En las guerras de hoy, son las mujeres y hombres de la clase trabajadora, una vez más, quienes soportan en sus cuerpos, en su economía y en sus condiciones de vida, el mayor impacto del daño causado. Porque las guerras no son entre naciones, ni entre culturas, sino entre intereses, fundamentalmente de orden económico: la guerra no es un método de resolución de conflictos, sino un arma de sojuzgamiento de las personas y expolio de los pueblos.
En la actualidad, la guerra es inherente al sistema neoliberal capitalista, que expolia el planeta e impone desigualdades cada vez mayores entre los seres humanos. La economía de guerra, global y permanente, supone –entre otras calamidades– el aumento de la transferencia de la riqueza de las mayorías a las élites, como estamos viendo con los obscenos beneficios declarados de las multinacionales y los menos conocidos del complejo militar-industrial, que se convierte en uno de los sectores más rentables de una economía capitalista alicaída que, como vemos, recurre a la muerte y la destrucción para mantener al alza las tasas de beneficio de las élites.
Por todo ello, en este Primero de Mayo, la clase trabajadora hemos reivindicado, además de las exigencias clásicas de la señalada fecha, también el cese de las hostilidades armadas y la no colaboración con quienes alientan, legitiman y ordenan las matanzas. Hemos reivindicado, a la vez, la reconversión de la industria armamentística para fines de carácter civil y medioambiental.
Sin embargo, desde cierto sindicalismo cada vez más corporativista –incluidos muchos de los sindicatos que aún se proclaman de clase– se sigue poniendo como prioridad el mantenimiento del empleo por encima de cualquier otra consideración.
Se nos dice desde estas fuerzas sindicales –y también políticas–, que sería suicida para sus intereses corporativos invocar cualquier cambio que pueda suponer poner en peligro los puestos de trabajo, incluida la conversión de la industria militar. Hay quien recurre al viejo argumento de las famosas condiciones objetivas, que según dicen no se dan en este momento para reivindicar este tipo de cosas –que el pobre obrero no entendería…– para acusar de utópicos a quienes las defendemos.
En realidad, esto no es ni mucho menos novedoso. Una parte del movimiento obrero siempre se ha alineado con sus Estados-nación correspondientes, priorizando su adscripción nacional a su pertenencia de clase en situaciones de guerra, con los mismos argumentos falaces que se esgrimen ahora.
Quizá no sea tan conocida esa otra parte de la clase trabajadora organizada que se opuso firmemente al belicismo, incluso declarando huelgas en las fábricas de armas y llamando a la deserción de los soldados-obreros en las guerras interimperialistas, como la que vivimos ahora mismo, o frente a las guerras imperialistas contra los pueblos oprimidos.
El movimiento espartaquista alemán o los Industrial Workers of the World en los Estados Unidos, así como el anarcosindicalismo ibérico. se posicionaron claramente contra la guerra, y dejaron bien claro el origen capitalista-imperialista de guerras a las que se opusieron con todas sus fuerzas
También el feminismo anticapitalista se adscribió pronto a la lucha contra las guerras, y el congreso de La Haya contra la Primera Guerra Mundial inició un camino de feminismo antimilitarista que aún perdura (...)
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OTRA COSA: LA POBREZA EN EL SIGLO XXI, de Gloria VS
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