Querida comunidad de Contexto:
El 9 de marzo, Laura Casielles decía en un tuit: “Sigo pensando en ayer y tengo una imagen que lo cuenta increíble. Lo que ves en superficie & lo que pasa por debajo y lo hace posible”. En el tuit colocaba dos imágenes. En una de ellas, dos mujeres que hacían de portavoces en la manifestación estaban rodeadas de micrófonos de los medios de comunicación. En la otra, tomada desde el suelo, se veían sus manos entrelazadas y arriba, en la superficie luminosa, los micrófonos alrededor de su cabeza.
No fui la única a la que le llamó la atención esta imagen y varias personas la comentaron. Me recordaba a la célebre metáfora del iceberg que explica cómo funciona la economía capitalista. Arriba, en la parte visible, la producción que suma en las cuentas económicas; abajo, sumergida, la producción y sostenimiento de vida, como precondición explotada para que exista lo de arriba.
Los libros de historia que estudiamos en el colegio tienen tendencia a explicar las grandes batallas, los grandes acuerdos o los inventos, pero tienen más dificultad para narrar los procesos de construcción o de reproducción de la vida. No cuentan la historia de las amas de casa ni la de los árboles. Con frecuencia, la historia escribe lo que sus protagonistas contaron ante los micrófonos y no las horas de trabajo e insomnio que hay por debajo y hacen posible que sucedan las cosas.
Y lo mismo en los medios de comunicación. Ponen el foco en las batallas, los grandes acuerdos, el espectáculo o el invento. No se fotografían los procesos que construyen y los hacen posibles. La cosa se agrava en estos últimos años en los que una parte de la política se transforma en pura comunicación. La política de partido ha perdido muchos espacios de elaboración y abordaje de la complejidad y se ha tirado de cabeza a la construcción de los relatos y a la respuesta rápida. Esta disputa permanente en el espacio público ha tensado las costuras del periodismo y le causa no pocos rotos.
En la pugna por las narrativas y los relatos, importantes sin duda, pero ahora elevados a “lo-único-importante”, los medios de comunicación y el periodismo corren el riesgo de convertirse en meras trincheras. En la trinchera, todo lo que no eres tú y los tuyos son enemigos a batir. Sobre todo en las redes sociales, la comunicación se transforma en un fuego cruzado en el que las ideas se simplifican hasta el absurdo, y los espectadores asisten con morbo a la descalificación, al insulto o la humillación. En ese escenario, periodistas, comunicadores e influencers se convierten en paparazis que buscan la bragueta bajada, los pezones marcados debajo de la blusa, el gesto feo, la sonrisa inoportuna, la palabra desafortunada y si no se encuentra, vale también la mentira. Se premia la actitud del que busca notoriedad rentabilizando lo más chungo. Del que se autoconstruye destruyendo. Es una racionalidad contable de los “me gustas”, los suscriptores y seguidores. La cosa es crecer destruyendo.
En la comunicación de trincheras el que se queda fuera recibe tiros de todos lados, pero es importante mantener esa posición. Es un enorme esfuerzo porque al tercer insulto lo que a la gente le sale es tirarse a la trinchera, calmarse con el placebo de los afines que te ensalzan y comenzar a burlarte y destruir a aquellos que te atacan.
Y así, algunos artículos, mensajes e hilos de Twitter se convierten en letras de Pimpinela. Tienen poca información y escaso valor para construir. Los mensajes en redes sociales se convierten en las pelotas antiestrés de mucha gente que quizás no tiene esos espacios sumergidos y ocultos en los que discrepar y discutir con respeto, en los que las manos se entrelazan para sentir seguridad y en los que el tiempo se rescata para que cuando se hable ante los micrófonos no salgan eructos con regusto a soledad, frustración y desamor.
Esta misma semana ha salido el informe del IPCC, resumen y síntesis de los siete anteriores. Las conclusiones son las que ya sabemos. La infancia de hoy corre el riesgo de vivir una vida adulta de mierda. Cada demora en la transformación de la política pública y de la vida en común se paga en muertes, así que una parte de esta infancia a la que me refería antes corre el riesgo de no vivir ninguna vida adulta. A eso se le une el declive de la energía y minerales y la debacle de la biodiversidad. En ese contexto es en el que hemos de pensar la política de los próximos años. La cuestión a resolver es cómo vamos a conseguir que todo el mundo pueda vivir vidas decentes: vivienda, alimentos suficientes y saludables, suministro de energía y agua, cuidados sobre todo en los momentos de mayor vulnerabilidad vital…
La derecha lo tiene claro. Ante la multiplicación de las amenazas, más intensificación del acaparamiento, más privatizaciones, más autoritarismo, más armas, más ejércitos, más individualismo atroz en el mercado y más exaltación del altruismo y el amor en la familia, para que cada hogar se autorresponsabilice de la reproducción social y así el mercado y el Estado se puedan desentender de ella, aunque la exploten.
