Sobre la mesa de autopsias del cementerio de Guadalajara, los esqueletos, las calaveras agujereadas de los fusilados republicanos cuentan su historia - Guadalajara |
31 de
Mayo de
2017 http://ctxt.es/es/20170531/Politica/13046/memoria-historica-ctxt-timoteo-mendienta-franquismo-guerra-civil-exhumacion-guadalajara.htm
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“Franco murió y ha continuado durante 40 años más. La gente no lo ve como un criminal, a lo sumo como
una vergüenza familiar… como un embarazo no deseado. Para mí es una de
las vergüenzas más grandes de Europa. ¡Estamos hablando de un país
civilizado de Europa occidental! Vienen millones de turistas al año aquí
y creen que hay muchas cosas modernas, pero aquí, por debajo, hay algo
que yo he visto en Ruanda. Y nadie quiere hablar de ello. Me parece
increíble. ¡Increíble, único!”.
Larry Owens,
forense británico, voluntario en las exhumaciones de la Asociación para
la Recuperación de la Memoria Histórica en el Cementerio de
Guadalajara.
La memoria
Sentada en una banqueta que le han colocado a la sombra de
un toldillo, Ascensión Mendieta recuerda la primera vez que su madre,
María Ibarra, su hermana Paz y ella se acercaron al Ayuntamiento de
Guadalajara a reclamar los huesos de su padre, fusilado el 16 de
noviembre de 1939. “Uy, eso, eso es historia ya, nos dijo un señor de la
oficina… sí, así nos lo dijo”. A su derecha, la fosa número 1 guarda en
su vientre el último fusilado por exhumar, allá abajo, cuatro metros
hacia la oscura entraña. Si Ascensión se asomara, vería cómo el
esqueleto llamado “Individuo 24” muestra ya su descarnada mitad
superior.
Una joven arqueóloga recorre el contorno de la fosa con
una brocha gorda de pintor. El sol de finales de mayo pica a las 6 de la
tarde. La chica no lo sabe, pero antes de que pasen 15 horas, una
forense llamada Shelley Jones y llegada de Londres introducirá el dedo
índice de su mano derecha enguantado en látex azul por el orificio que
dejó la bala en la parte posterior de ese cráneo por el que pasa la
brocha. Agujeros en la tierra, agujeros en los cráneos, agujeros de bala
en los muros, agujeros en la memoria. Piedra pómez.
Ascensión es una mujer menuda y clara. Su elegancia de
hilo blanco soleado parece inquebrantable. Su voluntad de dar con los
huesos de su padre no lo parece: es inquebrantable. “Mi hermana se
llamaba Paz, Paz Mendieta Ibarra. Pobrecita mi hermana, murió hace cinco
años. Murió con la pena de no ver a mi padre. Hemos venido mucho aquí,
hemos ido a todos los sitios”. Un día su hermana le dijo: “Yo tengo
ahorrados más o menos dos millones [de pesetas]”. Ascensión le contestó
que ella no tanto, pero que algo había. Tiempo después, hace hoy cuatro
años, voló a Argentina, cumplió 88 en el avión, consiguió allí conmover a
una jueza y que le diera lo que no recibía en España, el permiso para
buscar a su padre en fosas, entre huesos. El año pasado los buscaron en
la fosa número 2 del Cementerio de Guadalajara. No estaban allí. Hoy,
los cuerpos de la fosa número 1 acaban de salir.
Agujeros en la tierra, agujeros en los cráneos, agujeros de bala en los muros, agujeros en la memoria. Piedra pómez
“Sentí mucha alegría entonces, me vine de Argentina con
mucha esperanza”, murmura para sí. “Yo qué sé la esperanza, yo qué sé lo
que pasará, doy las gracias a todo el mundo…”.
Ascensión responde a las muestras de reconocimiento. Ella
es el eje que vertebra una nueva búsqueda. No de los huesos de su padre,
junto a los que quiere descansar, no solo. Esa mujer diminuta ya
entrada en los noventa se ha convertido en la protagonista de una
historia que ya no es la Historia. Su fragilidad ha abierto una
grieta imparable en el plomo del silencio. Aquellos que no tenían un
relato al que agarrarse ya lo tienen. A los fusilados republicanos los
mataron dos veces: una vez, de un tiro; otra vez, imponiendo el
silencio. Vivir en la memoria es una forma de existencia.
