Miguel Ángel Ortega Lucas - 19 de Abril de 2017 http://ctxt.es/es/20170419/Politica/12078/Inger-Enkvist-educacion-congreso.htm
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En el Congreso de los Diputados se viene hablando semana sí, semana también, sobre educación: de catedráticos de instituto a sindicatos de alumnos, pasando por exministros y representantes de escuelas llamadas libres por sus planteamientos frontalmente opuestos al sistema tal y como lo venimos conociendo, al menos, desde la Revolución Industrial. Todo con el supuesto objetivo de alcanzar lo que sería otra revolución, de menor importancia universal pero igualmente histórica: que los partidos que conforman el hemiciclo español se acaben poniendo de acuerdo en torno a un pacto de Estado por la educación que impida –supuestamente– que alguien lo cambie al día siguiente de ganar las elecciones.
 
 En el Congreso de los Diputados se viene hablando semana sí, semana también, sobre educación: de catedráticos de instituto a sindicatos de alumnos, pasando por exministros y representantes de escuelas llamadas libres por sus planteamientos frontalmente opuestos al sistema tal y como lo venimos conociendo, al menos, desde la Revolución Industrial. Todo con el supuesto objetivo de alcanzar lo que sería otra revolución, de menor importancia universal pero igualmente histórica: que los partidos que conforman el hemiciclo español se acaben poniendo de acuerdo en torno a un pacto de Estado por la educación que impida –supuestamente– que alguien lo cambie al día siguiente de ganar las elecciones.
Como dijo el diputado de ERC y miembro de la Comisión 
de Educación Joan Olóriz, no sabemos si se llegará a algún pacto, pero 
mientras tanto “estamos aprendiendo mucho”. El pasado 4 de abril 
compareció ante los representantes políticos, como invitada experta, la 
profesora sueca Inger Enkvist: hispanista, ensayista –autora de estudios
 sobre Ortega y Gasset, Unamuno y María Zambrano, entre otros–-, ocupa 
la Cátedra de Español de la Universidad de Lund y asesora al Ministerio 
de Educación de su país. Enkvist vino a exponer su particular punto de 
vista sobre el panorama educativo, pero sobre todo en torno a la 
educación en sí como un proceso orgánico eminentemente humano. Es la 
suya una visión incómoda, a priori, cuyos planteamientos 
cuestionan tanto a quienes piden un replanteamiento total de la dinámica
 y el enfoque en las aulas como a quienes siguen considerando la 
educación como un proceso igualmente industrial, o casi, de productos 
iguales y acabados en serie llamados alumnos.
Para Enkvist se trata no de producción sino de 
artesanía; algo mucho más complejo que debe tener presente siempre que 
tanto profesor como alumno son seres humanos únicos en sus aptitudes y 
circunstancias, pero también que sin una altísima capacitación del 
profesor y una mínima voluntad de esfuerzo por parte del alumno 
–-derivada, en gran parte, del talento del primero para prender la 
motivación-–, el proceso nunca será efectivo. El profesor es por ello, 
en su opinión, la figura central del tablero, sobre la que debe pivotar 
una conciencia social (de las familias y del Estado) que apoye el 
proceso reduciendo en lo posible el número de palos en las ruedas a su 
trabajo. Aunque todo tiene muchos, demasiados matices.
La hispanista no tiene, ni pretende tener, respuestas 
para todo, pero su análisis bien merece ser escuchado. Hablamos con ella
 después de su comparecencia, y desde el primer momento dejó claro, a 
través del ejemplo de la tan nombrada Finlandia (el supuesto modelo a 
imitar, el país, vecino del suyo, del que todo el mundo habla como 
referente virginal en educación), que cuanta menos injerencia política 
en cuestiones de educación, mejor: la política estatal en Finlandia –nos
 explicaba en un castellano perfecto–, con una historia mucho más 
difícil que la de Suecia en el siglo XX por la influencia de los 
totalitarismos nazi y luego soviético, no tuvo tanto tiempo de pensar en
 sistemas educativos, así que “dejaron trabajar a los profesores”, sin 
demasiadas reformas. No les fue nada mal. Pero esto, aclara, tampoco es 
“garantía de nada si el nivel de los profesores es bajo”.
