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31 may. 2018
CUANDO NOS ROBARON LA CONCIENCIA DE CLASE
El
propósito de este texto es intentar analizar en qué consiste la
conciencia de clase, para qué sirve y por qué hay interés por parte de
muchas instancias en no hablar de la clase obrera y sí de la clase
media.
Ante
la frivolidad generalizada en el uso de los términos objeto de este
análisis y la confusión que ésta crea en el lector o el oyente, creo que
es necesario aclarar conceptos. Me gustan -y concuerdan con el
propósito de este texto- algunas definiciones de Néstor Kohan en su Marxismo para principiantes; lo que le tomo prestado a Kohan está entrecomillado.
Las clases sociales “se
definen tanto por su posesión o no posesión de los medios de producción
como por sus intereses, su cultura política, su experiencia de lucha,
sus tradiciones y su conciencia de clase” y la lucha de estas clases es
la confrontación que “divide a la sociedad en opresores y oprimidos…
Esta contradicción impulsa el desarrollo de la historia”.
La aristocracia goza de privilegios y títulos, por nacimiento o
decisión de un soberano, lo que puede implicar que los nobles no tengan
que trabajar para sobrevivir. Esto ha ocurrido a lo largo de la
historia y ahora también.
La burguesía es la “clase social que agrupa inicialmente a mercaderes y banqueros, más tarde capitalistas”. Los medios de producción están en sus manos y puede ser que tampoco tengan que trabajar para sobrevivir.
La clase media es
heredera de esta burguesía histórica que aunque trabaje -nuestra
sociedad es también heredera del calvinismo en torno al trabajo que lo
hace necesario y atractivo-, recibe rentas procedentes de tierras,
alquileres, inversiones, etc. que le permiten no hacerlo si ése es su
deseo.
La clase obrera ofrece su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Si no trabaja, no come o depende de prestaciones sociales, si existen.
Y llegamos a la conciencia de clase que es la “identidad cultural y comprensión política,
pensada, vivida y sentida por cada grupo social sobre sus intereses a
largo plazo. No se adquiere ni se logra por decreto, sino a partir de
experiencias históricas, tradiciones y luchas políticas”.
En mi opinión, lo importante es comprender que si tienes que trabajar para vivir, no eres de clase media, ni
siquiera si disfrutas de una posición económica desahogada. Si te
quedas sin trabajo o pensión, los ahorros se acaban y como hemos visto
tantas veces con los desahucios, te quedas sin nada.
Algunos ejemplos
El pequeño comerciante es
propietario de los medios de producción que permiten su trabajo. Si
consigue que su negocio funcione y trabajan otros por y para él, puede
considerarse de clase media. Ahora bien, si -pongamos por caso- la
competencia de las grandes superficies no le permite contratar a gente y
su negocio no marcha bien, su trabajo peligra y se proletariza.
El director de sucursal bancaria no es propietario de los medios de producción que permiten su trabajo. Sin embargo si su trabajo es estable, puede recibir un salario alto que
le permita invertir y vivir de las rentas. Si pierde su trabajo se
proletariza de nuevo, pero si prospera puede acceder a la clase media.
La mediadora social posee
los medios de producción que permiten su trabajo (herramientas
intelectuales, redes, capacidades emocionales). Pero seguramente las
razones que le motivan a escoger ese trabajo no tienen que ver con la
clase a la que pertenece. No obstante saber a qué clase pertenece puede ser de gran importancia para ella.
Tanto José Luis Carretero Miramar en la revista Trasversales como Vicenç Navarro en un texto titulado El mito de las clases medias hablan
de la proletarización creciente de la clase media, por lo que en contra
de lo que el poder y los medios nos quieren hacer creer, la clase
obrera aumenta y la clase media se contrae.
Por qué se habla de la clase media y no de la clase obrera
Las referencias a la clase media son constantes mientras que las referencias a la clase obrera escasean. Es como si fuera algo apestoso ser de clase obrera y
algo deseable ser de clase media ¿Cómo se pueden calificar «de clase
baja» a los trabajadores explotados y excluidos de nuestra sociedad?
¿Por qué tenemos que aspirar a algo más, como decía Maggie Thatcher,
un tópico que sigue repitiendo machaconamente la derecha neoliberal y
sus adláteres? ¿No es la escalera social una patraña? ¿Por qué se
confunde ser acomodado económicamente con ser de clase media? Todo esto
ocurre porque hay un interés poderoso en despojarnos de cualquier sentimiento de clase.