Todo lo hurtado por el miedo, los pactos de la vergüenza,
las instituciones españolas, los sucesivos gobiernos y los medios de
comunicación, todo agoniza a los pies de Ascensión, bajo la banqueta que
alguien le ha puesto junto a la fosa número 1, de donde empiezan a
sacar los huesos del último fusilado, el Individuo 24.
Los huesos
Sobre una bandeja rosa de plástico, un cuenco rojo también
de plástico, y dentro del cuenco, una calavera remendada con decenas de
parchecillos de cinta adhesiva. Le falta parte del maxilar superior,
del que conserva un trozo con un incisivo, canino y tres molares. La
mitad de la mandíbula descansa en la bandeja, junto a un puñado de
dientes.
En la sala de autopsias del Cementerio de Guadalajara
trabajan cuatro forenses llegados de Inglaterra. Larry Owens, el jefe
del equipo, dos metros de hombre joven, enérgico, se inclina con la
cámara sobre un cráneo. “Estoy fotografiando traumas”, rebufa, “al menos
este tiene solo un disparo”. Parece que va a echarse a gruñir. Han
venido a hablar con los huesos a un país que lleva 40 años de democracia
sin querer oírlos.
Pero los huesos hablan.
Los forenses recuerdan uno de los esqueletos exhumados en
la Fosa 1. Tenía 25 fracturas de costilla. El ser humano tiene 24
costillas. Hace falta mucha saña para 25 fracturas de costilla. No se
trata de una paliza, ni siquiera de una sola sesión de tortura. “Le
pegaron durante meses seguidos con ganas”, explica Owens. “Tenía
fracturas medio curadas y sobre ellas otras nuevas, partidas de nuevo, y
fracturas en las vértebras, en el codo derecho, en las piernas. Todo
fracturado, todo desastre. Hay que recordar que utilizaban este tipo de
política para su venganza personal. ¿Murió esta persona? No. Lo dejaron
ahí en la cárcel y volvieron de vez en cuando y le pegaron, y le
pegaron, y le pegaron… y lo mataron”.
El Individuo 22
El hombrón apoya la mano en la parte superior del cráneo
que está fotografiando: “Era un individuo muy normal, un hombre más.
Había perdido ya varios de sus dientes a sus 35 años, me temo que mucha
azúcar. Los españoles comen demasiada azúcar. Aparte de eso, era alto,
sobre todo para esa época, más o menos 1,75. Era muy fuerte, se puede
ver que los músculos eran muy grandes. No era siniestro, era amplio.
Durante su vida, alguien se había peleado con él, y le fracturó la
nariz. Pesaba unos 80 kilos. Los demás, en general, tienen más señales
de tortura prolongada que él. Quizás sea porque era muy grande y le
tenían miedo. Lo sacaron un día, pusieron una pistola de bala pequeña al
lado izquierdo de la cabeza y lo mataron. Era tan fuerte y su hueso del
cráneo era tan grueso que, al contrario de lo que pasa con otros
individuos, la bala ni pudo expulsar el fragmento de hueso de salida.
Era un tipo con buena salud, que podría haber ayudado mucho a su país,
pero… se acabó”.
Cuando un forense habla con los huesos y ve al hombre, dan
ganas de preguntarle si besaba mucho, su forma de abrazar, cómo bailaba
en las fiestas de su pueblo, con quién se iba a los huertos. ¿Qué más
puede ver?
Era tan fuerte y su hueso del cráneo era tan grueso que, al contrario de lo que pasa con otros individuos, la bala ni pudo expulsar el fragmento de hueso de salida
“Veo muchas cosas a las que España debería mirar y no lo
hace. Veo a un hombre… ¡Era un hombre! Pero la gente acostumbra a pensar
‘Oh, no, no hay que pensar en eso, no hay que molestar a los muertos,
porque al fin y al cabo son historia…’. ¡No! Sí hay que molestar a los
muertos, sí hay que verlos. El problema es que la mayoría de gente no se
ha enfrentado a la violencia de esto, no sabe realmente lo que
significa. Estas personas no eran soldados, no eran guerreros, eran muy
normales, vivían en sus casas, tenían sus trabajos y llegó un día el
ejército, o quien fuera, los sacaron, y los mataron, y los dejaron aquí…
y nadie ha asumido esa responsabilidad durante 80 años. Eso es lo que
veo”.
