lunes, 5 de junio de 2017

Juan Goytisolo, el exiliado incómodo de una España sin remedio


No es fácil recordar a Juan Goytisolo en un trance tan dado a la benevolencia como la muerte. Su paso por el mundo y por las letras españolas fue todo menos amable, cualquier cosa menos complaciente. Tenía algo nuestro autor de derviche sulfurado, pues desde los rincones de su exilio daba vueltas pensando en España, hisopando nuestra actualidad con críticas feroces.
Entrado en la literatura por la obligada puerta del realismo, novelas como 'Juegos de manos' o 'Duelo en el paraíso' apuntalaron ese retrato mustio de la España de los años 50 que toda una generación de escritores se vio necesitada de hacer. Luego otra necesidad, la de combatir la dictadura desde la subversión estética y no desde la fotografía fiel, le llevó a sus libros más importantes, también más personales.
Ya mi generación estudió su 'Señas de identidad' (1966) en el bachillerato, junto a 'Tiempo de silencio', de Luis Martín Santos, y a tantas otras excursiones al fondo de la psique. Goytisolo entendió siempre 'Señas de identidad' como un paso íntimo hacia la obra verdadera, pero lo cierto es que, en conversación con la literatura de su tiempo, resulta un interlocutor natural, un libro que muchos otros también querían hacer. Pero lo hizo él

La brecha de versos abierta en su prosa -con 'Señas de identidad' su sintaxis se volvió más malabar, amén de irrespetuosa con los pilares del decir- se agrandó en 'Reivindicación del conde don Julián' (finalmente Don Julián) y 'Juan sin Tierra', para dar paso desde los años 80 a una narrativa memorialística donde la cultura árabe lo inundaba todo.

Exilio y rencor

Exiliado en París desde 1956, recaló finalmente en Marrakech a finales del siglo pasado, lo que convirtió su exilio en un empecinamiento. Si frente a una dictadura no hay mucha más salida que el exilio, y cuando aquélla se disuelve puede suceder que la costumbre de vivir lejos sea difícil de conjurar, su reubicación en tierras marroquíes daba a entender un malestar más hondo y atrabiliario, una fuerte incomodidad con la España que fuera, con la España subterránea, levítica sin remedio.
Esa imagen construyó Goytisolo en los últimos años, la de un hombre al margen, vigilante, herido. Muchos vieron en este apartamiento un evidente rencor, quizá generado por la falta de un reconocimiento oficial de primer nivel a su obra. En realidad, premios tiene muchos, aunque sospechosamente los más importantes (Nacional de las Letras, 2008; Cervantes, 2014) llegaron cuando ya no hacen mucha falta y resultan casi de consolación.

Juan Goytisolo recibe el Cervantes en 2014. (Reuters)
Juan Goytisolo recibe el Cervantes en 2014. (Reuters)
Precisamente con el premio Cervantes armó la polémica más singular de todas las suyas. Su artículo 'Vamos a menos' atacó la concesión de la máxima distinción estatal al mundo literario cuando recayó en Francisco Umbral. El artículo podía verse como una brava denuncia de las corruptelas del poder, que pringaban también a los escritores, o como una rabieta por estar siendo menospreciado en favor de autores menos valiosos. Seguramente algo había de ambas efusiones.

Lectores jóvenes

Dos méritos quedarán aparejados a la figura de Juan Goytisolo, en cualquier caso. Uno es el de establecer una admirable concordancia entre la cultura árabe y la literatura medieval española, dos mundos que unió en su obra ('Carajicomedia') feliz y jugosamente.
El otro, menos pomposo pero quizá más grato, fue el de despertar entusiasmo y respeto entre los nuevos narradores, particularmente entre muchos de aquellos que se dejaron etiquetar como Generación Nocilla, autores jóvenes a los que además leía y recomendaba.
Ser leído es todo lo que quiere un escritor, y Juan Goytisolo lo consiguió desde el principio y hasta entre públicos tan complicados como el de los nuevos escritores, tan adictos al desdén de magisterios demasiado cercanos.
Ahora finalmente su exilio encadenado se ha vuelto improlongable, y Juan Goytisolo está ya domiciliado en las palabras que escribió, el único país que no tiene márgenes.
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MÁS: Juan Goytisolo, el escritor que sabía mirar, de Vicente Luis Mora
 
Era un tímido integral y profundo que no gustaba de la prensa, de los focos, de las fotos. Se sentaba en el Café de France y se sentía parte de una masa humana, de un conjunto de vidas en ebullición, y eso era todo lo que necesitaba

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