Si
la vida llega entre sangre, los cambios sociales profundos lo hacen
envueltos en confusión. Desorientados, es frecuente que los acojamos con
recelo, con una mirada cargada de temores. Nos está pasando ahora con
el fenómeno de las redes sociales: una oportunidad de nuevas formas de
comunicación, que vemos (o nos hacen ver) solo en su lado más negativo y
perturbador.
Evitar perder la oportunidad que tenemos no es labor (por apropiación) de los grandes, sino de los pequeños reafirmando que es nuestro espacio para el encuentro y la conversación. Es decir, para hacer aflorar el potencial de diversidad que contiene la posibilidad de aproximarnos a los otros, para crear incontables corrillos, y que hasta ahora la distancia no nos dejaba.
Deseo que sea de vuestro interés el desarrollo de esta idea en el artículo de fin de semana que os paso.
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Evitar perder la oportunidad que tenemos no es labor (por apropiación) de los grandes, sino de los pequeños reafirmando que es nuestro espacio para el encuentro y la conversación. Es decir, para hacer aflorar el potencial de diversidad que contiene la posibilidad de aproximarnos a los otros, para crear incontables corrillos, y que hasta ahora la distancia no nos dejaba.
Deseo que sea de vuestro interés el desarrollo de esta idea en el artículo de fin de semana que os paso.
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Un valorado escritor y periodista comentaba esta semana en otro medio que hace seis meses había cerrado su cuenta de Twitter harto de haberse convertido esta plaza virtual en territorio de pistoleros, como los del Salvaje Oeste, imponiendo a gritos su grosería e ignorancia. 27/1/2017
http://www.bez.es/357550225/salvaje-oeste.html
No
es infrecuente esta desilusión. Yo, en cambio, persevero en compartir
con otras personas la idea de que las redes sociales, y toda la
evolución que les espera, es un fenómeno de extraordinaria importancia
para la transformación social y cultural de nuestro mundo.
Transitar por esta plaza virtual puede
producir la mala impresión de tumultuosos remolinos de concurrentes,
guirigay y charlatanería, exhibicionismo, pillería y tipos atronados.
Sí, cierto que puede ser la impresión que se imponga, y que hace recelar
y huir. Siempre
los humanos hemos sentido esta ebullición cuando nos hemos concentrado
en gran número en espacios públicos. Atracción y temor, curiosidad y
rechazo se mezclan en el ánimo.
Los humanos siempre hemos sentido esta ebullición cuando nos hemos concentrado en gran número en espacios públicos. Atracción y temor, curiosidad y rechazo se mezclan en el ánimo
La mala impresión se agrava por la
colocación en la plaza de pantallas gigantes de vídeo que muestran
planos cortos de ese espacio. Dicen que tienen la función de advertencia
y de seguridad, y por eso muestran lo alarmante que haya. Así que lo negativo se amplifica en estas pantallas y no se ve la normalidad que pueda haber en la plaza.
Lo reducido a un corrillo o a un rincón de la plaza adquiere la
magnitud de la gran pantalla y reverbera por todas las pantallas que
envuelven el lugar.
Por otro lado, los
personajes públicos que antes hablaban y se mostraban desde los altos y
nobles balcones de los antiguos edificios, ahora han bajado a la plaza y
se dirigen a sus seguidores desde tarimas más o menos improvisadas.
Como resultado, están mucho más a tiro de cualquier impertinente que a
la altura de los respetados balcones. No es de extrañar que algunos se
sientan incómodos.
Como tantos otros fenómenos trascendentes,
este arranca también de la confusión. Y, aunque pueda parecer absurdo,
bajo ese desagradable espectáculo se contienen las condiciones para que
emerjan formas nuevas de sociabilidad, de comunicación entre los seres
humanos, hasta ahora impedidas por el alejamiento. Y de igual modo que
los transportes (desde el camino, la cabalgadura, la rueda… hasta el
automóvil y el avión) nos han aproximado y concentrado, ahora la Red multiplica de manera asombrosa esta capacidad de aproximación y encuentro. Por el momento estamos confluyendo.
Bajo un desagradable espectáculo se contienen las condiciones para que emerjan formas nuevas de sociabilidad, de comunicación entre los seres humanos, hasta ahora impedidas por el alejamiento
La
plaza no es para los famosos, los poderosos ni para los asociales,
aunque pretendan ocuparla. Es para una población amplísima que tiene la
posibilidad de otras formas de aproximación entre las personas, de
reunirse para la comunicación, de constituir grupos por afinidad y ya no
solo por proximidad. La plaza es el espacio ideal para lo pequeño, para el corrillo, para la conversación, y será una fuente de diferencia,
perturbadora para lo establecido, ya que, liberados de la distancia,
las posibilidades de agrupamiento y de combinaciones son ilimitadas. Y
siempre sin olvidar la importancia de lo pequeño, sin obsesionarse por
seguir modelos, valores y aspiraciones de lo grande.
La plaza es hoy un solar amplio,
polvoriento unas veces, embarrado otras. Queda casi todo por hacer. Para
ocuparla y extraer todo su potencial hay que aprender a organizarse en
este nuevo espacio, buscar y fijar los protocolos para la sociabilidad,
ensayar las formas de conversación… Una labor cultural y educativa, pero
imperiosa e irrenunciable, para no dejar pasar esta oportunidad que
tenemos delante, pero que quizá no queremos mirar, de iniciar una
transformación social de resultados incalculables. Y empecemos para ello
cuidando nuestro pequeño grupo, con paciencia y atención de jardinero
de bonsáis; aprendamos a conversar en este espacio, pues no nos han
enseñado cómo hacerlo; y con el ánimo de saber que lo pequeño en la Red
es también abierto.
Antonio Rodríguez de las Heras @ARdelasH www.ardelash.es
Catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología
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