Afirmaba Borges de los peronistas que no eran ni buenos ni malos,
sino incorregibles. Algo parecido se podría decir de Susana Díaz por sus
ademanes y muecas políticas tras su abrumadora derrota en las primarias
del PSOE. Cuando la actividad política se ha sustanciado
exclusivamente, como es el caso de Díaz, en luchas menudas y cainitas
por el poder y en el resto de la experiencia pública “manca finezza”,
en expresión de Andreotti, es fácil que el esperpento acabe siendo un
daguerrotipo fiel de nuestros actos políticos. El mal encaje de la
derrota y su actitud manifiesta de seguir subvirtiendo, desde las
trincheras de Andalucía, la voluntad mayoritaria de la militancia del
partido define una psicología política egocéntrica e intrigante que
tanto daño le puede hacer al PSOE. Susana Díaz siempre ha pretendido representar el papel de Charlot
y el del chico al mismo tiempo, el vagabundo convertido en cristalero y
que dispone de la ayuda del niño, que rompe a pedradas los cristales
que luego él reparará, crear el problema para ser la solución, o yo o el
caos, en un exceso de ambición, interés personal y desprecio a la
democracia interna,
Pero el mesianismo tiene sus límites y por mucho que quisieran las élites, los viejos dinosaurios, la Brunete mediática y sus adoradores clientelares, que a cada paso de Susana Díaz brotara en el suelo que pisaba un loto como al Buda recién nacido, las carencias políticas y culturales de Díaz fueron un mal cálculo para tantas expectativas. Y, sobre todo, un exceso el hecho de que el Partido Socialista durante dos años haya estado sometido a la ambición caprichosa y al maquiavelismo de aldea de Díaz, después de que Griñán le regalara el poder en Andalucía junto a una lista de libros que le recomendó que leyera (Griñán tendría que haber sabido que a la política hay que llegar ya con las lecturas hechas).
La militancia se ha expresado con una rotundidad manifiesta: quieren un PSOE que recupere su identidad ideológica, sus valores, para configurar una clara posición y función en la sociedad, que construya una alternativa que acometa la regeneración de la putrefacta vida pública española, que reforme el Estado para liberarlo de los intereses y las inercias culturales postfranquistas y todo ello en alianza con la mayoría social, las clases populares y el mundo de la cultura. La reconstrucción del mismo partido abriendo las ventanas a la participación de la militancia en la toma de decisiones. Intentar malparar esta voluntad mayoritaria de las bases es, simplemente, actuar perversamente en contra de los intereses del Partido Socialista y de la propia nación que tanto necesita un PSOE instrumento de cambio. No se trata de hacer trincheras sino convertir en peldaños los muros de aquello que pueda separar. De que no ocurra lo que advertía Azaña: las cosas grandes, las gentes pequeñas las estropean.
Shakespeare le hace decir a Gloster en su obra que lleva el nombre del último monarca de la Casa de York: “¡Hago daño y grito el primero! ¡Las malas acciones que urdo secretamente las coloco sobre la gravosa carga de los demás!” Esta metafísica utilitarista y malévola que el genial escritor pone en boca de Plantagenet, es una línea de actuación recurrente cuando la política, despojada de valores e ideología, se sustancia en la estólida lucha por el poder y la influencia. Un camino que no puede volver a recorrer el Partido Socialista. Porque una sociedad donde se han abolido los ideales, los sueños de dignidad, de respeto a la vida y de convivencia pacífica entre las personas, se enfanga en los intereses individuales y grupales y pierde el sentido del bien vivir en común. Es la instauración del plebeyismo del que hablaba Ortega como consecuencia de la democracia morbosa. Plebeyismo en cuanto a la carencia de altura de miras, de principios, de la política concebida como un impulso ético encaminado al bienestar colectivo.
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OTRA COSA: Acto lúdico solidario - Plataforma de Afectados por Hepatitis C. vie MAY26 18:30 · Puerta del Sol Madrid ·
Pero el mesianismo tiene sus límites y por mucho que quisieran las élites, los viejos dinosaurios, la Brunete mediática y sus adoradores clientelares, que a cada paso de Susana Díaz brotara en el suelo que pisaba un loto como al Buda recién nacido, las carencias políticas y culturales de Díaz fueron un mal cálculo para tantas expectativas. Y, sobre todo, un exceso el hecho de que el Partido Socialista durante dos años haya estado sometido a la ambición caprichosa y al maquiavelismo de aldea de Díaz, después de que Griñán le regalara el poder en Andalucía junto a una lista de libros que le recomendó que leyera (Griñán tendría que haber sabido que a la política hay que llegar ya con las lecturas hechas).
La militancia se ha expresado con una rotundidad manifiesta: quieren un PSOE que recupere su identidad ideológica, sus valores, para configurar una clara posición y función en la sociedad, que construya una alternativa que acometa la regeneración de la putrefacta vida pública española, que reforme el Estado para liberarlo de los intereses y las inercias culturales postfranquistas y todo ello en alianza con la mayoría social, las clases populares y el mundo de la cultura. La reconstrucción del mismo partido abriendo las ventanas a la participación de la militancia en la toma de decisiones. Intentar malparar esta voluntad mayoritaria de las bases es, simplemente, actuar perversamente en contra de los intereses del Partido Socialista y de la propia nación que tanto necesita un PSOE instrumento de cambio. No se trata de hacer trincheras sino convertir en peldaños los muros de aquello que pueda separar. De que no ocurra lo que advertía Azaña: las cosas grandes, las gentes pequeñas las estropean.
Shakespeare le hace decir a Gloster en su obra que lleva el nombre del último monarca de la Casa de York: “¡Hago daño y grito el primero! ¡Las malas acciones que urdo secretamente las coloco sobre la gravosa carga de los demás!” Esta metafísica utilitarista y malévola que el genial escritor pone en boca de Plantagenet, es una línea de actuación recurrente cuando la política, despojada de valores e ideología, se sustancia en la estólida lucha por el poder y la influencia. Un camino que no puede volver a recorrer el Partido Socialista. Porque una sociedad donde se han abolido los ideales, los sueños de dignidad, de respeto a la vida y de convivencia pacífica entre las personas, se enfanga en los intereses individuales y grupales y pierde el sentido del bien vivir en común. Es la instauración del plebeyismo del que hablaba Ortega como consecuencia de la democracia morbosa. Plebeyismo en cuanto a la carencia de altura de miras, de principios, de la política concebida como un impulso ético encaminado al bienestar colectivo.
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OTRA COSA: Acto lúdico solidario - Plataforma de Afectados por Hepatitis C. vie MAY26 18:30 · Puerta del Sol Madrid ·
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