Mirar a nuestros muertos, escuchar lo que cuentan sus huesos.
Y Owens, que ha pasado por Ruanda, Zimbabue, Sudáfrica,
Perú, Bolivia, Chile, Israel o Egipto, se revuelve contra lo que ve en
Guadalajara, no da crédito. Eso cuentan los huesos.
El Individuo 23
En la salita contigua, sobre los huesos pulcramente
ordenados del Individuo 23, Tatiana Bleming conversa con lo que fue un
hombre en la treintena. Con él no se ensañaron, pero le dieron dos tiros
finales. Uno le reventó las cervicales 5 y 6, el otro le cruzó el
cráneo. “Todo esto que estoy viendo me parece muy violento.
Prácticamente todos los esqueletos que estamos sacando tienen heridas de
bala. La mayoría, además, tiene otras fracturas, no podemos determinar
si fueron justo antes de la muerte o todavía cuando estaban en la
cárcel”.
Bleming lleva solo tres años hablando con huesos. “Como
dice Larry, los huesos no mienten. Tú puedes enterrar a alguien con
artefactos u objetos valiosos, y dar una imagen totalmente falsa. Es
luego, al mirar a los huesos, cuando sabes sexo, edad, estatura,
enfermedades, dieta, origen…”.
El Individuo 21
Junto a Tatiana, Adam pasa el dedo índice por uno de los
extremos de la clavícula e indica que aún es rugoso. Después repasa el
coxis, los dientes y las vértebras y concluye: “Estamos ante un
veinteañero. Seguramente cumplidos los 25”.
“Veo muchas cosas a las que España debería mirar y no lo hace. Veo a un hombre… ¡Era un hombre!
Adam Burr es un veterano de sesenta y muchos con cara
luminosa, que lleva más de 15 años tratando con huesos. “En cuanto al
trauma”, explica con serenidad, “lo que normalmente hemos estado viendo
son disparos a la cabeza. Uno o dos, en general. Pero este individuo es
peculiar, porque no tiene ninguno. Entonces nos preguntamos ¿dónde puede
estar la muerte? Cuando estuve ordenando las vértebras, de repente
encontré que las cervicales 3 y 4, situadas en el cuello, estaban
destrozadas. Y aquí está la mandíbula”.
El hombre muestra las dos partes en las que está dividida
la mandíbula, las toma y las junta. Cuando casan, en el centro, justo en
medio de la barbilla, aparece un agujero perfecto menor que una
canica.
Entonces, agarra con la mano izquierda la mandíbula ya
unida, se la sitúa frente a la cara como quien coge del mentón el rostro
que va a besar, coloca la derecha en forma de pistola y, “pum”,
dispara. “Fue un tiro en la cara, en la mandíbula, que entró por el
mentón y salió por el cuello. El disparo entra limpio, de ahí este
agujero, pero sale abriendo el destrozo. Es algo difícil de ver, pero
aquí está y es lo que es. Y no hay ningún otro trauma en ningún otro
sitio. O sea, que aquí tenemos a un joven al que alguien miró a los ojos
y disparó a la cara”.
Si le preguntas qué ha visto en las exhumaciones del
Cementerio de Guadalajara, responde: “He visto un montón de asesinatos.
Es todo lo que puedo decir. Muchos asesinatos”. Es el único momento en
el que una sombra cubre la luz de su cara.
El Individuo 24
“Este es el último individuo que salió de la Fosa 1”,
relata Shelley Jones. “Los huesos están todavía húmedos de la tierra.
Estamos intentando retirar el barro de manera que podamos limpiarlos”.
No es fácil en este caso ver alguna patología o herida.
Los huesos están cubiertos de barro y rudimentariamente envueltos en
papel de periódico. Tampoco es fácil limpiarlos. “Son demasiado
frágiles, explica Jones, “algunos secan rápido, a las vértebras les
cuesta más”.
