miércoles, 29 de marzo de 2023

Lo que España pudo ser (y no fue): el eslabón perdido Sender Barayón

 10/2/23

ELSALTODIARIO.COM     
Jaime Bajo

Lector empedernido del escritor Ramón J. Sender, el cineasta Luis Olano, nacido en Leningrado en 1986 y descendiente de un niño de la guerra, inició en 2014 su inmersión en la poliédrica personalidad de su hijo, Ramón Sender Barayón, gurú de la contracultura, militante de las primeras comunas autogestionadas, precursor de la música electroacústica y tantas otras facetas, a raíz de una pista aportada por el periodista Germán Sánchez, Premio Ondas 2012. El resultado lo ha plasmado en el documental ‘Sender Barayón. Viaje hacia la luz’.







De entre las recomendaciones de aquellos lugares de peregrinaje para todo diletante que opte por sumergirse en ese San Francisco alternativo, alejado del turismo de masas y apegado a la esencia de lo contracultural —“obligatorio visitar el epicentro del mundo hippie, geolocalizado en el cruce de Haight con Ashbury, Lombard Street, Telegraph Road, Peoples Park, la librería City Lights, donde se editó “Howl”, el poema más representativo de la generación beat, el Fillmore, el otrora contestatario Campus de Berkeley, Sausalito y Alcatraz”—, sobresalía la personalidad de un sujeto del que apenas habíamos tenido conocimiento en nuestro país hasta entonces y que, sin embargo, resultaba capital para comprender e interpretar, con un cierto grado de precisión, el desarrollo de la contracultura californiana de mediados de los años 60 e inicios de los 70. Lo que también tenía claro Germán Sánchez —a la sazón padrastro del realizador cinematográfico Luis Olano, cicerone y autor de esa peculiar guía del viajero no convencional — es que el personaje al que había que localizar y entrevistar era Ramón Sender Barayón, por su faceta de músico y gurú de la contracultura, pero también porque era hijo del que quizás había sido el escritor más relevante del exilio republicano, Ramón J. Sender.

Una espina clavada

De algún modo, la conexión con Ramón Sender Barayón, de cuyo padre Luis Olano era lector asiduo, venía a paliar la que el cineasta no había logrado establecer con sus propios antepasados, rastreando la trayectoria vital de aquellos que se vieron forzados al desarraigo para no ser sometidos a la persecución y el sometimiento de un régimen tirano y cruento como el que asoló nuestro país durante cuatro decenios. “Para mí, todo esto suponía quitarme la espina de no haber tenido la inteligencia de sentarme a grabar el testimonio de mi abuelo, Arturo Olano, un niño de la guerra exiliado a la Unión Soviética en 1937 para escapar de la represión franquista en Euskadi, antes de que lo impidiera el Alzheimer”, recuerda Luis Olano. Un carácter antagónico al de su abuelo, a tenor del primer encuentro que se produjo con el protagonista del largometraje documental Sender Barayón. Viaje hacia la luz (2019), disponible en Filmin o en sus presentaciones el 13 de marzo en el Instituto Cervantes de Burdeos, el 31 de marzo en el Cine Arenas de Arenas de San Pedro, el 18 de abril en el Cine Embajadores de Madrid y el 12 de mayo en el Centro Párraga de Murcia. “Conocimos a Ramón en su casa del privilegiado barrio Noe Valley, muy cerca de Castro y Mission. Nos recibió ataviado con una boina y muy contento de recibir a españoles en su casa. Le regalamos una pequeña insignia republicana que había comprado en los puestos de Tirso de Molina el domingo anterior. Él se la colocó orgulloso en la solapa: ¡qué bien, no tenía ninguna bandera española!”, cuenta Olano.

Vínculo difuso hacia España

La falta de vínculo de Ramón con su país de origen, en el que apenas residió antes de emprender el exilio norteamericano, del que apenas nada conoce, que ha visitado en contadas ocasiones y cuya lengua no es capaz de articular con fluidez —como podemos comprobar en el metraje de la película—, está en buena medida marcada por “una serie de ausencias: la de su madre biológica y la de la verdad sobre las circunstancias en que se produjo su muerte; la de un padre que nunca ejerció como tal; la de su país de nacimiento, su cultura y su lengua, que tan pronto olvidó… Quizás por ello su vida, y también la de su hermana Andrea, se va construyendo como una constante búsqueda de identidad y comunidad”.

Esa distancia entre padre e hijo la refleja bien una anécdota acontecida en su adolescencia, en la que Ramón comenzaba a forjar su personalidad al margen de su progenitor, con quien ni siquiera compartía hogar, alimentos, lecturas o vivencias. “Cuando Ramón aún era muy joven y vivía con su madre adoptiva, Julia Davis, en una de las esporádicas visitas que les hacía su padre, con quien a duras penas se entendían por el tema del idioma, le dijo que era ateo. Entonces, su padre le explicó su versión de Platón y el conflicto entre lo relativo y lo absoluto y le recomendó leer su libro La esfera si quería conocer su pensamiento y filosofía”.

Tras la pista de su madre

El escritor también había renunciado a explicar a su hijo las circunstancias de la ejecución en 1937 de su madre, Amparo Barayón, una historia que durante años obsesionaría a personas ajenas a la familia como el cineasta oscense Carlos Saura, autor de un guion que no consiguió que nadie produjera y que terminó siendo publicado por la editorial Galaxia Gutenberg bajo el título ¡Esa luz!

Como señala Olano, “Ramón, que no conseguía que su padre le contara esa parte de la historia, había decidido recurrir a la escritura inducida por sesiones de hipnosis para reconectar con su madre. Ramón J. Sender, tras leer aquel borrador, le acusó de querer lucrarse a partir de los huesos de su madre” (...)





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