BLOGHEMIA.COM junio 16, 2020
Los animales no tienen religión, y en el pasado se decía que ésa era la principal diferencia entre hombres y bestias. Pero ésta es sólo otra forma de decir que únicamente los seres humanos poseen conciencia en el sentido pleno de la palabra. En los últimos años ha habido una reacción contra la idea del Hombre como Creación única y especial. Al fin y al cabo, el ser humano evolucionó de los animales y en muchos aspectos sigue siendo animal. No solamente compartimos con otros animales muchas de las funciones corporales, sino que la diferencia genética entre humanos y chimpancés es menor del dos por ciento. He aquí una respuesta devastadora a las tonterías de los creacionistas.
Las últimas investigaciones con chimpancés bonobos (los primates más afines a los humanos) han demostrado fuera de toda duda que son capaces de un nivel de actividad mental similar en algunos aspectos al de un niño. Esto prueba claramente el parentesco entre los seres humanos y los primates superiores, pero aquí la analogía empieza a resquebrajarse. Pese a todos los esfuerzos de los experimentadores, los bonobos cautivos no han sido capaces de hablar ni de labrar una herramienta de piedra remotamente similar a los utensilios más simples creados por los homínidos primitivos. Esa diferencia genética del dos por ciento que separa a los humanos de los chimpancés marca el salto cualitativo del animal al humano. Esto se logró no por obra y gracia de un Creador, sino por el desarrollo del cerebro a través del trabajo manual.
La destreza para hacer incluso las herramientas de piedra más simples implica un nivel muy alto de habilidad mental y pensamiento abstracto. El seleccionar la piedra adecuada, elegir el ángulo correcto para golpear y usar la cantidad de fuerza precisa son acciones intelectuales muy complejas. Requieren un grado de planificación y previsión que no se encuentra ni en los primates más avanzados. No obstante, el uso y la manufactura de herramientas de piedra no fueron resultado de una planificación consciente, sino una imposición de la necesidad. No fue la conciencia la que creó la humanidad, sino que las condiciones necesarias para la existencia humana condujeron a un cerebro más grande, al habla y a la cultura, incluida la religión.
La necesidad de entender el mundo estaba estrechamente vinculada a la necesidad de sobrevivir. Aquellos homínidos primitivos que descubrieron el uso de raspadores de piedra para descuartizar cadáveres de animales de piel gruesa obtuvieron una considerable ventaja sobre aquellos que no tuvieron acceso a esta fuente abundante de grasas y proteínas. Los que perfeccionaron sus herramientas de piedra y descubrieron los mejores yacimientos tuvieron más posibilidades de sobrevivir que los que no lo hicieron.
Con el desarrollo de la técnica vino la expansión de la mente y la necesidad de explicar los fenómenos naturales que gobernaban sus vidas. A través de millones de años, mediante aproximaciones sucesivas, nuestros antepasados comenzaron a establecer ciertas relaciones entre las cosas. Empezaron a hacer abstracciones, esto es, a generalizar a partir de la experiencia y la práctica.
Durante siglos, la cuestión central de la filosofía ha sido la relación entre el pensamiento y el ser. La mayoría de las personas pasan sus vidas sin siquiera contemplar este problema. Piensan y actúan, hablan y trabajan sin la menor dificultad. Es más, ni se les ocurriría considerar incompatibles las dos actividades humanas más básicas, que en la práctica son inseparables. Si excluimos reacciones simples condicionadas fisiológicamente, como los actos reflejos, incluso la acción más elemental exige un cierto grado de pensamiento.
En cierto modo, esto es verdad no sólo para los humanos, sino también para los animales (pensemos en un gato apostado a la espera de un ratón). No obstante, la planificación y el pensamiento humanos tienen un carácter cualitativamente superior a cualquier actividad mental de incluso el simio más avanzado.
