jueves, 16 de junio de 2016

Una patada al tablero, de David Soto Carrasco

Magnífico diagnóstico. Hace unas semanas argumentaba yo en el Huffington Post que podemos había cambiado el escenario a la izquierda y la derecha, que aunque muchos proclamen la ortodoxia de las consignas, de hecho ha sido necesario que IU se transformase a sí misma bajo la imagen de Podemos para producir la primera y más importante interpelación al régimen de la Transición desde sus inicios. Las españas plurales contra las narrativas de lo mismo.
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17/05/2016 -
http://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/patada-tablero_6_516958335.html

El acuerdo de Podemos/Izquierda Unida le ha dado una patada al tablero del sistema político español. Esta semana el miedo ha recorrido toda la estructura de los viejos partidos y de sus equipos de comunicación. Han sentido de cerca que aquello del asalto al cielo proclamado por Podemos en Vistalegre hace ya dos años no iba en broma. La oferta de la coalición morada de ir juntos al Senado dejaba al PSOE sin argumentos de peso frente a Podemos para afrontar la campaña electoral. Mediante una maniobra hábil, el relato cuasi mítico de la pinza anguitista se iba por el desagüe y dejaba a Pedro Sánchez al borde del colapso en la entrevista con Javier Ruiz en Cuatro. Mientras Ciudadanos sigue a rebujo regurgitando los ecos de ¡Basta ya! El PP, por su parte, sigue rememorando el proceder de las fuerzas reactivas de este país, y permanece escondido en la gruta para que sus sempiternos casos de corrupción no le salpiquen. Ahora, los cafés de nuestro murciano Martínez-Pujalte...
La confluencia Podemos/IU ha descubierto la incapacidad de los viejos partidos para acometer cambios profundos en su bastidor que les permitan dialogar con las nuevas fuerzas pero sobre todo ha puesto de relieve que el fracaso para formar  gobierno nacía de la negación estructural de los fuerzas tradiciones a cambiar las cosas. En ese sentido, el éxito de la “hipótesis Podemos” no sólo se refleja en sus resultados electorales, sino en que ha cambiado ya gran parte de la disputa política en España, revitalizando la esfera pública, renovando el lenguaje y transformando el sentido común de la gente.
Siento no estar de acuerdo con Ángel Montiel, un observador perspicaz y equilibrado. La confluencia de Podemos con Izquierda Unida no escenifica un pacto de resistencia. Lo ejemplaría si nada hubiera pasado en España desde el 15M, aunque la memoria nos traiga que Podemos no estuvo presente. El texto de Montiel nos remite a un escenario que no puedo compartir. Su invocación a los “intentos de reconstitución de la izquierda” busca por un lado dejar a Podemos una vez más en una posición marginal del tablero. Pero, por más que le pese a Montiel no estamos aquí ante la enésima renovación de la izquierda. Tampoco se trata de mero tacticismo de suma de votos ante una cita concreta. El éxito de Podemos en los distintos procesos electorales ha demostrado la total necesidad de superar las identidades asignadas tradicionalmente por el adversario que frenaban cualquier intento de crecimiento. La confluencia de Podemos con las distintas fuerzas del cambio constata la necesidad de que, partiendo de lo que tenemos, se construyan identidades diferentes que lo sobrepasen y empujen lo posible. Y esto, en verdad, es lo que define la confluencia: mucha gente que venía de sitios diversos con mochilas distintas ve por primera vez al alcance de la mano una alternativa para construir una mayoría nueva, una mayoría victoriosa.
Si vemos la historia política actual, los partidos tradicionales se repartían la etiquetas de izquierda y derecha sin apenas distinguirse en los hechos. Sin retrotraernos mucho, pocas diferencias esenciales encontramos en la reforma laboral de 2010 del PSOE, que fue respondida con una huelga general; y la de 2012 del PP y ninguna si vemos el apoyo de ambas fuerzas a la reforma del art. 135 de la CE que establecía el pago preferente de la deuda por encima de los derechos sociales y los servicios públicos. La consecuencia ha sido que el eje izquierda y derecha se convirtió en la coartada que conseguía que las fuerzas progresistas y de cambio quedaran arrinconadas en los márgenes del tablero de juego, con escasa o nula relevancia para transformar el país.
En política, la iniciativa depende fundamentalmente de la capacidad de enunciar tu posición, la posición del adversario pero también de definir el terreno de juego. Si se quiere ganar el partido, no solo basta con jugar bien, sino que hay que dibujar las líneas del campo. Dicho con otras palabras, si se quiere ganar el cambio hay que recuperar la capacidad de nombrar las cosas y de redefinir las prioridades. Generalmente esto lo hacemos a través de lo que llamamos “sentido común”. Para ello, la izquierda (como significante) ya no es determinante.