Cuando la profesora habla de nivel conviene 
tener en cuenta siempre que no habla, o no sólo, de baremos, de notas de
 oposición, de ponderaciones estrictamente (discutiblemente) 
cartesianas: habla de una formación integral que hace del profesor un 
profesional capaz por ser, antes, una persona consciente de que el 
conocimiento cultural no es una base de datos sino una forma de 
comprensión profunda del mundo, imparta la materia que imparta [es culto precisamente
 porque sabe muchas cosas, no sólo del libro de texto de este curso, así
 como que todo en este mundo está interrelacionado]. Alguien respetable 
por lo que aporta como persona y profesional, ergo respetado: 
ahí radica su autoridad. Éste es el principal argumento de Enkvist para 
confrontar (con mayor o menor razón) a quienes defienden que la escuela 
tradicional de niños atornillados al pupitre oyendo/aguantando un 
aluvión de información cercena de raíz la creatividad; empezando por la 
motivación de saber para qué aprender lo que se supone que hay que aprender.
A cualquier niño del mundo le gusta hacer cosas, 
muchas cosas: ¿no es un fracaso del sistema que en cuestión de un par de
 años un ser de curiosidad infinita se convierta en un ente apático –en 
el mejor de los casos– al que puede no interesarle nada, que no encuentra nada que
 le motive lo suficiente para aprenderlo en profundidad? De nuevo, para 
la docente sueca, el profesor: “Si el maestro no es una persona culta”, 
responde, “si es incluso vulgar, es imposible que despierte en el niño 
el interés por el conocimiento”, sea en la escuela que sea. Y “si el 
maestro, la maestra, da a entender por su comportamiento que no le 
interesa mucho su trabajo, que está ahí sólo por el sueldo, el niño sin 
darse cuenta hará lo mismo”, es decir, “lo menos posible”. Si por el 
contrario se encuentran con alguien realmente capacitado, que sabe y 
sabe aplicarlo en la clase, el niño que no tiene esos modelos en casa, 
el que tiene problemas (“con la televisión e internet mostrando modelos 
negativos” además), verá en esa figura a un posible referente adulto a 
imitar.
[Cabe recordar en este punto que, al menos en España, 
la motivación de los profesores para entregarse tan pródigamente a su 
trabajo está siendo asimismo cercenada por la política gubernamental, 
con una progresiva precarización de su trabajo a través de bajadas de 
sueldo, aumento de horas lectivas y multiplicación de burocracia a 
rellenar que no deja mucho margen a la imaginación y la poesía tipo 
Robin Williams en El club de los poetas muertos.] 
Enkvist es francamente partidaria de los exámenes, 
como evaluación continua e incluso como “motivación” para ver 
materializado el esfuerzo; pero, de nuevo, ¿no debería tener el alumno 
una motivación mucho más tangible, más ligada a la vida, que 
rendir un examen, cumplir con un conocimiento muchas veces abstracto que
 acaba olvidándose, nueve sobre diez, a la semana siguiente? (Sin contar
 con la clasificación de la capacidad de un ser humano por un nota 
determinada...) Lo de la vida, para esta profesora, es una “falacia”, 
porque “todo sirve para la vida”. Pero para ella una prueba (aprenderse 
para el viernes, por ejemplo, las capitales de Asia) no es sólo eso, 
sino “proponerse una meta y cumplirla. Es una manera de auto-estructurar
 el carácter y la voluntad. Y eso es para la vida”. “Aprender es una 
recompensa en sí”.  
