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Anteponer las necesidades de las personas a los beneficios de las eléctricas
La pobreza energética tiene graves consecuencias en todos los ámbitos de la vida de quienes la sufren. Blindar la seguridad de la gente ante la rapiña y la voracidad de las empresas es una obligación del gobierno
La energía es fundamental para mantener la vida. Entra en los cuerpos en forma de alimento y permite que funcione nuestro organismo. Calienta nuestras casas durante el invierno, nos ilumina en la oscuridad y sirve para cocinar nuestra comida.
La energía también es el motor de la economía. No hay fábricas, producción de alimentos, telecomunicaciones o transporte si no hay energía.
Nadie puede vivir sin energía. Por ello, es un bien común. El caso es que el uso de energía tiene límites que ya están superados. El científico Antonio Turiel explica en su reciente libro Petrocalipsis que nada podrá evitar que en las próximas décadas haya que afrontar por las buenas o por las malas una senda de descenso energético. Y eso obliga a pensar en cambiar radicalmente la forma en la que organizamos la política, la economía y las vidas cotidianas.
Afrontar el declive energético por las malas supone el acaparamiento de fuentes energéticas por parte de los poderes económicos, gestionarla no como un bien común sino como una mercancía, exprimir los territorios del Sur Global, expulsar a muchos seres vivos que viven en ellos y dejar sin acceso a la energía a quienes no pueden pagarla (...)
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OTRA COSA: Percepción normalizada de la violencia contra los animales, de Lucio Martinez Pereda
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