Conocí a Ángela González Carreño el martes 2 de febrero de
 2016. Hacía entonces casi trece años que su exmarido había asesinado a 
la hija de ambos de un tiro de revólver.
Nos encontramos en la sede que la organización pro derechos humanos Women’s Link
 tiene en el centro de Madrid, y le conté que desde que, en 2003, un par
 de días después del crimen, leí la noticia en los diarios, no había 
dejado de pensar en ello. Ángela pasó tres años llamando a todas las 
puertas semanalmente –3 años, cada semana–, alertando de lo que 
sucedería si le obligaban a dejar a su hija a solas con el padre. 
Finalmente, una jueza le obligó a acatar un régimen de visitas que 
incluía el encuentro de padre e hija sin vigilancia. Tal como había 
avisado Ángela con desespero, él la mató. La niña tenía 7 años y había 
repetido una y otra vez que no quería ir con su padre. 
Cuando la conocí, hace algo más de un año, Ángela y las 
abogadas de Women’s Link esperaban sendas sentencias de la Audiencia 
Nacional. La ONU había condenado al Estado español a reparar e 
indemnizar a Ángela a causa del desamparo sufrido por ella y su hija y 
por la negligencia de la Justicia española, que desoyó en 51 ocasiones 
la denuncia y la alerta de la madre. Antes lo habían intentado en los 
juzgados ordinarios, en la Audiencia Provincial de Madrid, en la 
Audiencia Nacional, en el Tribunal Constitucional, en el Tribunal 
Supremo e incluso apelando al ministro de Justicia, en aquella ocasión 
Juan Fernando López Aguilar (PSOE). Intentaron, una y otra vez, 
infructuosamente, que el Estado español reconociera su responsabilidad 
en el asesinato de su hija Andrea. 
La historia de Ángela desde aquel 24 de abril de 2003 
hasta hoy mismo es la demostración palmaria de que el Estado español, 
sea cual haya sido su Gobierno, el poder judicial o el ministro de 
turno, no ha asumido el significado de la violencia machista. No es que 
no exista una financiación de la prevención de la tortura y la muerte, 
es que cuando el asesinato se produce, y aun demostrada la 
responsabilidad de las instituciones, el Estado la rechaza. 
Tal como había avisado Ángela con desespero, él la mató. La niña tenía 7 años y había repetido una y otra vez que no quería ir con su padre
La historia de Ángela es seguramente la descripción más 
clara en España de la violencia que las instituciones ejercen contra las
 víctimas de la violencia machista. Una segunda violencia, 
institucional.
Esta:
Una historia de tortura y asesinato
El 3 de septiembre de 1999, un hombre llamado Felipe 
Rascón agarró del pelo a su mujer, la derribó contra el suelo de la 
cocina y le arrimó al vientre un cuchillo jamonero. Se habían casado 
tres años antes, y tres años tenía en el momento de esa agresión su hija
 Andrea. No era el primer ataque, tampoco la primera amenaza de muerte: 
Rascón vigilaba a su esposa, la seguía, la insultaba habitualmente y la 
maltrataba aludiendo a imaginarios amantes. No era la primera vez, pero 
la mirada de la cría, su presencia en aquella cocina, fue lo que 
determinó la huida. Ángela González Carreño agarró a su hija Andrea y 
salió de la casa familiar de Arroyomolinos para no volver más.
Tres años y siete meses después, el 24 de abril de 2003, 
en aquel mismo adosado del suroeste dormitorio de Madrid, Rascón agarró 
un revólver sustraído a su dueño en 1985 y mató a su hija Andrea, mató a
 su perra y se suicidó. Solo unas horas antes, a la salida de una 
audiencia judicial, se había acercado a la madre para decirle “te 
quitaré lo que más quieres”. 
Entre el momento en que el hombre, armado con un cuchillo,
 tiró a su mujer al suelo de la cocina y el momento en que ese mismo 
hombre, armado con un revólver, mató a la hija de ambos, Ángela, la 
madre, cursó 51 denuncias agobiadas en juzgados y comisarías. Cuando una
 lee la documentación legal del caso –varios volúmenes de archivadores–,
 tiene la sensación de que media una voluntad minuciosa, notarial, un 
obstinado rastro de migas de pan que alguien se empeñó en ir dejando. 