Este hecho está estrechamente vinculado a la capacidad del pensamiento abstracto, que permite a los seres humanos ir mucho más allá de la situación inmediata dada por nuestros sentidos. Podemos imaginar situaciones no sólo en el pasado (los animales también tienen memoria, como el perro, que tiembla a la vista de un garrote), sino también en el futuro. Podemos predecir situaciones complejas, planificar, y así determinar el resultado y hasta cierto punto controlar nuestros destinos. Aunque normalmente no pensamos en ello, esto representa una conquista colosal que separa a la humanidad del resto de la naturaleza. “Lo típico del razonamiento humano”, dice el profesor Gordon Childe, “es que puede ir muchísimo más lejos de la situación actual, presente, que el razonamiento de cualquier otro animal”. De esta capacidad nacen las múltiples creaciones de la civilización: la cultura, el arte, la música, la literatura, la ciencia, la filosofía, la religión. También damos por supuesto que todo esto no cae del cielo, sino que es el producto de millones de años de desarrollo.
El filósofo griego Anaxágoras (500-428 a.C.), en una deducción brillante, afirmó que el desarrollo mental del hombre dependía de la emancipación de las manos. Engels, en su importante artículo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, explicó la forma exacta en que se logró dicha transformación. Demostró que la postura vertical, la liberación de las manos para el trabajo, la forma de la mano, con el pulgar opuesto a los otros dedos de forma que permitía agarrar, fueron los requisitos fisiológicos para la manufactura de herramientas, que a su vez fue el principal estímulo para el desarrollo del cerebro. Incluso el habla, que es inseparable del pensamiento, surge de las exigencias de la producción social, de la necesidad de cooperar para realizar funciones complejas. Estas teorías de Engels se han visto confirmadas brillantemente por los últimos descubrimientos de la paleontología, que demuestran que los simios homínidos aparecieron en África bastante antes de lo que se pensaba y que tenían cerebros no más grandes que los de un chimpancé actual. Es decir, el desarrollo del cerebro vino después de la producción de herramientas y a consecuencia de ésta. Así, no es verdad que “En el principio, era la Palabra”, sino, en frase del poeta alemán Goethe, “En el principio, era el Hecho”.
La capacidad de manejar pensamientos abstractos es inseparable del habla. El célebre prehistoriador Gordon Childe comenta: “El razonamiento y todo lo que podemos llamar pensamiento, inclusive el del chimpancé, hace intervenir en las operaciones mentales lo que los psicólogos llaman imágenes. Una imagen visual, la representación mental de una banana, por ejemplo, ha de ser siempre la representación de una banana determinada en un conjunto determinado. Una palabra, por el contrario, según lo explicado, es más general y abstracta, pues ha eliminado precisamente esos rasgos accidentales que dan individualidad a cualquier banana real. Las imágenes mentales de las palabras (representaciones del sonido o de los movimientos musculares que intervienen en su pronunciación) constituyen ‘fichas’ muy cómodas en el proceso del pensamiento. El pensar con su ayuda posee necesariamente esa cualidad de abstracción y generalidad que parece faltar en el pensamiento animal. Los hombres pueden pensar, lo mismo que hablar, sobre la clase de objetos llamados ‘bananas’; el chimpancé nunca va más allá de ‘esa banana en ese tubo’. De tal suerte el instrumento social denominado lenguaje ha contribuido a lo que se denomina grandilocuentemente ‘la emancipación del hombre de la esclavitud de lo concreto”. G. Childe, Qué sucedió en la historia. Editorial Pléyade, Buenos Aires, 1975, pp. 25-6)
(...) Durante casi toda la existencia del género humano, la mente ha estado llena de este tipo de cosas. Y no sólo en lo que a la gente le gusta considerar como sociedades primitivas. Las creencias supersticiosas continúan existiendo hoy, aunque con diferente disfraz. Bajo el fino barniz de civilización se esconden tendencias e ideas irracionales primitivas que tienen su raíz en un pasado remoto que ha sido en parte olvidado, pero que no está todavía superado. No serán desarraigadas definitivamente de la conciencia humana hasta que hombres y mujeres no establezcan un firme control sobre sus condiciones de existencia.
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