Los próximos años van a estar marcados por el conflicto. Desde la gestión del agua hasta la garantía de cuidados en la vejez, desde la sanidad pública a las pensiones, desde las luchas sindicales hasta la forma de producir alimentos, desde el derecho a la vivienda hasta los derechos sexuales y reproductivos.
Los movimientos sociales y los espacios de la gente organizada que estamos fuera de las instituciones sabemos bien que ganar unas elecciones o alcanzar un ministerio no es haber tomado el poder, y que quienes están en las instituciones no podrán hacer muchas cosas que no se hayan ganado previamente fuera. Por eso, muchas seguimos donde estamos y creemos que es preciso mantener ese espacio.
Pero también muchas creemos que disputar la institución es clave. Y que aunque nos quede la decepción y el enfado de lo no cumplido, sabemos ver que sin Unidas Podemos en el Gobierno, este período de pandemia y confinamiento hubiese sido mucho, mucho peor. Yo sé, y como lo sé, no puedo dejar de decirlo, lo duras que fueron las negociaciones para crear un cierto escudo social. Y sé que Pablo Iglesias, Yolanda Díaz, Ione Belarra, Irene Montero, Alberto Garzón y sus organizaciones emplearon muchos días y muchas noches y se dejaron hasta la salud para conseguirlo.
El destape de las cloacas, que han intentado destruir figuras cruciales para la política más reciente de este país como Pablo Iglesias o Irene Montero, el lawfare que intentó apartar de la política a Carlos Sánchez Mato o a Isa Serra, además de a Pablo o a Irene, o el machaque a Mónica Oltra muestran que lo que antes habían vivido en el País Vasco, por ejemplo, no era una anomalía. Que a la gente que pone el cuerpo en las instituciones la intentan expulsar de cualquier forma. Que sufren una violencia política –que Irene Montero describió con brillantez en el Encuentro Internacional Feminista– y que ante ella muchas veces están muy solos.
El próximo informe del IPCC saldrá en 2030. Para cuando salga el nuevo informe, quizás ya sufriremos las consecuencias de lo que no se haya hecho durante los próximos años. Quién sabe cómo estaremos cuando salga ese informe, qué habremos conseguido en 2030. Habrá pasado ya el período de gobierno que se iniciará a finales de 2023 y estará bastante avanzado el siguiente. ¿Habremos logrado reorientar el rumbo de las cosas y mirar el presente y el futuro con esperanza o saldrá un nuevo informe que se limite a seguir descontando vidas y oportunidades perdidas?
Yo he sido una de las treinta y cinco personas que se comprometió a coordinar un grupo de trabajo inserto en el proceso de escucha de Sumar. El de Transición Ecológica Justa. En él han intervenido, de diferente manera, unas doscientas personas, pertenecientes a grupos de investigación universitarios e independientes, movimientos ecologista, feminista, pacifista, sindical y vecinal, colectivos ciudadanos, trabajadoras domésticas, abogadas, ecologistas, trabajadores del campo, directivos y directivas de gran empresa y de pymes, personas migradas, activistas contra la pobreza energética, profesores y profesoras, juristas, feministas, sindicalistas de diversas organizaciones estatales o autonómicas, militantes de diversos partidos o corrientes políticas que han participado a título individual (por ejemplo, de Podemos, Más País, IU, Equo, Alianza Verde, Comunes, Bildu, PSOE o Compromís), personas del ámbito de la cultura, de la autogestión rural, activistas por el derecho a la vivienda, supervivientes de diferentes tipos de violencias, amas y amos de casa, jóvenes pertenecientes a organizaciones sociales, pensionistas...
En la última sesión colectiva de nuestro grupo de trabajo hicimos un ejercicio de política ficción. Nos situamos en un hipotético 2042 en el que la transición ecológica justa estaba medio encarrilada y tratamos de “recordar” cómo lo habíamos conseguido partiendo de un contexto tan desfavorable. Algunas de las cosas que los participantes dijeron “recordar” en ese ejercicio de memoria imaginada fueron:
Ganó las elecciones una coalición de partidos y personas que fueron capaces de ver la gravedad del momento y superar diferencias para ponerse en marcha.
