Aristos VeyrudTeología de la Liberación 2/8/21
" Un elemento consustancial al sistema doctrinal imperante en Estados Unidos es la ficción de que todos formamos una familia feliz en la que no existen diferencias de clase, y que todos trabajamos juntos y en armonía. Pero eso es radicalmente falso. " -Noam Chomsky -
El siguiente texto, forma parte del libro Las sublevaciones democráticas globales , libro de entrevistas de Noam Chomsky con David Barsamian.
DAVID BARSAMIAN: El nuevo imperialismo estadounidense parece diferir sustancialmente de su versión anterior porque el poder económico de Estados Unidos está en declive y, por consiguiente, también decaen su influencia así como su poder político.
NOAM CHOMSKY: Yo creo que no podemos tomarnos al pie de la letra todas esas referencias al declive estadounidense.
La Segunda Guerra Mundial fue el momento en que Estados Unidos verdaderamente se convirtió en potencia global. Ya era la mayor economía del mundo (y con diferencia) desde mucho antes de aquella contienda, pero podría decirse que era más bien una potencia regional. Controlaba el «hemisferio occidental» y había realizado también incursiones en el Pacífico. Pero los británicos eran la auténtica potencia mundial.
La Segunda Guerra Mundial lo cambió todo. Estados Unidos pasó a ser la potencia mundial dominante. Estados Unidos poseía la mitad de la riqueza del mundo. Las otras sociedades industriales habían quedado debilitadas o destruidas. Estados Unidos se encontraba en una posición increíblemente favorable en el terreno de la seguridad. Controlaba su hemisferio, pero también el Atlántico y el Pacífico, y se valía para ello de una inmensa fuerza militar.
Obviamente, eso se moderó un poco con el tiempo. Europa y Japón se recuperaron, y también se produjo el proceso de la descolonización. En 1970, Estados Unidos había caído (si se puede decir así) hasta representar un 25% aproximadamente de la riqueza mundial, que es más o menos lo que ya representaba en la década de 1920, por ejemplo. Seguía siendo la potencia mundial preponderante, pero no como lo era en 1950. Desde 1970, esas posiciones se han mantenido bastante estables, aun cuando, como es lógico, ha habido cambios.
En la última década, y por vez primera en quinientos años, desde los tiempos de la conquista española y portuguesa, América Latina ha comenzado a abordar con éxito algunos de sus problemas. Ha empezado a integrarse. Eran países separados los unos de los otros. Cada uno de ellos estaba orientado por su cuenta hacia Occidente: hacia Europa en los primeros tiempos y hacia Estados Unidos después.
Esa integración es importante. Significa que ya no es tan fácil intimidar a cada país uno por uno. Las naciones latinoamericanas pueden ahora unirse para defenderse de fuerzas externas.
La otra novedad, que es más significativa y mucho más complicada, es que los países de América Latina están empezando a abordar individualmente sus grandísimos problemas internos. Por sus recursos, América Latina (y América del Sur, en particular) debería ser un continente rico.
América Latina tiene una riqueza enorme, pero ésta está muy concentrada en una élite reducida, mayormente europeizada y blanca, que coexiste junto a una pobreza y una miseria masivas. Ahora se está intentando comenzar a lidiar con ese problema, una iniciativa importante que, además de constituir una forma más de integración, está haciendo que América Latina se aparte un tanto del tradicional control estadounidense.
Se habla mucho de un supuesto desplazamiento del centro de gravedad del poder mundial: la India y China van a convertirse ahora en las nuevas grandes potencias, las más ricas. Pero también esto deberíamos tomárnoslo con muchas reservas.
Por ejemplo, muchos observadores alegan para apoyar ese argumento la elevadísima deuda estadounidense y el hecho de que China sea la compradora de gran parte de ésta. Pero, si lo pensamos bien, unos años atrás Japón era propietario de la mayoría de la deuda estadounidense. China simplemente lo ha sobrepasado en fecha más reciente.
Por otra parte, todo el marco de análisis del declive estadounidense es bastante engañoso. Nos han enseñado a hablar de un mundo de Estados concebidos como entes unificados y coherentes.
En el campo de la teoría de las relaciones internacionales, existe la llamada escuela «realista» que postula que el mundo es un conjunto anárquico de Estados que tratan de satisfacer su «interés nacional» particular. Pero esa idea tiene mucho de mitología. Siempre hay unos pocos intereses comunes a toda una población, como el de la supervivencia, por ejemplo. Sin embargo, por lo general, los habitantes de una nación tienen intereses muy diferentes. Los intereses del consejero delegado de General Electric y del conserje que limpia el suelo de sus oficinas no son los mismos.
Un elemento consustancial al sistema doctrinal imperante en Estados Unidos es la ficción de que todos formamos una familia feliz en la que no existen diferencias de clase, y que todos trabajamos juntos y en armonía. Pero eso es radicalmente falso.
En el siglo XVIII, Adam Smith escribió que las personas que eran dueñas de la sociedad decidían sus políticas: en concreto, los «mercaderes y los manufactureros». En la actualidad, el poder está en manos de las instituciones financieras y las multinacionales.
Estas instituciones están interesadas en el desarrollo de China. Eso significa que si alguien es, por poner un ejemplo, el consejero delegado de Walmart, de Dell o de Hewlett-Packard, estará más que encantado de contar con mano de obra barata en China trabajando en condiciones atroces, y de producir allí sin apenas restricciones medioambientales. Mientras China tenga eso que hoy llaman crecimiento económico, todo irá bien.
Pero lo cierto es que el crecimiento económico chino tiene bastante de mito. China es sobre todo una inmensa planta de montaje. China es un gran exportador, pero mientras que el déficit comercial de Estados Unidos con China ha aumentado, el de China con Japón, Taiwán y Corea ha decrecido. El motivo de que eso sea así es que se está desarrollando en la zona un sistema regional de producción.
Los países más avanzados de la región —Japón, Singapur, Corea del Sur y Taiwán— envían tecnología avanzada, piezas y componentes a China, que aporta su mano de obra barata para el montaje de los productos que envía luego fuera del país.
Y las grandes corporaciones empresariales estadounidenses hacen lo mismo: envían piezas y componentes a China, donde se montan (y desde donde se exportan) los productos finales. Las llaman exportaciones chinas, pero, en muchos casos, vienen a ser más bien exportaciones regionales y, en otros, son en realidad un ejercicio de exportación desde Estados Unidos hacia sí mismo.
En cuanto nos desprendemos del corsé de concebir los Estados nacionales como entes unificados sin divisiones internas, podemos ver que se está produciendo un desplazamiento del poder global, sí, pero desde la población trabajadora mundial hacia los dueños del mundo: el capital transnacional, las instituciones financieras globales.
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