Mi buen amigo Abraham y mi hermano Pedro
han publicado un interesantísimo artículo sobre la relación entre la
precariedad y la política. Un asunto central para entender los problemas
de desafección política de las clases más bajas. ¡Lectura
imprescindible!
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A. Rionegro / P. González de Molina - 01/03/2017 http://fuegoamigo.es/columna/precariedad-politica/
El trabajo, nada menos que el trabajo,
continúa en nuestros días un proceso de radical transformación que
comenzó con los signos de agotamiento de la sociedad fordista allá por
la década setenta del siglo pasado. El modelo de producción industrial,
llevado a su máxima expresión durante este periodo de expansión y
creciente mecanización de la producción, sufrió en esta década las
consecuencias de una crisis de sobreproducción mundial en la que los
inicios de la globalización económica y la emergencia de nuevos actores
económicos en el plano internacional, entre otros factores, comenzaban a
cuestionar la tradicional hegemonía productiva de Occidente. En este
sentido, la revolución de las telecomunicaciones consiguió acelerar
sustancialmente un proceso de apertura económica global que empezó a
fraguarse con anterioridad pero cuyo alcance iba a hacer necesaria una
nueva estructuración mundial de la producción en el que la
deslocalización, la emergencia de los servicios y la financiarización de
la economía, han transformado profundamente la estructura productiva y
el papel del trabajo en nuestras sociedades. Muchos son los análisis que
han puesto sobre la mesa el alcance de dichas transformaciones en
diversas dimensiones de nuestra vida social pero consideramos necesario
trasladar los interrogantes hacia un plano puramente político con el fin
de intentar dilucidar algunas claves sobre los efectos políticos de la
precariedad laboral en la vida de los trabajadores y trabajadoras.
Pero, ¿qué sentido tiene pensar la
política desde la esfera del trabajo? Al menos son dos los frentes que
puede resolver esta pregunta. En primer lugar, con la emergencia de la
sociedad capitalista y el conflicto en torno a los medios de producción,
la transformación de la estructura social generó un nuevo modelo de
representación en el que el fenómeno del trabajo se convirtió en el
canalizador político de las mayorías sociales desposeídas. El nacimiento
de los partidos de clase supuso, en este sentido, el establecimiento
del conflicto de clase -representado en el eje izquierda/derecha- como
el componente principal en la articulación del relato social y político
en las sociedades capitalistas. En otras palabras, el trabajo era capaz
de politizar a los trabajadores en la defensa de sus intereses comunes.
Al mismo tiempo, como consecuencia de ello, las conquistas democráticas
de la clase trabajadora consiguieron fortalecer el vínculo entre trabajo
y ciudadanía en la búsqueda de una mayor democratización y justicia
social. El trabajo, históricamente vinculado a la esclavitud y la
servidumbre, se convirtió en la época dorada del pleno empleo en una
cuestión de ciudadanía y derechos sociales central en el proyecto
socialdemócrata del Estado de Bienestar que parecía ser capaz de mejorar
la calidad de vida de las clases trabajadoras.
Situado en su contexto, los interrogantes
emergen desde el momento en que la sociedad salarial entra en crisis y
la nueva organización postfordista del trabajo da claras muestras de su
metamorfosis -como diría André Gorz- hacia un paradigma que transforma
profundamente el vínculo entre trabajo y política. No obstante, es
conveniente hacer una serie de apuntes previos acerca de la
transformación en la experiencia actual de los trabajadores como
horizonte desde el que proyectar reflexiones hacia las características
de la articulación del espacio público y los posibles efectos de la
precariedad laboral. De este modo, el paradigma de la flexibilidad
laboral escenifica de qué modo ha cambiado la experiencia de los
trabajadores con su trabajo desde el último tercio del siglo pasado.
Lejos de largas carreras profesionales vinculado a un determinado oficio
en el que los trabajadores gozaban de oportunidades y estabilidad
económica y personal, la experiencia actual se caracteriza, como diría
Richard Sennet, por una “deriva constante” en la que los trabajadores y
trabajadoras son sometidos a un intento por adaptar su propia vida a la
flexibilidad del mercado de trabajo. El cortoplacismo y la incertidumbre
hacia el futuro determinan una experiencia en la que a los y las
trabajadoras se le exige más y más al tiempo que se precariza
fuertemente su existencia, sus relaciones sociales y su propia
construcción personal.
En este sentido, esta vida precaria -como
diría Judith Butler para referirse a la carencia de soportes sociales y
económicos que padecen determinadas poblaciones- está adoptando
expresiones concretas que reflejan las dificultades a las que se
enfrentan los trabajadores y trabajadoras en su día a día y en su
desarrollo personal. Con la precarización del trabajo no sólo se está
generando un fuerte descenso de los ingresos de las clases trabajadoras
sino que, al mismo tiempo, se está produciendo una instrumentalización
del trabajo que desvincula al trabajador respecto de una actividad que
tan sólo realiza por supervivencia pero de la que difícilmente extrae
aspectos que fortalezcan su propia identificación personal y colectiva.
