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Fernando Broncano R está con Javier Franzé April 28, 2021
Profundo análisis político de Vox de Javier Franzé, que se distancia de los adjetivos superficiales de fascismo clásico y plantea cuál es la estrategia de Vox (y clases afines) en las democracias contemporáneas, que son un orden excluyente, paradójicamente: exclusión de lo autoritario.
En un comentario abajo comparto una entrevista a Íñigo Errejón con otro análisis muy interesante
Por Javier Franzé*
La específicidad del desafío de Vox [I]
La estrategia de Vox ha sido, especialmente desde su demostración de fuerza de 2018 en Vistalegre, la de reactivar las identidades de la guerra civil, pero en el marco formal de la democracia. Esto marca ya una tensión entre el agonismo, que rige la vida interior de la democracia en clave adversarial (Mouffe: 1999) [II], y el antagonismo, que da forma a la comunidad política como tal determinando la exclusión de un Otro existencial (Schmitt: 1991a).
Esto es coherente, a su vez, con el rasgo posfascista, no neo-fascista ni fascista, de Vox. En efecto, lo propio del posfascismo es intentar revitalizar los valores del fascismo adaptándolos al marco formal de la democracia representativa liberal (Traverso: 2018, 47) [III].
El efecto de esta táctica no es terminar con la existencia de la democracia como tal, al modo del fascismo clásico, sino obligar a la democracia a mostrar sus costuras, es decir, a revelar su carácter de orden político, su frontera, con el propósito de que pierda su superioridad ético-política respecto de otros órdenes, especialmente los autoritarios y totalitarios. Esto produce una colisión con el discurso que las democracias occidentales pregonan de sí mismas, según el cual se autopresentan como un orden universalista, en el que caben todas las voces, cuyo correlato sería la ciudadanía, entendida como meta-identidad, capaz de abarcar a todas las identidades.
Esta autoimagen es especialmente intensa en el discurso de la Transición, según el cual la democracia española ancla en la convivencia, la tolerancia, el pluralismo y la racionalidad (Oñate: 1998; Del Águila y Montoro: 1984; Franzé: 2017). La democracia española se ha autorrepresentado como un orden sin enemigos, ni necesidad de identidades, pasiones o emociones, dada su necesidad de diluir su identidad españolista en el constitucionalismo, y toda conflictividad —la que arrumba en el pasado—, en lo humano-racional. De ese modo busca operar como lo opuesto de una identidad: ya no sería la parte por el todo, sino un todo que se imagina cobijando a todas las partes, sin enemistad ni exclusión.
De algún modo, lo que hace la táctica de Vox es desenmascarar el carácter de orden político de la democracia. Es un modo sutil, y por eso difícil de combatir, de minarla. Porque obliga a la democracia a colocar su valor no donde suele ubicarlo, sino en otro lugar, en su especificidad como variedad de orden político.
En efecto, el valor de la democracia no se encuentra en superar su condición de orden político, ni en abolir el poder en virtud de la horizontalidad que consagra, ni en prescindir de la violencia legítima (Weber: 1992) por consagrar el consenso, sino en la forma en que organiza la vida de la comunidad (...)
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