Ángela sembró de migas el camino de su tortura. Migas desde la huida a 
cuchillo hasta el momento en el que su exmarido apuntó a la hija de 7 
años y le descerrajó un tiro, migas para que alguien pudiera, llegado el
 caso, entender lo incomprensible. 51 denuncias. 
Pero siempre hay un pájaro que se come las migas, incluso una bandada. 
En el caso de Ángela, los pájaros aparecieron 
definitivamente el 6 de mayo de 2002. Llevaba dos años y medio 
denunciando al menos una vez al mes el acoso de Rascón, su exmarido 
–insultos, amenazas de muerte, persecuciones, ataques a la niña, golpes–
 cuando la jueza titular del Juzgado de Primera Instancia número 1 de 
Navalcarnero decidió que no existían razones para que el padre no 
estuviera a solas con su hija.
Tres días después, Ángela recurrió la decisión de la jueza
 aludiendo al “interés superior del menor”, pero el 17 de junio el 
juzgado repitió su sentencia. De nada sirvió el informe del Centro de 
Servicios Sociales vigilante del régimen de visitas, donde se alertaba 
de que la niña no quería pasar más horas con su padre y recomendaba no 
dejarla a solas con él, sin vigilancia. De nada sirvió el escrito del 
fiscal en el mismo sentido. 
El 8 de enero de 2003, tres meses antes de que mataran a 
su hija, Ángela presentó ante el juzgado un escrito en el que rogaba que
 escucharan a la niña, que la cría no quería estar con su padre, que la 
violentaba con insultos a la madre. Ese mismo 8 de enero, los Servicios 
Sociales encargados del caso presentaron un informe en el que 
aconsejaban no permitir que padre e hija se encontraran sin vigilancia, 
ya que él usaba a la cría para agredir a la madre a base de preguntas 
sobre su intimidad y amenazas que “confundían” a Andrea. No fue el único
 informe. 
Tres meses antes de que mataran a su hija, Ángela presentó ante el juzgado un escrito en el que rogaba que escucharan a la niña, que no quería estar con su padre
Una semana antes del asesinato, la trabajadora social que 
supervisaba las visitas entre Felipe Rascón y su hija emitió un escrito 
en el que detallaba “varias incidencias” alarmantes sucedidas entre los 
días 9 de enero y 3 de abril de 2003. En todas ellas alude al uso de la 
hija para agredir a Ángela, e insiste en que la niña no quiere estar con
 su padre, que se siente “incómoda y confusa”.
El jueves 24 de abril de 2003, por la mañana, Ángela 
González Carreño y su exmarido, Felipe Rascón Calderón, se encontraron 
en una vista oral relativa al derecho de uso de la vivienda. A la 
salida, el hombre se acercó a ella y le advirtió de que le iba a quitar 
lo que ella más quería. Pocas horas después, obedeciendo las órdenes del
 juzgado, Ángela llevó a su hija Andrea al Centro de Servicios Sociales,
 donde la recogió su padre. 
A las 20.00, como cada jueves, volvió a recogerla. Ante la
 tardanza de padre e hija, acudió a la Guardia Civil de Mejorada del 
Campo. Fueron ellos quienes entraron en el adosado de Arroyomolinos, por
 la puerta de atrás. En el salón, donde la televisión permanecía 
encendida, encontraron tres cadáveres: el de una perra, el de Andrea, 7 
años, y el de Felipe Rascón, su padre, aún con el revólver en la mano. 
Violencia tras el asesinato
Cuatro días después del crimen, el 28 de abril de 2003, la
 presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y 
Divorciadas, Ana María Pérez del Campo, envió sendos escritos al Consejo
 General del Poder Judicial (CGPJ) y al ministro de Justicia. Al CGPJ le
 solicitaba una investigación para esclarecer las responsabilidades que 
suponía la presumible negligencia judicial, y un expediente 
disciplinario para la jueza titular del Juzgado de Primera Instancia 
número 1 de Navalcarnero. Al ministro de Justicia le solicitaba una 
audiencia para exponer las deficiencias del funcionamiento de los 
servicios psicosociales de la Administración en casos como el de Ángela.