Por lo demás –de nuevo el profesor–, “un buen maestro 
sabe presentar las cosas de manera que el niño aprenda como un juego 
intelectual, no como la recompensa de un caramelo si lo hace bien. El 
buen maestro no establece distinción entre lo intelectual, lo social y 
lo personal, porque una clase es también un grupo social. El 
conocimiento es atractivo, es divertido, nos sirve” para todo. Por eso, 
en su opinión, se respeta a un profesor que tiene en cuenta todo esto, 
aunque los niños lo perciban sin ponerle nombre, porque “no es un 
autómata” dispensando datos. “Los jóvenes se dan cuenta enseguida de 
esto. Con un grupo de alumnos de ESO tienes diez minutos”, dice, no 
sabemos si exagerando, para ganártelos o perderlos.
¿Deberían ser, por tanto, la élite? “Sin duda”. Es lo 
que ocurre en Finlandia, donde “un alumno no encuentra nunca a un 
representante de la escuela que no sea culto”, porque de aquellos que 
solicitan el ingreso en la formación de profesores “sólo entran los 
mejores”, en torno al 20% de los alumnos, los de las notas más altas, 
igual que en Singapur. En ambos casos reciben una formación de varios 
años para ser profesores que propicia que “ya sean buenos docentes antes
 incluso de empezar a ejercer”. También cuentan con mentores, profesores
 veteranos que les acompañan en los primeros años de trabajo para 
aconsejarles. Por otra parte, los profesores “tienen una confianza 
bastante alta en los funcionarios del Ministerio de Educación”: porque 
han salido igualmente del mismo proceso de selección. “Son como ellos, 
así que hay confianza mutua. Eso es envidiable”.
‘Disrupciones’ 
Respecto a la ESO, la docente sueca también tiene una opinión nada popular (el
 adjetivo es suyo). Existe cierto paralelismo entre la actual enseñanza 
secundaria obligatoria española –producto de la LOGSE aprobada por el 
PSOE a principios de los ’90– y lo que ocurrió en su país también en los
 últimos compases del siglo: hacia los años 70, dice, Suecia contaba con
 altos niveles económicos y educativos, y una paz social “envidiada en 
otros países”. Pero, ya que funcionaba tan bien, se trató de incentivar 
el “igualitarismo”, pensando que no dañaría a la calidad de la 
enseñanza. Se redujo la exigencia académica con el objetivo de que “todo
 el mundo” pudiera cumplir los objetivos, incidiendo a la par “más en 
los métodos que en los contenidos”. El resultado, para ella, es una 
prueba de que con la mejor intención (de integrar al mayor número 
posible de alumnos) se puede conseguir el efecto contrario: “No fue lo 
mejor”, ni para los alumnos “con problemas” ni para los otros. Bajó el 
nivel de todos, sencillamente.
Por ejemplo, en España sucede con frecuencia que un 
alumno pueda ir pasando de curso “sin dar golpe” –por motivos diversos– 
hasta la adolescencia, para encontrarse en el bachillerato con que tiene
 que estudiar de verdad; incluso “chicos que llegan con buenas 
notas”: de repente se les exige mucho mayor rendimiento, estando además 
“seguros de que los profesores no ven lo magníficos que son. Entonces 
hay llantos, crisis... Son ignorantes, convencidos además de que no lo 
son. Esto es muy peligroso. De ninguna manera es un logro”.
“Es un sistema que perjudica a todos”, asegura Enkvist, precisamente por tratar de igualar sin
 tener en cuenta que, por mucho que nos empeñemos, nadie es igual a 
otro. Lo cual no tiene nada que ver con que todo el mundo tenga derecho a
 tener las mismas oportunidades. “No funciona como estaba pensado. Se 
pensaba que esto era lo justo, lo socialmente justo, pero no lo es”. Se 
trata de un sistema “tan unificado que no permite variantes. ¿Dónde vas a
 insertar al alumno que tiene dislexia, o problemas de concentración... 
Si ofreces lo mismo a todo el mundo, sin contar con las capacidades 
concretas, no estás teniendo en cuenta la realidad. Es cruel para todos,
 también para los que no pueden aprender lo que podrían aprender. Lo 
bueno sería que los niños aprendieran avanzando cada uno a su ritmo...”.
 Pero a ver quién le pone el cascabel a ese gato.
