20/02/2023
Las fuerzas de derecha y ultraderecha dominan el discurso sobre Ucrania. Como en la década de 1930, la apología del fascismo se hace en nombre de la democracia y la apología de la guerra se hace en nombre de la paz
Boaventura de Sousa Santos
Un nuevo-viejo fantasma se cierne sobre Europa: la guerra. El continente más violento del mundo en cuanto al número de muertes causadas por las guerras durante los últimos 100 años (para no ir más atrás e incluir las muertes sufridas por Europa durante las guerras religiosas y las muertes infligidas por los europeos a los pueblos sometidos al colonialismo) se dirige a una nueva guerra.
Casi 80 años después de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más violento hasta el momento, que provocó la muerte de entre 70 y 85 millones de personas, la guerra que se avecina puede ser aún más mortífera. Todos los conflictos anteriores comenzaron aparentemente sin una razón de peso y se suponía que iban a durar poco tiempo. Al comienzo de estos conflictos, la mayoría de la población acomodada seguía con su vida normal: comprando y yendo al teatro, leyendo periódicos, tomando vacaciones y disfrutando de charlas ociosas sobre política.
Siempre que surgía un conflicto violento localizado, prevalecía la creencia de que se resolvería localmente. Por ejemplo, muy pocas personas (incluidos los políticos) pensaron que la Guerra Civil española (1936-1939), que provocó la muerte de más de 500.000 personas, sería el presagio de una guerra más amplia, la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que las condiciones sobre el terreno así lo indicaban. Aun sabiendo que la historia no se repite, es legítimo preguntarse si la actual guerra entre Rusia y Ucrania no es el presagio de una nueva guerra mucho más amplia.
Se están acumulando señales de que un peligro mayor puede estar en el horizonte. A nivel de la opinión pública y del discurso político dominante, la presencia de este peligro se manifiesta en dos síntomas contrapuestos. Por un lado, las fuerzas políticas conservadoras no solo controlan las iniciativas ideológicas, sino que también gozan de una acogida privilegiada en los medios de comunicación. Son enemigos polarizadores de la complejidad y la argumentación sosegada, que utilizan palabras extremadamente agresivas y hacen llamamientos incendiarios al odio.
A estas fuerzas políticas conservadoras no les molesta la doble moral con la que comentan los conflictos y la muerte (por ejemplo, la diferencia entre las muertes resultantes de los conflictos en Ucrania y Palestina), ni la hipocresía de apelar a valores que niegan con sus prácticas (exponen la corrupción de sus oponentes para ocultar la propia).
En esta corriente de opinión conservadora se entremezclan cada vez más posiciones de derecha y extrema derecha, y el mayor dinamismo (agresividad tolerada) proviene de esta última. Este dispositivo pretende inculcar la idea de la necesidad de eliminar al enemigo. La eliminación por las palabras conduce a una predisposición de la opinión pública hacia la eliminación por los hechos.
Si bien en una democracia no hay enemigos internos, solo adversarios, la lógica de la guerra se transpone insidiosamente para asumir la presencia de enemigos internos, cuyas voces primero deben ser silenciadas. En los parlamentos, las fuerzas conservadoras dominan la iniciativa política; mientras que las fuerzas de izquierda, desorientadas o perdidas en laberintos ideológicos o cálculos electorales incomprensibles, vuelven a una defensa tan paralizante como incomprensible. Como en la década de 1930, la apología del fascismo se hace en nombre de la democracia; la apología de la guerra se hace en nombre de la paz (...)