En 2018, Francia cerró los pasos fronterizos con Euskadi en la zona del Bidasoa. Un control migratorio que buscó su justificación en el aumento de atentados terroristas que hizo que las aguas del río vasco se convirtieran en un pequeño Mediterráneo. Solo en el año 2021, 10 personas perdieron la vida intentando cruzar esa frontera. Siete en las aguas del río, otras tres arrolladas por un tren. Ninguna de ellas abrió telediarios ni portadas de periódico. En un mundo donde los muertos en el mar se cuentan por centenas, ellos era casi una nota al pie. No eran ni un número, ni un breve de la última página de la sección de sucesos.
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