La clase es lo que nos une y la unión hace la fuerza; es así de
sencillo. Se repite insistentemente que la clase media es la meta y se
ha colado en el pensamiento, el lenguaje y el quehacer diario de mucha
gente trabajadora.
En
España es evidente que la clase obrera no es la preocupación del PP.
Pero tampoco lo es del PSOE; este no habla de la clase obrera, sólo de
la clase media. Además de identificarse en cierto modo con el discurso
de “haber vivido por encima de las posibilidades”, de que los desahucios y otras desgracias ocurren por fracaso personal, de la necesidad de “modernizarse”, etc., le interesa negar la existencia de las clases sociales y por tanto su confrontación,
que como hemos visto impulsa el desarrollo de la historia. Hay interés
en que las clases sociales sean cada vez más ambiguas. De ahí, en mi
opinión, proviene la costumbre muy extendida de poner en plural los
términos clases políticas, clases trabajadoras, clases medias, como si
fueran algo etéreo y sin entidad.
Paul Mason, en su libro Why it’s kicking off everywhere,
comenta cómo el poder aprovecha que la sociedad actual ha erradicado la
solidaridad, una cualidad característica de la clase obrera. Las
confrontaciones entre el poder y lo que Mason llama ‘la generación iPod’
-tanto los disturbios de Londres del verano de 2011 como los de
Missouri del verano de 2014 se produjeron a consecuencia del asesinato
de jóvenes negros a manos de la policía- al no tener ésta comprensión
política, no son consideradas de clase por los protagonistas y a la
casta no le interesa reconocer la existencia de la lucha de clases y
mucho menos que arraigue la conciencia de clase.
En qué consiste la conciencia de clase
E.P. Thompson habla en La formación de la clase obrera en Inglaterra de
que la clase obrera existía en base a sus tradiciones, sistemas de
valores, ideas y formas institucionales. Si históricamente se
materializaba en el respeto por la naturaleza, el apego al oficio y la
defensa de sus organizaciones, hoy también los obreros -para vencer
definitivamente al capitalismo- deben defender la recuperación del
derecho al descanso y al tiempo libre y el derecho a techo sin dejarse
la vida en el intento. Y digo obrero y no trabajador intencionadamente. En inglés sólo hay una palabra para la persona que trabaja, que es worker.
En español -y al menos en francés- hay dos palabras principales, que
son obrero y trabajador, cuando no empleado u operario. Como el inglés
es la lengua del imperio y por tanto del adoctrinamiento, el poder
aprovecha este hecho para uniformarnos y quitar valor a la cultura obrera.
No es lo mismo un peón de albañil que un administrativo, ni un
jornalero que un periodista, pero hoy en día todos pertenecen a la misma
clase y aunque sus intereses pueden ser puntualmente distintos, su
fuerza reside en la solidaridad de clase.
En los comienzos del cooperativismo en
el Reino Unido y ante la falta de instituciones formales de enseñanza,
se impartían desde las mismas cooperativas clases de economía política,
matemáticas, francés, ciencias y leyes, y hasta astronomía y boxeo. Es
decir, se consideraban estas materias importantes para el conocimiento
del entorno y del mundo -esto sí que es tener cosmovisión-, a la vez que
se creaba una identidad cultural propia. No
es que quiera equiparar la cultura obrera solamente con el
cooperativismo, pero éste recoge muchas virtudes de aquélla: dignidad,
estatus y bienestar general.
El
mismo hecho de tener que trabajar para vivir -de lo que sea: basurero,
profesor, enfermero- indica a qué clase se pertenece, pero es la identidad cultural la que proporciona la conciencia de clase. Algunas personas escogemos ser de clase obrerapor identificarnos con ella por trayectoria vital y política.
En
el mundo rural, sólo se podría asentar cierto sentido de clase creando
cooperativas agrarias, lo que incluiría los medios de producción
-maquinaria-, los dispositivos de almacenaje, el transporte, la
elaboración final y venta directa del producto, etc. Estaría por ver si
el agricultor medio -que seguramente se considera a sí mismo de clase
media- estaría dispuesto a formar una cooperativa junto con un
jornalero. Pero no hay que olvidar que existen todavía colectividades que nos pueden enseñar, como decía Thompson, tradiciones y valores: las zonas mineras, los pueblos pesqueros, los estibadores en los puertos de mar.