 Asimismo, solicitaba una investigación sobre lo sucedido.
El ministro de Justicia entonces era José María Michavila (PP), y el del CGPJ, Francisco José Hernando Santiago. 
Tras poco más de dos meses, el 9 de julio, el Magistrado 
Jefe de la Sección de Régimen Disciplinario del CGPJ respondió que, tras
 revisar la actuación del Juzgado de Navalcarnero, no apreciaba ninguna 
actuación que tuviera relevancia disciplinaria y, por lo tanto, 
archivaba el caso. 
Resulta imprescindible repasar la historia de Ángela fecha
 a fecha, solo las muy señaladas. Se necesitaría un centenar de páginas 
para hacer constar todas y cada una de sus denuncias, todos y cada uno 
de los rechazos institucionales recibidos, todos y cada unos de sus 
desgarros. 
Tras revisar la actuación del Juzgado de Navalcarnero, el CGPJ no apreciaba ninguna actuación que tuviera relevancia disciplinaria y, por lo tanto, archivaba el caso
El 2 de enero de 2004, el Juzgado de Instrucción número 3 
de Navalcarnero declaró “extinguida la responsabilidad penal” en el 
asesinato de Andrea Rascón. Inmediatamente, Ángela recurrió dicha 
decisión, que fue desestimada. También lo fue la presentada ante la 
Audiencia Provincial de Madrid, en una resolución contra la que no cabía
 ya recurso.
En 23 de abril de 2004, a falta de un día para que se 
cumpliera un año del asesinato, Ángela González Carreño arrancó su 
particular pelea con la Administración pública española, una lucha sin 
cuartel ni victorias que llega hasta hoy. En esa fecha, de la mano de la
 abogada Ana María Ruiz Tagle, inició un procedimiento de reclamación de
 responsabilidad patrimonial ante el Ministerio de Justicia español. 
Defendía y defiende que la Administración de Justicia y los Servicios 
Sociales españoles fallaron en su deber de proteger la vida de su hija 
Andrea. Defendía y defiende que el Estado “primó el derecho de Rascón a 
tener una relación con su hija, en lugar de velar por el interés 
superior de la menor”.
Año y medio más tarde, el 3 de noviembre de 2005, el 
Ministerio de Justicia resolvió desestimar su reclamación, alegando que 
la vía judicial elegida era errónea. Aseguraba que Ángela debía haber 
solicitado una indemnización por error judicial, pero que para ello 
estaba fuera de plazo. Ángela recurrió y el 22 de enero de 2007 el mismo
 ministerio volvió a desestimar su queja. 
Al rechazo del Ministerio de Justicia, siguieron el de la 
Audiencia Nacional (10 de diciembre de 2008), el Tribunal Supremo (15 de
 octubre de 2010), que además le obligó a pagar las costas, y el 
Constitucional, que el 27 de abril de 2011 inadmitió la demanda. A todos
 ellos Ángela les pedía solo una cosa: que admitieran la responsabilidad
 de la Justicia española en el asesinato de su hija. Ninguno de ellos 
aceptó sus razones, por lo que ya no le quedaron instancias nacionales a
 las que acudir.
La ONU condena a España
La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de 
Discriminación contra la Mujer (o CEDAW en sus siglas en inglés) es un 
tratado internacional de la ONU firmado en 1979. Está firmado y 
ratificado por España.
En septiembre de 2012, agotadas todas las vías en su país,
 Ángela González Carreño y la organización internacional Women’s Link 
presentaron el caso ante la CEDAW, que en julio de 2014 emitió un dictamen
 que afirmaba que “el Estado [español] ha infringido los derechos de la 
autora [González Carreño] y su hija fallecida”. Asimismo, conminaba al 
Estado a “otorgar a la autora una reparación adecuada y una 
indemnización integral y proporcional a la conculcación de sus 
derechos”. Por otra parte, indicaba que se debía “llevar a cabo una 
investigación exhaustiva e imparcial” sobre lo sucedido. 
