Un amplio estudio en el Reino Unido concluye que las posibilidades de encontrar trabajos creativos siguen siendo profundamente desiguales en términos de clase
(...) Además de la ya señalada, los autores del estudio al que me vengo refiriendo sacan otras conclusiones a las que vale la pena prestar atención. Resumo dos de ellas:
1. Desmienten, en primer lugar, el mito de la “meritocracia”, esa idea ampliamente extendida de que “el sector cultural comprende un conjunto de ocupaciones que se suelen contratar en función del talento, independientemente del origen social”. No es el caso: las determinaciones de origen siguen siendo, en la actualidad como hace medio siglo, decisivas a la hora de acceder a este sector. Los bajos salarios y el trabajo precario que lo caracterizan siguen siendo “barreras obvias para el acceso al mismo de quienes no tienen apoyo económico”, concluye el estudio. He aquí –añado yo– una de las paradojas del sector cultural: sin un sostén familiar o medios propios, difícilmente puede nadie resistir el largo proceso de “adiestramiento” consistente en desempeñar trabajos semigratuitos como “becario” o como “colaborador” autónomo. El sector editorial, que es el que mejor conozco, dispone de toda una legión de candidatos dispuestos a trabajar incontables horas con tarifas de miseria a efectos de poder acreditar, llegado el momento, la imprescindible “experiencia”. Experiencia casi siempre insuficiente, por otro lado, si antes no se ha cumplimentado debidamente el “rito de paso” –o peaje– consistente en cursar uno cualquiera de tantos “máster en edición” que exprimen el bolsillo del candidato con el señuelo de procurarle, junto a unos cuantos rudimentos generales, una muy orientada red de “contactos”. La creciente “proletarización” de los trabajadores del sector editorial –un sector, por otro lado, en que las diferencias salariales son llamativas– presupone que su reclutamiento mal puede realizarse entre jóvenes que a lo que aspiran es a aliviar con su fuerza de trabajo la estrechez de sus hogares. Por lo demás, también en el sector cultural –advierten los autores del informe– “las cuestiones de género y etnicidad agravan las desigualdades”, como era de esperar.
2. Otra conclusión del informe es que, al contrario de lo que es común pensar, no ha habido ninguna “edad de oro” para el acceso a los sectores culturales o creativos por parte de las personas procedentes de la clase trabajadora. Es este un mito que viene avalado por innumerables relatos en los que el acceso a la cultura por parte de sus protagonistas ha actuado como herramienta de desclasamiento. Se tiende a creer que, en las décadas posteriores al Segunda Guerra Mundial, en las que se produjo un acceso masivo a la enseñanza media y superior por parte de los hijos de las clases intermedias y obreras, el sector cultural brindó a muchos jóvenes de familias trabajadoras la oportunidad de ingresar en su esfera y prosperar dentro de ella en condiciones de relativa igualdad. No es así, al parecer. En ningún momento desde la década de 1950 –observan los autores del informe– ha sido más fácil para los jóvenes de origen obrero, en comparación con los de otras clases, acceder al trabajo creativo. “Siempre ha sido relativamente difícil”, afirman.
Incluso entre aquellos que poseen estudios –sigue concluyendo el informe, que detalla con bastante precisión los diferentes estratos socioeconómicos que maneja–, se observa una marcada desventaja para quienes proceden de la clase trabajadora. Un graduado cuyos padres tiene ingresos elevados “tiene más del doble de probabilidades de obtener un trabajo creativo, en comparación con los graduados de origen obrero”. Y la proporción es aún más sangrante entre los que no tienen titulación alguna: las posibilidades de acceso a trabajos creativos son tres veces mayores para los que pertenecen a familias acomodadas, “lo que refleja la importancia de las redes tradicionales (familiares y basadas en la escuela) y del capital cultural acumulado en la mediación del acceso al deseado puesto de trabajo”. En resumen, “en términos de movilidad social relativa, las probabilidades de que una persona acceda al trabajo creativo están fuertemente asociadas con su origen de clase, incluso después de tener en cuenta las calificaciones”.
Nada de esto resulta nuevo ni mucho menos sorprendente, pero no está de más recordarlo y certificarlo con los datos y la contundencia con que lo hacen los autores de “Movilidad social y 'apertura' en ocupaciones creativas desde la década de 1970”, que es como se titula el artículo en el que se da cuenta de la investigación mencionada.
Al hilo del mismo, se publicaron en The Guardian –y supongo que otros medios británicos– numerosos artículos y columnas que comentaban las conclusiones volcadas en la revista Sociology.
En uno de ellos, el escritor Tomiwa Owolade denunciaba que “los bajos salarios y la inseguridad laboral en las artes hacen que su campo sea cada vez más exclusivo de los ricos y, como resultado, menos diverso”. Pese a no proceder de un entorno obrero, Owolade aportaba su propio testimonio para dar cuenta de las dificultades que para optar por un trabajo “creativo” tiene un joven necesitado de recursos y narraba la consternación de sus padres cuando les dijo que quería dedicarse a las letras. Se pregunta Owolade:
“¿Por qué una joven talentosa de clase trabajadora debería convertirse en una escritora mal pagada cuando podría trabajar en finanzas y ayudar a su familia? ¿Por qué un joven inteligente se esclaviza como periodista cuando podría estar mejor remunerado como abogado? Estas preguntas pueden sonar groseras. El dinero no lo es todo; estoy de acuerdo. Pero el dinero cuenta. Los ingresos medios anuales de un autor ascienden a siete mil libras esterlinas. La mayoría de los actores no son estrellas de Hollywood, sino trabajadores sobrecargados que luchan por trabajos ocasionales. ¿Puede sorprender que los actores que llegan a la cima a menudo provengan de familias adineradas? Se trata de industrias en las que aquellos a quienes la riqueza les viene de familia pueden darse el lujo de trabajar. Un estudio de Sutton Trust de 2016 concluyó que el 67% de los ganadores británicos del Oscar recibieron educación privada. Los que vienen de familias pobres tienen que hacer una elección mucho más difícil. Es por eso que cualquier discusión sobre la diversidad sin tener en cuenta la clase o el dinero es inútil. ¿Por qué alentar a alguien de origen humilde a agravar potencialmente su pobreza?” (...)
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