La joven forense peina dos trenzas rubias. Saca la
calavera de su papel de periódico y la agarra con las palmas de ambas
manos como una madre levantaría a su bebé. Con los dedos, suavemente, va
retirando el barro, que ya empieza a secarse. Dice que seguramente va a
encontrar un agujero de entrada de bala en la base del cráneo, por
donde va pasando los dos pulgares con mimo. Caen pedacitos de barro y de
repente, ahí está.
Lleva guantes azules de látex. Introduce su dedo índice
por el agujero de bala que acaba de aparecer. Tiene los dedos finos. Si
el dedo índice fuera un poco más grueso, no cabría. Una vez encontrado
el agujero de entrada, da la vuelta a la calavera y ahí, en el extremo
opuesto, aparece el destrozo de salida de la bala.
Nada más cuenta, por ahora, el último hombre extraído de
la fosa número 1, aquel que descansaba en el fondo mientras los restos
del silencio agonizaban a los pies de Ascensión Mendieta, sentada en su
banquetilla. Romper el silencio es reparar la segunda muerte, dar una
vida a los asesinados.
René Pacheco
Un veinteañero a quien alguien disparó mirándole a los
ojos, un hombretón cuyo cráneo ni la bala pudo destrozar, un torturado
molido durante meses y vuelto a moler, el hombre joven que recibió un
tiro en el cuello y otro en la cabeza, quién sabe si por falta de
pericia del asesino o simplemente por saña.
Eso cuentan los huesos que no queremos oír.
René Pacheco es el arqueólogo de la Asociación para la
Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) al frente de las
exhumaciones en el Cementerio de Guadalajara. El primer hueso con el que
dio fue una costilla de cabra de hace 1,8 millones años, en una cueva
de Girona. Su primer contacto con la violencia de la memoria, dos
personas enterradas en una viña al lado de una carretera de León. Corría
noviembre de 2008, y desde entonces sigue. Resulta inevitable
preguntarle si todavía, como aquel día, llora. “Uno no deja de llorar
con este trabajo nunca. Es muy difícil ver a Ascensión aquí al lado y
aguantar”.
Es consciente de la importancia del trabajo que realiza la
ARMH en Guadalajara, en términos históricos, y de su proyección futura.
Sin embargo, él también insiste en el hombre.
“Uno no deja de llorar con este trabajo nunca. Es muy difícil ver a Ascensión aquí al lado y aguantar”
“Esas personas, las que exhumamos, te están contando qué
les pasó en el último momento de sus vidas. Pero también lo que fueron
sus vidas en general: esfuerzos, dolores, enfermedades… Lo que hay que
hacer es reconstruir sus vidas y mostrar que eran personas como
nosotros. Como cuando hoy nos hemos levantado por la mañana… Sales y
alguien puede cogerte en algún lugar, secuestrarte, torturarte, matarte…
Es importante humanizar a las personas que estamos recuperando,
demostrar que eran como cualquiera de nosotros”.
¿Por qué no lo hemos hecho? ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué no hemos escuchado a los huesos?
“Los 40 años de Dictadura más los 40 de Democracia son 80
años que han pesado sobre la población en muchos sentidos. En el miedo
continuado en la población que sí sufrió directamente las consecuencias
de la Guerra y la posguerra, y también en el olvido generado a través de
la educación, de la sociedad etcétera, el no querer hablar de esto. El
miedo es una de nuestras principales dificultades cuando estamos
trabajando. Hace que la gente no se atreva a hablar cuando llegas a un
pueblo para preguntar dónde están las fosas, quiénes pueden estar en
ellas y demás. El miedo te lo encuentras en los familiares, que muchas
veces vienen a reclamar y te cuentan que no lo han hecho durante años
porque tenían miedo, no solo de lo que dirían sus vecinos, sino de lo
que dirían sus propios familiares. El miedo sobre todo de la población
en general: ¿Qué pasa si estás abriendo fosas?”.
René Pacheco sabe de qué habla. Aún recuerda la primera
vez que le dijo a su madre que iba a exhumar una fosa común de la Guerra
Civil. “Lo primero que se le ocurrió decirme fue: ‘René, ¿y no te va a
pasar nada?”.
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