Es un hecho evidente que la Izquierda Unida de Garzón ha girado su discurso comprendiendo la necesidad de concretar una mayoría más amplia que desborde el significante de izquierda.

Se trata simplemente de reconocer que hay asuntos centrales que generan indignación general y trasversal a identidades políticas muy diversas, y que son indispensables si se quiere disputar el cambio político. Se trata de interpretar además que no puede haber cambio real en el país sin reconocer la diversidad de experiencias políticas y sociales pasadas y presentes pero también la voluntad de ir más allá de ellas.
El 15M puso de relieve que existía una mayoría social plural y heterogénea conformada por todos aquellos sectores perjudicados por las políticas económicas del bipartidismo. Esta lógica ha permitido a Podemos concretar transversalmente una organización que interpela a diferentes sectores de nuestra sociedad. Le ha dado cinco millones de votos que han permitido abrir una grieta en el muro para el cambio del sistema político español. Su éxito se basa en que ha conseguido articular un discurso y una línea de avance democrático capaz de reelaborar las demandas y experiencias ciudadanas y profesionales en clave de una mayoría social nueva.
Además, es un hecho evidente que la Izquierda Unida de Garzón ha girado su discurso comprendiendo la necesidad de concretar una mayoría más amplia que desborde el significante de izquierda. Nadie sensato puede percibir como una radicalización hacia la izquierda, lo que es hacer justicia con un millón de personas que votaron y quedaron huérfanas de representación política. Al contario, la radicalización de Podemos y sus confluencias ha sido la de poner en el centro del debate mediático y en el institucional las cuestiones reales que afectan a la gente como la reciente reforma de la ley de Vivienda aprobada el pasado jueves en la Asamblea Regional que evitará que las familias se queden en la calle y sin luz, gas o agua o la recuperación del hospital el Rossel de Cartagena para su ciudadanía.
La confluencia Podemos/IU es ganadora y lo es en la medida en que aporta factores de multiplicación que responden a motivos y luchas de fondo muy diversos y no referenciados al eje tradicional izquierda y derecha, como ha escrito Fernando Broncano. Por todo ello, seguir leyendo la confluencia en este eje no es por tanto solo una interpretación falsa, sino que frena cualquier oportunidad para que vengan los que todavía no están.
Cualquier observador atento sabe bien que las condiciones de individualización y la complejidad social actual hacen impensable volver a culturas políticas arrinconadas durante 30 años. La mera posibilidad dejaría a Podemos sin poder de hacer y sin poder de nombrar. Solo desde una nueva cultura política se puede concebir que el péndulo del cambio no retroceda. Una nueva política que sin hacer tabula rasa, asuma lo que hay pero discurra hacia algo nuevo. Esa es la confluencia real sobre la que estamos obligados a reflexionar.
Si Podemos está en condiciones de ser una fuerza de gobierno alternativa al Partido Popular es precisamente porque ha adoptado la transversalidad como principio político y detenta una nueva cultura política. Desde ella, Podemos ha logrado trasmitir a la ciudadanía algo decisivo: que por primera vez los de abajo están en posibilidad de conducir el rumbo de la sociedad española.
David Soto Carrasco
Filósofo y Doctor en Ciencia Política
 

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