16/1/23
Mikel Tar Orrantia Diez JOSÉ MANUEL NIEVES
A lo largo del tiempo, los seres humanos hemos evolucionado tanto que a veces cuesta trabajo creer que realmente procedemos de unas criaturas que, hace unos dos millones de años, solo medían 1,20 metros, estaban totalmente cubiertas de pelo y apenas empezaban a erguirse tímidamente sobre sus extremidades inferiores para pasar de ser cuadrúpedos a bípedos.
Desde entonces las cosas han cambiado mucho, ya no vivimos en árboles o en cuevas, y hemos pasado de tallar piedras a construir naves espaciales, pero las diferencias evidentes que nos separan de nuestros primeros antepasados no surgieron de repente, sino que son el fruto de centenares, de miles de pequeños cambios que se fueron acumulando lentamente con el paso de los milenios. Para apreciar diferencias significativas entre unos y otros miembros de la familia humana, normalmente tenemos que analizar individuos separados por cientos de miles de años de evolución.
Pero hay veces en que las cosas parecen ir más rápido. Según el antropólogo Clark Spencer Larsen, de la Universidad Estatal de Ohio, si tuviéramos que elegir el período más dinámico e impactante de toda nuestra historia, el que más ha influido en la forma en que hoy vivimos, no tendríamos que remontarnos tanto en el tiempo. De hecho, bastaría con retroceder unos 12.000 años, porque «nuestro mundo moderno comenzó con el advenimiento de la agricultura, y pasar de tener que buscar los alimentos a cultivarlos fue algo que lo cambió todo».
La agricultura, por ejemplo, permitió a los humanos crear los primeros asentamientos estables. Cultivar, en efecto, significa no tener que recorrer continuamente grandes áreas geográficas en pos de las manadas de herbívoros o en busca de frutos silvestres estacionales. Producir el alimento in situ implica poder almacenarlo para consumirlo cuando más convenga, y eso a su vez supone permanecer siempre cerca de esos almacenes, pasar de una vida nómada a otra sedentaria, creando asentamientos permanentes que, con el tiempo, acabaron convirtiéndose en pueblos y prósperas ciudades.
La otra cara de la moneda
Pero según explica Larsen, organizador y editor de una sección especial en el número de esta semana de 'Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS) y coautor de dos de los ocho artículos que la integran, junto con los primeros cultivos los humanos también plantaron las semillas de muchos de los problemas más graves de la sociedad moderna. En palabras del investigador, «aunque los cambios provocados por la agricultura nos trajeron mucho bien, también generaron un aumento de los conflictos y la violencia, niveles crecientes de enfermedades infecciosas, reducción de la actividad física, una dieta más limitada y más competencia por los recursos».
Los ocho artículos de la sección especial de PNAS se centran, principalmente, en el campo de la bioarqueología: el estudio de los restos humanos y lo que estos pueden decirnos sobre los cambios en la dieta, el comportamiento y el estilo de vida durante aproximadamente los últimos 10 milenios. Y uno de los hilos comunes de todos los artículos es, precisamente, que los principales problemas de nuestra sociedad tienen raíces muy antiguas. «No llegamos donde estamos ahora por casualidad -dice Larsen-. Los problemas que tenemos hoy en día con las guerras, la desigualdad, las enfermedades y las dietas deficientes, todos resultaron de los cambios que ocurrieron tras el comienzo de la agricultura».
El cultivo de alimentos permitió que la población mundial creciera de unos 10 millones de individuos en el Pleistoceno a más de 8 mil millones en la actualidad. Lo cual, por supuesto, tuvo más de un coste. La dieta variada de los recolectores, por ejemplo, fue reemplazada por otra mucho más limitada de plantas y animales domesticados, que a menudo tenían una calidad nutricional inferior. En la actualidad, destaca Larsen, gran parte de la población mundial depende de tres alimentos: arroz, trigo y maíz, especialmente en áreas que tienen acceso limitado a fuentes de proteína anima (...)
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