También (tema espinosísimo) por lo que la corrección política ha dado ahora en llamar alumnos disruptivos:
 es decir, los conflictivos de toda la vida, y en muchos casos no dejan 
dar clase (porque no quieren estar ahí). Para la profesora sueca, un 
alumno “no puede echar a perder la oportunidad de aprender de los demás.
 Esto es algo que no se dice en voz alta porque parece excluyente, pero 
nadie tiene el derecho a robarle a nadie su derecho a la educación”. 
¿Qué hacer en estos casos, entonces? ¿Qué hacen en Suecia? También allí 
“hay un tabú en general contra las intervenciones claras. Se intenta 
hablar y hablar... Se intenta con un funcionario, luego con otro... Lo 
difícil es aceptar que algunos no cambian por hablar”.
[Lo difícil, también, es aceptar que quizás no todo el
 mundo tiene por qué querer estar ahí, o no tiene por qué consagrar su 
tiempo a lo que no le interesa en absoluto. Aquí entraría otro asunto 
pendiente, el (des)prestigio aún latente de la Formación Profesional, en
 un país en que, de unas décadas a esta parte, todo el mundo parece 
tener la obligación bíblica de hacer una carrera universitaria. El 
diputado Olóriz Serra incidió también en cómo hacer atractiva esta vía 
cuando no se cuenta con un tejido productivo que pueda dar muchas más 
salidas de las actuales a quienes optasen por ello. Porque también 
existen demasiados alumnos que, sin hacer ruido, pasan “con mucha pena”,
 dice Enkvist, por años y años de escolarización: “Los hay que odian ir 
al colegio cada día, y esto los políticos se lo toman con calma” –es 
probable que ni siquiera lo vean.]
¿Sería partidaria, entonces, de la división de los 
alumnos por niveles? (¿Y respecto a qué baremos? ¿A los estrictamente 
académicos? De nuevo: ¿es un alumno más inteligente por saber responder 
mejor a las preguntas de un examen?). Acecha la tan temida palabra segregación:
 “Se puede hacer de diferentes maneras, manteniendo más o menos 
cohesionada la franja de edad hasta los 11 años más o menos. Pero 
después de eso, las diferencias entre los alumnos se agrandan; cualquier
 profesor sabe que son muy diferentes en sus intereses, en su capacidad,
 en su voluntad, en todo. Y añadiría que si uno quiere lo mejor para los
 niños hay que mantener el orden en el aula para que puedan aprovechar 
cada cual lo que pueda”.
En cualquier caso, para Enkvist “hay una falta de 
claridad, no sólo en España sino en muchos países, sobre lo que tiene 
que conseguir la escuela obligatoria. Hay muchas metas sociales, y mi 
experiencia dice que las metas sociales se logran también con un claro 
énfasis en las metas del conocimiento”. Y, en lo que respecta a nuestro 
país, las ubicuas pasiones políticas terminan casi siempre por enfangar 
lo esencial. No es que Escandinavia sea ningún Edén, pero el contraste 
choca para alguien de allí: “Los españoles”, opina en voz baja, “se 
están poniendo zancadillas a sí mismos continuamente con disputas 
estériles, que además ya se han visto antes”.
Una pincelada de nuestro carácter, a través de los próceres de 
nuestro pensamiento. Para la hispanista, después de diseccionar durante 
años a los autores españoles, quedan claras tres cosas: nuestros 
filósofos son “estéticos (todos quieren tener un estilo, valoran lo 
estético más que lo puramente intelectual), muy personales (es imposible
 confundir a Unamuno con Ortega y Gasset), y muy políticos todos”. Es 
decir –podría decirse–: una estética furiosamente personal con la que 
interpretarlo todo (en clave política). Pero quienes tienen que alcanzar
 un pacto por la educación en España son exclusivamente políticos, no 
estetas. “Aprendiendo mucho”, de momento, eso sí, en esta comisión.Autor: Miguel Ángel Ortega Lucas
- Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza (ficha policial).
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