Nada de eso se hizo. 
Las últimas resoluciones sobre el caso datan del año 
pasado, trece años después del asesinato de la niña Andrea Rascón 
González, y son sendas sentencias de la Audiencia Nacional. En ambas (25
 de abril y 2 de noviembre de 2016), se insiste en que los 
procedimientos legales y las decisiones tomadas por la Justicia española
 entre septiembre de 1999 –fecha en la que Ángela y su hija huyen– y 
abril de 2003 –fecha del asesinato– fueron correctos. Por lo tanto, el 
hecho de desatender las 51 denuncias de la madre y los informes de los 
Servicios Sociales, así como no tener en cuenta el interés superior de 
la menor también entraba dentro de la normalidad. 
En la última sentencia, que data de hace apenas 7 meses, se pueden leer afirmaciones como las que siguen:
“La recurrente presentó un escrito de alegaciones el 7 de 
enero de 2003 en el que se opuso a pasar a ese nuevo régimen [el de las 
visitas paternas sin vigilancia] y denunciaba la falta de apego de la 
pensión de alimentos, pero no se desprendían de su escrito que se 
opusiese al régimen de visitas existente o advirtiese riesgo para la 
vida de la menor”. En la fecha a la que hace referencia la Audiencia 
Nacional, ese enero de 2003, Ángela González Carreño y sus abogados ya 
habían presentado al menos 45 denuncias por acoso y maltrato a la madre y
 a la hija, alertando del peligro que supondría dejar a la niña a solas 
con el padre.  
“Este Tribunal, aun lamentando profundamente el fatal 
desenlace, no aprecia que en el supuesto que nos ocupa existiese un 
funcionamiento anormal de la Administración de Justicia”.
“Este Tribunal, aun lamentando profundamente el fatal desenlace, no aprecia que en el supuesto que nos ocupa existiese un funcionamiento anormal de la Administración de Justicia”
 “…Tras un constante seguimiento del régimen de visitas e 
informes psicológicos de los padres y de la menor, con intervención del 
Ministerio Fiscal a lo largo de las actuaciones y con constantes 
escritos de alegaciones de los progenitores, y permanentes informes de 
seguimiento emitidos por los servicios sociales, resolvieron lo que 
estimaron conveniente respecto de la forma en que debía canalizarse la 
comunicación de un padre separado con su hija, sin que existiesen datos 
que indicasen que el régimen de visitas que existía [las visitas sin 
vigilancia] implicase peligros para la vida o salud física o psíquica de
 la menor, por lo que el posterior asesinato de ésta a manos de su 
progenitor no aparece conectado con funcionamiento anormal alguno del 
juzgado o de sus agentes colaboradores, de modo que no se aprecia la 
existencia de los elementos necesarios para declarar la existencia de 
una responsabilidad patrimonial del Estado.”
Si el Estado acatara
Muy otro es el punto de vista de Teresa Fernández Paredes,
 abogada de Women’s Link al frente del caso. “Ángela confió en el 
sistema de justicia y en las administraciones del Estado, que 
respondieron con decisiones basadas en estereotipos y prejuicios de 
género que terminaron en el asesinato de su hija Andrea”, afirma. 
Fernández Paredes critica duramente el caso omiso que 
España hace a las recomendaciones de la CEDAW sobre violencia machista. 
“Si el Estado acatara las recomendaciones del Comité CEDAW, las mujeres 
supervivientes de violencia de género no tendrían que enfrentarse a 
procesos judiciales por proteger la vida de sus hijas y por rebelarse 
contra un sistema de justicia que les exige cumplir unas visitas sin 
supervisión con los padres maltratadores”. Y añade: “El Estado tiene 
responsabilidad en la protección a las mujeres víctimas de violencia de 
género y a sus hijos e hijas y, cuando ese sistema de protección falla, 
las consecuencias que tiene para esas mujeres y sus hijos e hijas son 
irreparables”. 
“Si el Estado español firma y ratifica tratados 
internacionales que lo comprometen a proteger y a garantizar derechos, 
luego no puede pretender que estos tratados no van a tener ningún efecto
 en las instituciones españolas. O simplemente, ¿se firman para quedar 
bien ante la comunidad internacional?”, concluye la abogada. 
