Primavera de 1521. 24 de abril. Comenzaba un día húmedo y oscuro por las lluvias torrenciales del día anterior. Al amanecer, sacaron a los Capitanes de los comuneros sobre mulas tapadas de negro para llevarlos a la ejecución. El pregonero anunciaba “Esta es la justicia que manda hacer su Majestad y su Condestable, y los gobernadores en su nombre a estos caballeros: mándalos degollar por traidores y alborotadores de pueblos y usurpadores de la Corona real…”
El juicio había sido un simulacro. El cardenal Adriano, presente, no había pronunciado una sola palabra. Miraba, contemplaba, veía. La urgente ejecución era un asunto interno, que interesaba más a los contrincantes territoriales que la defensa de la Corona. Por petición del gobernador Cornejo, tras ser degollados con una navaja cabritera, dice Azaña, fueron decapitados. Sus cabezas ensartadas en picas para ser exhibidas ante los que allí estaban o pasaban. Padilla, Bravo, Maldonado, Juan y Francisco, habían sido hechos prisioneros, cada uno por un lado, en la batalla del día anterior. La derrota suponía el fin de las guerras de las Comunidades.
Invierno de 2021. El incansable republicano, Isabelo Herreros, toledano como Padilla, ha publicado en el ochenta aniversario de la muerte de Manuel Azaña, presidente de gobierno de España en los comienzos de la segunda Republica, el libro titulado “Comuneros contra el rey”. Un texto de historia escrito por Azaña contra las ideas de Ganivet sobre la interpretación que hacía de las revueltas de las Comunidades de Castilla. En el escrito de Azaña, que prologa Isabelo Herreros, se mantiene una interpretación de aquellos acontecimientos más próxima a la realidad que el escrito del “Idearium” de Ganivet. El texto de Azaña es el estudio de un historiador sobre la base de los textos de la época, mientras el de Ganivet es un texto de evidente tendencia interpretativa.
La ideologización de los sucesos de hace quinientos años encubrió un movimiento urbano que aspiraba a la independencia de las ciudades, según el paradigma italiano. Las ciudades de Castilla buscaban evitar el yugo y las imposiciones de la nobleza que apoyaron a Carlos I en sus esfuerzos bélicos en Europa. El silencio del cardenal Adriano, representante máximo de Carlos I, durante el juicio hay que entenderlo en el contexto de enfrentamientos entre los estamentos de las ciudades contra la nobleza, aunque el detonante fuera la presencia en los reinos de la península del rey Carlos. Los nobles defendían sus privilegios, sus propiedades y coincidieron coyunturalmente con los intereses de Carlos I. La nobleza apoyó sus intereses y al usurpador; las ciudades, su proyecto de autonomía y a la reina cautiva en Tordesillas (...)
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