Fernando Broncano R está con Juan Manuel Zaragoza
En los años ochenta y primeros noventa, me parecía que su teoría del actor red, que eleva los objetos a actantes, devaluaba la agencia de los humanos. Tardé mucho en entenderle y apreciar el trasfondo antropológico de su perspectiva, profundamente humanística por detrás de su ironía. Fue su libro "Nunca hemos sido modernos" el que me rindió incondicionalmente a su pensamiento. Sus trabajos posteriores sobre la ecología, que considera que es la forma contemporánea de la lucha de clases, nos ha mostrado una manera de entender el nuevo siglo más allá del negacionismo y el catastrofismo, como un nuevo y promisorio "aterrizaje".
Alguno de los ejemplos que ponen mis alumnos le hubieran agradado y les hubiera sacado punta y partido: la biografía de una camiseta desde los campos de algodón de Alabama, teñida en India, montada en China, impresa en Tailandia, vendida en los mall de Singapur, revendida en los mercadillos de Santiago de Chile, para acabar en los inmensos vertederos del desierto de Atacama cerca de Iquique. Transformaciones en la historia de un objeto que fueron transformaciones en la vida de sus productores, distribuidores y consumidores.
En una era determinada por Foucault, Bourdieu y Deleuze, fue incomprendido en su país, donde pertenecía a la élite (su familia elaboraba los grandes borgoñas Château Latour) a la que renunció para saberse en una posición modesta en la corte intelectual francesa, aunque muy pronto se convirtió en un gigante de la cultura mundial que ha cambiado el rumbo de la antropología, la sociología y la teoría de la cultura. En filosofía, por desgracia, tiene que pasar aún un tiempo para que se valore su pensamiento.
Como el señor de la montaña, Michel, el señor de la torre, Bruno, ya es inmortal aunque acabe de fallecer cuando aún debería haber seguido viviendo, pensando y escribiendo.
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