Ángela
Ángela González Carreño responde al teléfono el jueves 1 
de junio. El fin de semana anterior, tres hombres asesinaron a “sus” 
mujeres. 
–Este fin de semana han matado a tres mujeres y no ha sido
 capaz nadie del Gobierno de comparecer. Pero de este y de ninguno. No 
veo que el resto de partidos políticos haga presión alguna. Estoy 
indignadísima. No entiendo cómo puede haber 2.500 efectivos en un 
partido de fútbol para prevenir incidentes y que no haya para las 
mujeres que han denunciado que las van a matar.
–¿Y qué se puede hacer?
–No lo sé. Lo único que yo podía hacer era recurrir a la 
justicia y creer en ella, pensando que iba a estar de mi lado 
reconociendo lo evidente: lo que me estaba pasando. ¡Puse 51 denuncias! Y
 no hubo ni reconocimiento antes ni después. Y es que no interesa… Los 
asesinatos por violencia machista no interesan al Gobierno. Es más, 
cuando matan a una mujer o a una criatura no le dan importancia ninguna.
– ¿El Gobierno no responde?
–El Gobierno sí responde, pero con negativas. Negando lo evidente: que son responsables.
–Usted ha vivido el mayor desamparo por parte de la Administración. 
–Hay un desamparo evidente y total por parte del Estado, 
de las instituciones, los jueces en relación no sólo en lo que rodea a 
las mujeres sino también a las criaturas. Mira lo que está pasando con 
los niños. Sigue prevaleciendo el interés de un padre maltratador a la 
protección de un niño, porque es invisible, no se escucha a los niños. 
Es indignante que no se escuche lo que sufren.
Hay un desamparo evidente y total por parte del Estado, de las instituciones, los jueces en relación no sólo en lo que rodea a las mujeres sino también a las criaturas
–¿Existe la suficiente presión en la calle?
–Yo he dejado de ir al “minuto de silencio” porque no vale
 de nada. ¿Qué se ve ahí? ¿A cuántas personas? ¿Quince con una pancarta 
frente a la sensación de “mira estas locas”? Esto no sirve para nada. 
Necesitamos más. Que se involucre el Gobierno, que adopte medidas… Que 
se lleve a cabo lo que estableció la ley de 2004. Ahí se contempla que 
no se puede entregar un niño a un padre maltratador. No debería dejarse 
decidir a un juez, sino imponerlo con una ley. Porque hay jueces y 
jueces, y juezas y juezas… Debe ser una imposición por ley, no se les 
debe dejar pensar porque cada uno tiene una ideología y ve las cosas a 
su manera. 
–Después de lo vivido y tras años de pelea, ¿qué pasos cree que se debe dar?
–Para empezar, muy fácil: protección a las víctimas, a las
 mujeres, y destierro a los maltratadores. Ellos son los que deben irse,
 y no las mujeres. Una mujer no puede salir a la calle mirando a todos 
lados para ver si está el maltratador, si la sigue… ¿Por qué el resto de
 asesinos sale en televisión y un asesino por violencia de género sale 
con el rostro oculto? Va a estar en la cárcel 5 o 7 años, y cuando salga
 lo volverá a hacer. No les conocemos, hay que conocer a los asesinos y 
reconocerlos como asesinos, como los de ETA, como el resto de asesinos. 
Hay que comparar los asesinatos por violencia de género con el resto de 
asesinatos. Que una mujer asesinada tenga el mismo valor que otras 
víctimas.
–Cada vez es más evidente el uso de los hijos para agredir a las madres. 
–Con respecto a los hijos, muchos tienen una fachada de 
buenos padres –“se la ha llevado, le ha comprado esto o lo otro…”– 
cuando en realidad está machacando a esa criatura por detrás para 
maltratar a la mujer. Y el hijo lo ve, no es tonto. Se dio cuenta mi 
hija, y se da cuenta el resto de los hijos. El Gobierno, la gente… Yo no
 sé si se dan cuenta. Lo que quieren es hacer el mayor daño posible a la
 mujer que les ha abandonado. Y ese daño son los hijos, por supuesto. 
