donde por 1,5 euros se puede ver la cama donde la pareja pasó sus últimos tres días, los viejos muebles, un teléfono negro sin respuestas y el muro del fusilamiento, todavía oscurecido por el impacto masivo de las balas.
Ha llovido mucho desde ese cambio propiciado por la presión de occidente y la financiación de esa “revolución”, tal como hacen en la actualidad en Libia, Siria, Irak, Afganistán, Yemen…
La caída de tantos muros en cada uno de los países de Europa del Este tras la desaparición de la Unión Soviética; las ansias de libertad de gran parte de sus pueblos y la imagen de un capitalismo de prosperidad, buenas comidas, ropas de moda, cochazos y chalés adosados a la americana, se tornó en algo infernal en menos de una década.
Hablando estos días con varios rumanos que sobreviven en la diáspora del exilio económico, la miseria y la exclusión social en Canarias he aprendido muchas cosas. Personas que ni siquiera tienen ideología y que ni mucho menos son comunistas, me cuentan que la situación de su país en este 2017 es insostenible, que la gente se muere en la calle de hambre y frío, que cada día hay más niños sin familia que deambulan sin destino ni cobijo, que los sueldos en su mayoría de menos de 200 euros no permiten que las familias puedan tener una vivienda digna. Que la mafia gobierna cada estamento del estado, que el crimen organizado viaja en coche oficial, ocupa oficinas de ministerios y saquea el escaso patrimonio de un país destrozado por el neoliberalismo.
“Si no tienes dinero y enfermas te mueres”, no existe amparo por parte del Estado, “la única salida que nos queda es marcharnos de nuestra patria, vender lo poco que tenemos y tratar de prosperar en otra parte”.
Me hablaron de cómo antes en la “dictadura” comunista “había trabajo para todos, no había lujos pero había comida, te podías comprar un coche, una vivienda, la educación y la sanidad eran gratuitas”. “Los escaparates estaban casi vacíos pero no te morías de hambre como ahora que están llenos pero no puedes comprarte casi nada”. “Era imposible hacerse rico, ¿pero es que acaso en el capitalismo puedes ser millonario honradamente?”
A mi pregunta de qué les parecía lo mejor, ¿si antes o ahora?, me dijeron contundentes, con los ojos enrojecidos, que antes, que antes, que antes, que “en el comunismo al menos vivíamos con dignidad, podíamos irnos de vacaciones pagadas por el gobierno, no nos dejaban salir a otros países, no era fácil, pero ahora salimos y nos vamos directos al abismo, a sobrevivir en condiciones de semiesclavitud como en la Aldea de San Nicolás (Gran Canaria), donde algunos, los más afortunados, trabajamos en los tomateros y las plataneras de sol a sol por menos de 500 euros”.
El recuerdo de una osa parda cruzando la carretera con sus dos crías en una zona boscosa de los Cárpatos rumanos se me quedó grabado para siempre, esta inmensa superficie que alberga más de un tercio de todas las especies de plantas de Europa, donde los linces, las gamuzas y las manadas del majestuoso lobo europeo recorren parajes mágicos.
Aquella hermosa imagen está ahora empañada por los ojos tristes de estos hombres sin destino, sin esperanza, sin salida, un pueblo masacrado por las políticas criminales del capital, con altos índices de mortalidad infantil, que bate récords junto a España en cifras de personas en exclusión social, suicidios por motivos económicos, hambre y corrupción política.
Ojalá esa brisa fresca que acarició nuestra piel en los 80 se torne cuanto antes en martillos de justicia, en hoces de conciencia social: las que expulsen para siempre la maldad de un territorio sembrado en estos tiempos de tristeza, oscuridad y genocidio.

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