Pero en las grandes ciudades puedes trabajar muy lejos de donde vives,
llegas a casa sólo para dormir y crear conciencia comunitaria no es
fácil.
En
cuanto a la comprensión política, esta nos permite no solo entender por
qué ocurren las cosas a nuestro alrededor -en el trabajo, en la
sociedad, en el tablero mundial- sino que nos dota también de
herramientas para luchar contra nuestra opresión y
nos permite impulsar el desarrollo de la historia, es decir participar
en la lucha de clases. A los partidos políticos al uso no les interesa
nuestra comprensión política, sólo que les votemos cada cuatro años.
Hay
varios factores que contribuyen actualmente a que amplios sectores de
los trabajadores no tengan conciencia de clase, entre ellos la precariedad y el individualismo.
En
el contexto capitalista actual, los trabajadores se enfrentan a dos
factores diferenciados pero asociados. Por un lado tienen más de un
trabajo a menudo de índole diverso porque con uno solo no cubren sus
necesidades -en tiempos del franquismo esto se llamaba pluriempleo–
y la mayoría de los trabajos son precarios, tanto por su duración que
suele ser temporal como por sus condiciones, fruto de las leyes
laborales permisivas. Incluso en algunos casos -cada vez más frecuentes-
se trabaja sin el amparo de las leyes: sin contratación y por tanto
seguridad social, falta de horario que te permita organizar la vida,
etc. Por mucho que se trabaja, no se sale de pobres y esta precariedad
se convierte en un círculo vicioso: no hay conciencia de clase porque la clase está fragmentada en el tiempo y el espacio, pero si no se aceptan estos empleos, no hay trabajo, ni clase, ni conciencia para cambiarlos.
Las
actuales formas de vida priman el individualismo y hay múltiples
ejemplos de ello. En el mundo laboral, el empresario fomenta el
individualismo con el fin de romper la unidad -negociación de
condiciones laborales individualizadas y fuera de convenio- y el
trabajador las acepta, ya que le atrae el hecho diferenciador. Le hace
sentirse importante y parte del engranaje empresarial. Si el trabajador
tuviera conciencia de clase, no se dejaría embaucar; su fuerza está en
la unidad como clase, porque cuando se queda sin trabajo no tiene otra
fuente de ingreso. El antiguo artesano que tejía en su casa en la
Inglaterra anterior a la Revolución Industrial se enorgullecía de su
trabajo, pero también de su cultura de clase. El ingeniero de hoy ha
sustituido esta cultura por la ilusión de realizar su vocación y
ejercer una profesión que le gusta. Esta ilusión la fomenta él mismo
pero sobre todo los empresarios, cuyo único interés reside en la
creación de plusvalía.
En
la vida social, la familia nuclear vive en su pisito o casita,
prefiriendo el coche al transporte colectivo y teniendo pocos espacios
comunitarios donde tejer redes sociales. La lavadora es uno de los
mejores inventos de la modernidad, pero ¿de verdad necesitamos todas las
familias tener una en nuestro hogar? Los estadounidenses utilizan el
sótano de los edificios de pisos para instalar una lavandería colectiva.
Es un sitio ideal para comunicarse con los vecinos y crear comunidad.
También se podría poner una sala informática colectiva, reduciendo al
mismo tiempo gasto energético y residuos.
Thompson
describía muy bien en qué consiste la cultura -que se torna en
conciencia- de clase. El obrero -y por extensión el pueblo- tiene el
objetivo de proteger los derechos de su trabajo,
de los que dependen muchas más personas. Para conseguir estos derechos
es necesaria primero la disciplina, una disciplina que no actúa para el
individuo, sino para la colectividad. La defensa o protección de estos
derechos se consigue mediante la dignidad propia que confiere haberlos
conseguido. La disciplina y la dignidad conforman la conciencia de clase
que, como decía Thompson, hace que los pobres convoquen un mitin en vez
de provocar un motín.
Es
cierto que ha habido muy poco tiempo para crear conciencia de clase en
España, ya que antes de la llegada de la democracia -aunque esta soolo
sea formal- sólo existían amos y criados, excepción hecha del
levantamiento de Asturias en 1934 y la Segunda República.