Hubo revuelta en la calle y no pocos conflictos laborales, por el agua, etc., que se abordaron a partir de una política integral que puso la garantía de derechos para todas y la gestión de la contracción material como foco.
Se dispararon las iniciativas comunitarias y la política pública se alió con ellas, confiando en lo que la gente organizada era capaz de hacer. Fue un momento de creatividad social impresionante.
Fue crucial el hecho de que muchos medios de comunicación se volcasen en favorecer los procesos de diálogo y encuentro, que hiciesen una renuncia voluntaria a poner el foco en la bronca y el desencuentro y sacasen a la luz lo mejor de la sociedad.
Es solo un ejercicio de imaginación, pero ¿os imagináis un periodismo que indague y muestre las diferencias entre las opciones, planteamientos o dilemas, pero que ofrezcan la mejor cara, la más bonita y valiosa, de quienes deben llegar a acuerdos, que no busque insidiosamente la verruga, el moco o la cicatriz?
No he formado nunca parte de la construcción de una organización que se presente a las elecciones, pero intuyo que debe ser muy duro hacerlo desde la desconfianza. La negociación y el regateo. Cuarto y mitad de este partido, medio de aquel otro y unas cuantas lonchas de éste, y granos de independientes por encima.
Lo que termine siendo la iniciativa que se está construyendo es probablemente la última oportunidad para afrontar el futuro inmediato con alguna posibilidad de justicia. Por ello y desde fuera del proyecto, lo que quiero es que esté Yolanda Díaz, porque es dialogante, comprometida y firme; quiero a Irene Montero porque es brillante y valiente; quiero que esté Mónica García porque es honesta y tiene la virtud de reconocer errores: quiero a Ada Colau porque me da confianza cualquier lugar en el que está: quiero a Teresa Rodríguez porque siempre recuerda de dónde viene y para lo que está; quiero a Alejandra Jacinto por su trayectoria; quiero a Alberto Garzón porque es metódico y defiende, sin estridencias y entre otras cosas, la gestión justa del decrecimiento material… Y así podría seguir nombrando a muchas personas que me parecen necesarias aunque en muchas ocasiones no coincida con ellas o me hayan decepcionado. Las quiero ahí, no como cuota de un reparto, sino porque la propuesta es mejor si están todas.
Se puede aspirar a tener un equipo buenísimo, de personas con diferentes y complementarias capacidades y no me entra en la cabeza esa obsesión de los medios por mostrar todo lo horrible de un proceso y no contribuir o esforzarse en enseñar lo mejor. No puedo entender ese planteamiento triste y violento en la forma de hacer equipos.
En mi opinión, el periodismo tiene la obligación de mostrar la realidad desde diversas perspectivas, debe velar por el respeto en las formas de expresarlas. Tiene, como dice Olga Rodríguez, la obligación de desconfiar de las lecturas únicas que ofrecen los gobiernos y otras esferas de poder, aunque salir de la explicación única siempre traiga problemas. Y tiene el deber de hacer explícitas sus apuestas y compromisos en las líneas editoriales. Si el compromiso y la apuesta es la de un futuro seguro viable y justo para todas, hagamos lo posible para que el clima que se cree juegue a favor.
Cuando los periodistas, comunicadores y medios de comunicación se dejan arrastrar a la trinchera, pierden la capacidad de mostrar las diferentes visiones, dejan de poder explorar críticamente la realidad y corren el riesgo de convertirse en meros jaleadores de un espectáculo de pressing catch.
Creo importante apostatar de la entrevista que se centra en la bronca o se regodea en el insulto, que no explora cuánto hay de diferencia real entre posiciones y cuánto de diálogo torpe.
Vuelvo a la imagen que Laura colgó. Yo no soy quién para decir cómo han de construirse procesos y equipos en una organización de la que no formo parte. Pero en la medida en que colaboro con un medio de comunicación, sí que creo que es importante autovigilarnos, reconocer y corregir cuando, sin querer, caemos en la trinchera. Reparar el dolor y la violencia que los propios medios ejercen sobre las personas y poner todo el esfuerzo para facilitar que esa gente que necesitamos en los partidos, en los movimientos sociales o en las redacciones de los periódicos pueda entrelazar las manos, no porque sean amigas o escenifiquen buen rollo, sino porque hace falta que se agarren bien fuerte si han de encarar juntas los tiempos que vienen. No se lo pongamos más difícil.
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