J. 8/04/2023
30.000 personas protestan en Sainte-Soline (Francia) contra las políticas de Macron que pretenden favorecer a cualquier precio el agronegocio e ignoran la crisis climática. La brutal respuesta policial acaba con 200 heridos y un joven en coma
El pasado 25 de marzo, la alianza de grupos ecologistas llamada Soulèvements de la Terre (Levantamientos de la Tierra) organizó una acción en la localidad francesa de Sainte-Soline, en la región de Poitou- Charentes, a 50 kilómetros de Poitiers. Se trataba de protestar contra la respuesta que ha dado el Gobierno Macron a la sequía acumulada durante años en Francia: un conjunto de macrobalsas de agua que pretenden mantener a la desesperada el sistema de agronegocio sin tomar en consideración la disrupción climática, tal y como explica muy bien Fernando Llorente Arrebola.
La marcha, que reunió a 30.000 personas, entre ecologistas de todas las edades y pequeños y medianos agricultores, se topó con una sorprendente violencia policial que acabó con muchos heridos de gravedad y al menos un joven en estado de coma. Violencia y terror para perpetuar como sea el sistema existente, en lugar de repensarlo a partir de los límites que encuentran las formas económicas de depredación de la tierra. Publicamos el relato de esa jornada de J., estudiante barcelonesa en París y joven activista ecologista, educada en esa nueva sensibilidad que representa a día de hoy la sola esperanza de un cambio radical y necesario.
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Cuando me propusieron ir a pasar un fin de semana a Sainte-Soline, para bloquear un proyecto de construcción de megabassines (macrobalsas de regadío), estaba lejos de imaginar lo que nos esperaba a mis amigos y a mí. Salimos de París el viernes 24 de marzo por la mañana con el coche cargado de mochilas, tiendas de campaña, provisiones y motivación. En el coche había un ambiente ilusionante, éramos cinco jóvenes de 20 años hablando emocionados sobre política, ecología, nuevas formas de pensar y posicionarse en un planeta cada vez más destruido por el cambio climático y la lógica capitalista. El tiempo era a la vez soleado y tormentoso y observábamos los pájaros que nos pasaban por encima del capó del coche. La llegada al camping improvisado fue digna de película, esquivando los controles de policía que requisaban material “ilegal”: gafas de buceo y mascarillas para protegerse del gas lacrimógeno y la vestimenta del fin de semana, un uniforme de trabajo azul.
Tras conducir por pequeñas carreteras entre campos agrícolas, por fin llegamos al campamento provisional para pasar la primera noche. Allí los organizadores nos informaron sobre la importancia de esta acción para el medioambiente y sobre la organización del sábado 25. La tremenda tormenta que cayó por la noche y los nervios nos dificultaron el sueño, pero al día siguiente nos despertamos con ansias por saber qué teníamos que hacer. La organización del movimiento era admirable: teníamos comida, equipos para todo tipo de necesidad, incluso una guardería, un espacio de ayuda psicológica y un punto de ayuda contra el acoso sexual. Mientras desayunábamos, con los zapatos llenos de barro, los helicópteros de la policía volaban sobre nuestras cabezas como si fuéramos criminales.
Nos dividimos en tres grupos según la posición en la que llegaríamos al recinto de la megabassine: una megacuenca de agua absurda, una futura reserva colosal de agua al aire libre para su acaparamiento a favor de la agricultura industrial, con resultados catastróficos para las capas freáticas y el medioambiente. En ese momento, nos dijeron que según la elección del grupo estaríamos más o menos expuestos a la policía, pero tras la acción constatamos que incluso quienes formaron parte del grupo “menos expuesto” habían sufrido la misma violencia. La policía lanzó gas lacrimógeno, incluso sobre niños y ancianos.
(...) Al acercarnos a la megabassine llegamos a un terreno hostil y el ambiente se ensombreció. El primer grupo tropezó pronto con la policía, al intentar penetrar en la megabassine, y todo eran humo y explosiones. Al encontrarme ahí en medio de la inmensidad del campo, sintiéndome frágil y expuesta como nunca, se me hizo un nudo en la garganta y pensé “qué estamos haciendo aquí”. Lo peor de todo es que, pese a la violencia extrema que veían mis ojos, pese a constatar que la policía no tendría escrúpulos en matarnos si era necesario, la situación en la que nos encontrábamos no me sorprendía o extrañaba, ya acostumbrada a la violencia policial sistemática hoy en día en Francia. Creo que nunca se me borrará esta imagen de la cabeza: tras una nube densa de lacrimógenos, se veían al fondo, sobre el borde de la megabassine, policías armados caminando, como si estuviésemos en el patio de una cárcel extremadamente vigilada. Parecían caballeros de la muerte (...)
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