Frente
al discurso de que ya no existe la lucha de clases y por tanto la
conciencia de clase, yo me pregunto: ¿qué son si no las ocupaciones de
edificios vacíos para dar techo a los desahuciados, las mareas de
colores y las marchas de la dignidad? ¿No serán una forma de lucha que
corresponde al periodo actual de la confrontación de clases?
¿Para qué sirve la conciencia de clase?
Los
sectores más explotados de nuestra sociedad no perciben pertenecer a
una clase porque el poder y los medios se han ocupado de que esto sea
así y por las razones antes descritas. Y sospecho que a la juventud
precaria y desubicada le pasa lo mismo. No tienen trabajo, su proyecto de vida es el de sus padres porque dependen de ellos y se ven sin salidas.
Por
tanto, gran parte de nuestra juventud no conoce la conciencia de clase e
incluso puede dudar de que sirva para algo. Pero trabajes en lo que
trabajes, seguirás necesitando defender tus intereses, aun si no tienes
derechos. Decir que eres de clase media porque eres periodista es una
estupidez, fruto del clasismo que
el poder y los medios han conseguido imprimir en nuestro cerebro. Sin
embargo este comentario hecho en una entrevista por el escritor Owen Jones no desmerece en absoluto su magnífico libro Chavs.
Y la gran paradoja es que son sectores de la juventud -parados- los que
están creando redes de clase al investigar nuevas vías de cubrir sus
necesidades vitales, que no necesariamente de trabajo: cooperativas laborales, crianza colectiva y hogares en comunidad. Lo
que es vital es que estos sectores explotados y la juventud sepan
reconocer la nueva lucha de clases y cómo el ejercicio de la conciencia
de clase podría cambiar su suerte.
Asimismo,
si la clase obrera tuviera conciencia de su condición, gozaría de
solidaridad, pero no la solidaridad ñoña de los que tienen, sino la
solidaridad de los que comparten lo poco que tienen, una solidaridad que
no sólo proporcionan la familia y el entorno inmediato, sino la que
pone en marcha comedores sociales, huertas comunitarias y cuidados
colectivos. Creo que deben ser los propios interesados los que pongan en
marcha sus propias redes solidarias para no depender de caridades y
beneficencias de extraños.
Los antiguos artesanos no tenían la formación escolar de la clase obrera actual; sin embargo no eran incultos.
La necesidad de defender sus propios intereses los obligaba a
instruirse mediante la lectura propia o ajena. Thompson hablaba de cómo
había costumbre de leer en voz alta los periódicos radicales en
beneficio de los analfabetos en las sociedades de aprendizaje colectivo,
con el fin de conseguir “pan, conocimiento y libertad”. Tendremos que
hacer talleres de conciencia de clase al estilo de los antiguos artesanos con el fin de aprender para qué sirve.
En una relación de poder, si la parte explotada no acepta la dominación de la parte explotadora, jamás habrá sumisión.
En cualquier lucha el trabajador puede perder, pero será su obcecación
en no someterse lo que guiará su proceder. De igual manera la reacción
de la parte explotadora al proceder del trabajador puede y debe reforzar
su lucha; el empresario sólo reacciona con rabia cuando el trabajador
procede de acuerdo con la comprensión que aporta la cultura de clase.
De
niña vivía en una calle sin coches. Todos los hogares eran obreros.
Ninguno tenía cuarto de baño y el retrete estaba en el patio. A veces se
lavaba la ropa en el patio y a veces mi madre lavaba en una lavandería
comunitaria, a un paseo en autobús, debidamente equipada con el fardo de
ropa sucia. Pero nos conocíamos todos y a los padres de mis vecinitos
los llamaba tío tal o tía cual. Sabíamos cuándo se enfermaba y se paría y
cuándo había que hacer comida de más. Se trabajaba -entonces también-
en lo que se podía, pero éramos un grupo cohesionado ante la adversidad.
Esta solidaridad se da cuando te sientes parte de una comunidad y te identificas con su cultura.
Cuando se produce un naufragio, todo el pueblo acude a la costa, estén o
no sus familiares en alta mar. Los muertos son colectivos. Cuando hay escape de grisú en la mina, todo el pueblo acude a socorrer. Son islas de solidaridad, fruto de la conciencia de clase y ejemplo de una vida que debemos recuperar.
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OTRA COSA: Cortejo Fúnebre para enterrar las leyes que nos amordazan 1 JUL 13h.
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OTRA COSA: Cortejo Fúnebre para enterrar las leyes que nos amordazan 1 JUL 13h.
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