Por eso no hay que entregárselos, no sé, no sé por dónde empezar…
–¿Dónde cree usted que están las responsabilidades?
–Hay muchos responsables cuando un juez permite las 
visitas de un padre maltratador. Empezando por los servicios sociales, 
que no deberían consentir los puntos de encuentro cuando tienen informes
 de que existen denuncias. Luego, además, los informes que realizan las 
trabajadoras sociales no valen para nada. No involucran nada. Ese fue mi
 caso. Como los informes psicológicos. Cuando suceden estas cosas, lo 
primero es un psicólogo para el papá, la mamá y el hijo. Tampoco valen 
para nada. No se mojan.
–Las denuncias a usted no le sirvieron para nada.
–Hay que ver la evidencia cuando hay denuncias, cuando se 
ven los malos tratos, es que no hay más. Pérdida de custodia totalmente.
 Es la única manera de empezar a evitar, de entrada, la muerte de los 
hijos. Las de las mujeres, pues bueno, aprender a vivir con el miedo. El
 hecho de que no haya protección, que no manden a estos delincuentes 
fuera de la provincia donde vive su mujer… Es que no hay manera, porque 
aunque lo mandes lejos, la orden de alejamiento no vale para nada. 
Debería estar controlado de alguna manera, informando incluso a sus 
empresas. La mujer tiene todas las de perder. Pierden su trabajo, su 
vida, sus amigos porque viven en auténtico pánico. El maltratador sigue 
libre, en su trabajo no saben nada, siguen pensando que es una persona 
muy responsable con sus hijos y que la mala es la mujer, etc. etc. Hay 
que cambiar la forma de pensar: es el maltratador quien debe sufrir, no 
la víctima. Me indigno, me indigno, me indigna que no se dé la 
visibilidad suficiente para que este problema nos afecte a todos. 
Repetirlo todas las semanas, no medio minuto. Sólo sirve para ir sumando
 un número más y a final de año hablen de un porcentaje en relación al 
anterior. Y en enero, contador a cero. Las víctimas de ETA las siguieron
 sumando, les hicieron estatuas, plazas, jardines, eventos, 
manifestaciones, conmemoraciones… Y a las asesinadas por violencia de 
género, nada.
–A usted, la ONU le dio la razón.
–El día que me dio la razón la ONU fue un día feliz y, de 
alguna manera, me devolvió la esperanza. Pensé que finalmente alguien 
había leído mi caso y recuperaría mi dignidad, pero me sirvió de 
poco. En cuanto vi la respuesta del Gobierno se me vino el mundo abajo. 
Que a mí no me restituyan es un acto de violencia institucional. Y es un
 problema social y parece que cuantas más asesinadas hay, más crece la 
violencia de género. Porque el resto de los hombres que son violentos 
piensan en primer lugar que la mujer se merece que la maten. Lo primero 
que hay que pedir a los políticos es que estos asesinatos sean visibles,
 que se recuerden, que se nombren.
Niños asesinados
El Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad 
empezó a recoger estadísticas sobre menores en 2013. Desde esa fecha, al
 menos 22 menores fueron asesinados por la llamada Violencia de Género. 
Las cifras, no obstante, no son concluyentes y podrían ser más. En 
cuanto a las fechas anteriores, la Federación de Asociaciones de Mujeres
 Separadas y Divorciadas maneja un número de menores asesinados que 
supera los 70, entre 1999 y 2012. 
En lo que va de este año 2017, al menos tres menores han sido asesinados por Violencia machista.
El 3 de febrero, Vladimir Valdovinos se lanzó desde una 
ventana del Hospital de La Paz con su hija Aramís en brazos. La cría 
tenía 18 meses. Murieron los dos. Antes, él le espetó a su mujer, Noemí Dávila: “Te voy a dar donde más te duele”. 
El 29 de marzo, José Manuel-García Bustamante estranguló a su mujer, Ana María Rosado, y asesino a sus dos hijos, una niña de 5 años y un niño de 8, por asfixia en Campo de Criptana.
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OTRA COSA: Un paseo por el nº 124, de CTXT
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