La falta de identificación de los trabajadores precarios con su trabajo
es un aspecto para entender de qué modo la corrosión del carácter, de
nuevo citando a Sennet, es una de las consecuencias personales más
asentadas en la experiencia contemporánea con el trabajo. La pérdida de
la referencia de clase es tan sólo una de las aristas de un proceso que
deja a los trabajadores en una situación de clara vulnerabilidad.
Pero, no obstante, esta doble
circunstancia escenifica la crisis de la sociedad salarial en su mayor
dimensión: la pérdida de la integralidad y la emergencia de posiciones
sociales marginales en nuestras sociedades. Robert Castel utiliza el
concepto de desafiliación para expresar de qué modo la ausencia de
posiciones con utilidad social y reconocimiento público
-tradicionalmente vinculadas al trabajo- así como la fragilidad de las
relaciones sociales están generando serias dificultades en el proceso de
construcción biográfica y personal de unos trabajadores que quedan
instalados en un individualismo negativo que se expresa en términos de
falta -falta de consideración, falta de seguridad, falta de bienes
seguros y vínculos sociales estables. Desde este escenario, la apatía,
la falta de compromiso y la desconfianza personal y colectiva de los
trabajadores es el resultado de la desestructuración personal que sufren
por causa de la precariedad laboral y las nuevas formas flexibles de
trabajo. Frente a ello, la ética neoliberal del trabajo mira recelo a
quienes sufren con mayor virulencia los efectos de la precariedad
laboral impregnando en la opinión pública un relato que marginaliza y
culpabiliza la pobreza -desde los chavs de Owen Jones hasta la
manida cultura del subsidio- de gran relevancia para entender el
tratamiento político de la precariedad laboral.
Sin embargo ¿qué efectos ha tenido en el
plano de la representación política y en la ciudadanía-laboral?
Comenzando por éste último, nos encontramos ante una profunda crisis de
ciudadanía como consecuencia de las transformaciones post-fordistas del
trabajo que podemos entender desde dos dimensiones: la pérdida de los
derechos vinculados a la ciudadanía-laboral de los trabajadores y la
derrota del zoon politikon en favor de un nuevo sujeto
precarizado y sumido en las lógicas del neoliberalismo que emerge como
consecuencia de la precariedad de su propia vida. En este sentido, las
distintas reformas laborales impulsadas bajo la dirección neoliberal han
situado a los derechos sociales de los trabajadores en el epicentro de
su desarticulación del Estado de Bienestar generando una fuerte y
progresiva devaluación de la normativa que regula el mercado de trabajo
desde los años 80.
La consecuencia de ello es de sobra
conocida; que hoy el trabajo sea compatible con la pobreza, que se pueda
trabajar sin protección contractual o sindical es representativo de en
qué medida la ciudadanía-laboral se encuentra en una crisis de gran
profundidad y con serias implicaciones en términos democráticos. La
crisis de la ciudadanía-laboral es producto de la extendida precariedad,
del aumento de la exclusión social y la pobreza, del proceso de
deslocalización y terciarización de la economía. Una parte importante de
los ciudadanos en situación de exclusión social han perdido de iure
sus derechos de ciudadanía. Las garantías de un Estado social capaz de
responder ante la desigualdad y la vulnerabilidad y promover las
condiciones para el ejercicio de la ciudadanía política han dado paso a
una reducción del corpus electoral en el que focalizan los partidos
políticos lejos de las necesidades de los más vulnerables, y a la
postre, siendo menos beneficiados por las propias políticas públicas al
no ser un granero de votos.
Por otro lado, el proceso de
individualización de los trabajadores es también de distanciamiento de
la ciudadanía de la esfera pública, demostración de la victoria
neoliberal sobre el zoon politikon, donde lo social y lo político ha caído en un descrédito producto de varios factores; la
pérdida de poder de los Estados-nación a favor de instituciones no
democráticas transnacionales (como el FMI, la UE, etc.), la perversión
del proceso legislativo fruto de la acción de los lobbys de las
multinacionales, las políticas económicas hegemónicas que producen el
desmonte del Estado social anterior y aumentan la desigualdad, los
procesos de corrupción derivados del modelo neoliberal, etc. Junto a
ello, la falta de compromiso personal y colectivo de los trabajadores es
un factor clave para entender una despolitización también motivada por
este sentimiento de distanciamiento de las instituciones ante sus
propios problemas y la incapacidad de la política para transformar la
realidad en favor de las mayorías sociales que refuerza su ruptura con
lo social y su individualización en clave neoliberal.
