Javier Nix Calderón · 4/11/2017
Estoy
cansado de dar mi opinión. Lo que veo a mi alrededor me asquea. Ya ni
siquiera me apetece hablar. Me aburren y hastian hasta la arcada muchos
de los comentarios que escucho y leo sobre política desde hace semanas.
Facebook es una corrala. Twitter, un aquelarre. Hay cerebros enfangados
como fosas sépticas, y su podredumbre se escapa por gargantas y dedos.
Tengo que respirar su hedor cuando escucho hablar de Cataluña, cuando me
dicen que se adoctrina en las escuelas, que la inmersión lingüística en
catalán es una fábrica de independentistas. Aquí, en Madrid, existe un
programa de bilingüismo en inglés que defiende la inmersión lingüística
en una lengua extranjera que no tiene ningún tipo de conexión cultural
con nuestro país. Lo he dicho muchas veces, pero lo repito ahora: yo
participo de ese programa bilingüe como profesor de Historia. He visto
como mi asignatura es sacrificada en el altar de la globalización pero
nadie habla de adoctrinamiento, y son pocas las voces que denuncian la
segregación que existe dentro de la escuela pública. Segregación, sí,
porque los alumnos con entornos socioeconómicos y culturales más
favorables son los que copan la enseñanza bilingüe. Los alumnos con
dificultades de aprendizaje o con familias menos pudientes, son
expulsados del sistema. Estoy obligado por la Comunidad de Madrid a
hablar con mis alumnos en inglés durante las clases, pero también en los
pasillos, en el patio, en la cafetería. ¿No es esta inmersión
lingüística antinatural, no rompe el vínculo de la lengua materna que
nos une a alumnos y profesores? Pero nadie se queja. Nuestro proverbial
sentimiento de inferioridad monolingüe es la única explicación posible.
Para muchos, Cataluña está incubando el huevo de la serpiente con la
enseñanza en catalán, pero no Madrid, por supuesto, pues Madrid apuesta
por una lengua poderosa e internacional, aunque tengamos que explicar la
historia de España en la lengua de Shakespeare, aunque rocemos el
ridículo hablando de Isabella the Second, de las Carlists Wars o de la
Bourbon Restoration.
Tengo que escuchar a compañeros hablar de la necesidad de españolizar a los alumnos catalanes mientras nuestro gobierno, sin atisbo de sonrojo, pretende anglosajonizar a los alumnos españoles. Tengo que escuchar a diario comentarios que celebran o ridiculizan la entrada en prisión de miembros del Govern de la Generalitat como si fuera una victoria, como si no fuera en realidad una derrota colectiva, como si la deriva autoritaria de nuestra deficitaria democracia no fuera la primera piedra de una nueva Década Ominosa. Tengo que soportar las banderas de España colgando en los balcones sin planchar, como si la política fuera un partido de fútbol y no una partida de ajedrez. Somos hooligans jaleando los movimientos sobre el tablero de una partida que comenzó hace seis años, con estrategias definidas y medidas milimétricamente. El gobierno español mueve sus fichas buscando la victoria, al igual que el independentismo catalán, y el público de cada bando celebra que una torre, un alfil, un caballo, caigan. Quizás hemos olvidado que en esta partida no somos espectadores, sino los peones. Avanzamos hacia el precipicio ignorando que los peones son prescindibles, pero no los reyes. Esos nunca caerán. En esta partida ningún bando puede ganar. Ambos perderán. Ambos deben perder un poco. De lo contrario, lo perderemos todo. Todos....
ADEMÁS: Fernando Broncano R y La universidad en la calle han compartido un enlace.
Tengo que escuchar a compañeros hablar de la necesidad de españolizar a los alumnos catalanes mientras nuestro gobierno, sin atisbo de sonrojo, pretende anglosajonizar a los alumnos españoles. Tengo que escuchar a diario comentarios que celebran o ridiculizan la entrada en prisión de miembros del Govern de la Generalitat como si fuera una victoria, como si no fuera en realidad una derrota colectiva, como si la deriva autoritaria de nuestra deficitaria democracia no fuera la primera piedra de una nueva Década Ominosa. Tengo que soportar las banderas de España colgando en los balcones sin planchar, como si la política fuera un partido de fútbol y no una partida de ajedrez. Somos hooligans jaleando los movimientos sobre el tablero de una partida que comenzó hace seis años, con estrategias definidas y medidas milimétricamente. El gobierno español mueve sus fichas buscando la victoria, al igual que el independentismo catalán, y el público de cada bando celebra que una torre, un alfil, un caballo, caigan. Quizás hemos olvidado que en esta partida no somos espectadores, sino los peones. Avanzamos hacia el precipicio ignorando que los peones son prescindibles, pero no los reyes. Esos nunca caerán. En esta partida ningún bando puede ganar. Ambos perderán. Ambos deben perder un poco. De lo contrario, lo perderemos todo. Todos....
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Fernando Broncano R · Los estudios concluyen que los estudiantes aprenden mejor en su lengua nativa. Pero... ¿Leerán este artículo nuestras autoridades?
La universidad en la calle · No a quemar recursos y aumentar precarización por la enseñanza en inglés en la universidad.
- Puntos fuertes del artículo:
1. Se aprende mejor si te enseñan en tu idioma materno que si te enseñan en inglés.
2. Lo importante de la universidad son las habilidades y conocimientos que te transmiten, por lo que es fundamental que las aprendas bien (en tu idioma) a que las aprendas mal (en inglés).
3. Enseñar en inglés no garantiza la atracción y retención de talento internacional. La mayoría de estudiantes universitarios extranjeros que han estudiado en Holanda (en inglés) abandona el país tras terminar sus estudios... ¡porque no saben holandés! (algo parecido ocurre en Alemania).
En conclusión: ofertar carreras completamente en inglés en países de habla no inglesa hace que, por un lado, la calidad de su docencia disminuya, y por otro les hace perder un valor único: la capacidad de ofrecer el aprendizaje de otro idioma.
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