En este sentido, tras el comienzo de la
década de los 90 hemos podido comprobar los cambios producidos en la
sociedad tras el fracaso de las dos experiencias capitaneadas por la
izquierda. Por un lado, el sistema soviético colapsó entre la caída del
muro de Berlín y el fin de la URSS, acabando con el modelo alternativo
del “socialismo realmente existente”, que dejó a los Partidos
Comunistas, y a gran parte del electorado que los sostenía, sin brújula o
sin un modelo al que referenciarse, aunque fuese de forma crítica. La
propia China dio un giro hacia una apertura al capitalismo con Deng
Xiaoping, que desnaturalizó el proyecto emprendido por Mao. El
capitalismo más feroz se apoderó de la mayor parte del bloque soviético a
través de las doctrinas del Shock, y una parte importante de las
antiguas élites dirigentes comunistas se transformaron en los nuevos
dueños de grandes empresas privatizadas o se pasaron a las filas de los
nuevos partidos democráticos. Por el otro lado, con la crisis del modelo
fordista fracasó la vía democrática al socialismo en los países
occidentales, aunque muchos de estos partidos hubiesen abandonado el
objetivo final de alcanzar el socialismo. Con esta crisis los antiguos
partidos socialistas de masas fueron deslizándose a la derecha y siendo
cooptados por las nuevas corrientes neoliberales que fueron triunfando
en estas décadas. Los proyectos colectivos del siglo XX murieron dejando
un gran vacío.
Los cambios que se produjeron en la
sociedad y en la economía afectaron a los partidos y la política. Los
poderosos partidos de masas, con sus asociaciones, centenares de miles
de afiliados, sindicatos, una ideología fuerte, etc., que pretendían
construir una sociedad nueva en el interior de la vieja, fueron
desplazados por los nuevos partidos cártel, obsesionados por las
elecciones y la ocupación de cargos y puestos de las instituciones, con
escasa vida social, poca militancia, con escasa raigambre en la
sociedad, sin apenas asociaciones, y con una ideología más difusa. Los
partidos basados en el mundo del trabajo sufrieron al ser desmontadas
gran parte de las industrias y trasladadas al 3ª Mundo, ya que fueron
perdiendo la columna vertebral de sus organizaciones (los obreros). Al
desaparecer la sociedad de productores, siendo sustituida por la de
consumidores, donde aparece una clase marginada y excluida, que es
considerada como un “problema social”, y responsables de su propia
situación, junto a la sustitución de la responsabilidad colectiva típica
de la anterior sociedad por la responsabilidad individual de la nueva,
acabaron por enterrar la solidaridad y empatía necesaria para que un
partido que se basa en la lucha contra la desigualdad y las causas de la
pobreza se sustente. Al ser los pobres despojados de cualquier función
útil, ni como ejército industrial de reserva, han sido perseguidos por
ser preceptores de ayudas sociales, como “vagos”, “maleantes”, etc.,
provocando una estigmatización de la pobreza que, añadido a la aparición
del fenómeno de la exclusión social, ha tenido un impacto significativo
en las políticas sociales y laborales cada día más restrictivas y en un
aumento importante de la abstención de los grupos menos favorecidos de
la sociedad, sobrerrepresentando al bloque electoral dominante y sus
intereses.
Por consiguiente estos hechos acaban
afectando a las fuerzas políticas y a la participación de diversas
maneras, como: la falta de compromiso político, la búsqueda de empleo en
política (agencia de colocación) con lo que ello supone, la escasa
participación del precariado que redunda en favor de los sectores de la
sociedad que todavía viven en el mundo fordista (como los funcionarios) o
en las profesiones liberales, por consiguiente la uniformización de las
estructuras partidarias y la tendencia a la defensa de los intereses de
la “clase media” a la que pertenecen muchos de los cargos orgánicos e
institucionales. Otra tendencia que afecta de forma colateral es la
ruptura, a partir de la época de la aparición y extensión de la
informática y de internet, del hilo que unía a las luchas del pasado con
las del presente, cayéndose en una especie de hambre por la novedad,
aunque la novedad no sea más que un aspecto de algo viejo en un
continente nuevo. Los llamamientos a la “nueva política”, y otros
eslóganes, parecen más bien un intento de separarse de todo lo anterior
que de construir una versión nueva de la participación política que
pueda revertir la tendencia de la política actual a la “sociedad de
audiencia”.
Podríamos añadir la falta de una política
coherente de actuación en los colectivos más precarios, en los sectores
más pobres y en los excluidos en la sociedad, que son los que más
necesitan protección tanto por parte de los sindicatos como de los
partidos políticos de izquierdas, tanto en su actuación social, como
institucional y programática, más allá de los eslóganes de “combatir la
precariedad laboral”. Por consiguiente, las nuevas fuerzas políticas que
aspiran a representar al campo popular deberían de atender al fenómeno
de la precariedad, y actuar sobre él desde el plano institucional, como
intentar incluir a dichos grupos dentro de las organizaciones políticas y
sindicales, logrando romper la lógica de la individualización y
atomización característica de esta época. Sin incluir a los sectores
excluidos y precarios de la sociedad ésta no se podrá transformar.
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OTRA COSA: Las mujeres del FRAP, de Maité Campillo
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OTRA COSA: Las mujeres del FRAP, de Maité Campillo
Perro-flauta: Aprecio mucha beligerancia en tus opiniones. Me gustaría saber por qué si no te resulta demasiado pesado. Un saludo.
ResponderEliminarVerás que publico textos de otros, salvo excepciones (una en 6 años)
ResponderEliminarY no ncorporo mis opiniones, dejo que sean los autores los que se muestren.
Con unos estoy más conforme que con otros; ahí está la diversidad
PAQUITA