Un blog que nace ante el intento por parte de algunos medios de desprestigiar el movimiento 15M ubicándolo en el marco anarcoperroflauta exclusivamente, ignorando a los miles de ciudadanos que toman las calles pidiendo libertad y justicia
lunes, 28 de agosto de 2017
Turismofobia: la cara menos amable de una industria millonaria
Vecinos de Barcelona, Palma y Madrid se rebelan contra la masificación turística por los problemas de convivencia y el alza del precio de los alquileres. Clara BlancharLuís PellicerBarcelona
Unos 300 vecinos salían la semana pasada a la calle en Palma
disfrazados de turistas y arrastrando maletas. Representaban un carril
guiri, paseando como hacen miles de cruceristas.
En Barcelona siguen apareciendo pintadas, cada vez más agresivas, en el
barrio de Gràcia o cerca del parque Güell. All tourists are bastards,
se leía días atrás. En Madrid, el Carnaval terminó en Lavapiés con un
simbólico entierro de la vecina: alertaba de la expulsión de población
por la presión turística.
La industria turística ha vivido un boom. Año tras año, España bate
récords, hasta superar los 75 millones anuales de visitantes. En cinco
años, el turismo internacional ha crecido más de un 30%.
Simultáneamente, ha aparecido y se ha extendido la turismofobia. El sector vive con inquietud el aumento del rechazo al turismo.
“Llamamos a los responsables políticos de algunas Administraciones
cuyas actitudes no ayudan a rebajar las tensiones”, advierte el
presidente de la Confederación Española de Alojamientos Turísticos, Joan
Molas.
Las patronales miran con especial preocupación Barcelona y Baleares,
donde el turismo representa un elevado porcentaje de la economía. Y
sobre todo cuando la prensa internacional ya se ha hecho eco del
fenómeno. A las puertas de otro verano de récord, el diario británico The Independent situó a Barcelona como uno de los ocho destinos que más odian a los turistas. El ministro del ramo, Álvaro Nadal,
tuvo que salir al paso y afirmó que “no es tanto un fenómeno social
como político”. Pero los expertos consultados, incluso algunos
empresarios, convienen en que la irrupción del turismo masivo en la vida
cotidiana de los ciudadanos causa problemas. Bien porque literalmente
casi no pueden andar por la calle, como alrededor de la Sagrada Família
de Barcelona, por los problemas de convivencia —se han llegado a
denunciar a turistas que jugaban a fútbol en pisos— o porque el
incremento de viviendas turísticas ha ido en detrimento del alquiler
para residentes, un fenómeno que ha disparado los precios.
Barcelona es una de las ciudades donde más se ha plasmado la
turismofobia. Según una encuesta del Ayuntamiento, a pesar de que una
abrumadora mayoría de ciudadanos (el 86,7%) considera que el turismo es
beneficioso, casi la mitad cree que se está llegando al límite. El
turismo se ha convertido en la segunda preocupación de los vecinos. Es
lo que Claudio Milano, profesor de Ostelea y miembro del grupo
Turismografías, llama el “índice de irritabilidad”. “Las ciudades que
viven estos fenómenos pasan de una euforia inicial a una situación de
conflicto, no con los turistas, sino con las políticas turísticas”,
sostiene. La turismofobia, apunta, no exclusiva de España: “Lo hemos
visto en Venecia, Berlín, Toronto, Nueva Orleans o el sureste asiático”.
¿Por qué en Benidorm no hay malestar?
El profesor de gestión turística urbana Paolo Russo cree que la gota
que colma el vaso del malestar con los turistas es “la convivencia
cotidiana entre el turismo y el residente: se exacerba el malestar y
surge un resentimiento comprensible pero que busca el culpable
equivocado”. Un malestar que no existe en la misma medida cuando los
turistas se alojan solo en hoteles, aunque haya muchos.
Estas razones explicarían que en destinos masivos y maduros como
Benidorm (Alicante), Lloret de Mar (Girona) o Canarias no haya
turismofobia. “Se han construido a lo largo del siglo XX, son
monocultivos dedicados al turismo y la ciudadanía local está vinculada,
pero el turismo no ha entrado en sus barrios”. Barcelona, en cambio, no
se ha construido enfocada al turismo, conviene.
A más visitas, más enemistad
Paolo Russo, profesor de Gestión Turística Urbana en la Universidad
Rovira i Virgili, ha vivido esa situación en sus carnes. Es veneciano.
“Allí los vecinos hemos perdido la ciudad, es irreversible”. Conoce el
rechazo y las protestas, pero opina que los ciudadanos se equivocan
cuando dirigen su ira al turista. “Es solo la cara de la industria
turística. Al ciudadano molesto le resulta más fácil culpar al turista,
cuando no lo es: es la industria, el puerto que trae cruceristas, los
políticos, el urbanismo... Cualquier ciudad que ha sido acogedora con
los turistas se enemista con ellos cuando aumenta la presión”.
El Ayuntamiento de Barcelona calcula que el alquiler turístico es
hasta cuatro veces más rentable que el convencional. Y eso desvía el
mercado hacia los visitantes y dispara los precios. “Ha habido
manifestaciones vecinales como la de la Barceloneta. Pero allí solo hay
un hotel de 30 habitaciones. El problema son las miles de viviendas de
uso turístico ilegales. Y nos preocupa, porque nos dificulta hallar
alojamiento para nuestros trabajadores”, lamenta Molas. Las
Administraciones han puesto esa oferta en el punto de mira. “El hotel es
una burbuja: protege al ciudadano de los turistas, que visitan la
ciudad de día, pero durante la noche se concentran en él”, abunda Russo.
En el barrio Gòtic de Barcelona más de la mitad de los edificios
tienen pisos turísticos. Reme Gómez, activista vecinal y miembro de la
Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible, rechaza el término
turismofobia. “Desvía el foco de atención, da argumentos a los grandes
lobbies, y señala a colectivos que llevamos años denunciando las
consecuencias negativas con argumentos”. La activista alerta de que la
masificación está “destruyendo el tejido local” y apuesta por el
“decrecimiento”.
Las protestan también crecen en Mallorca. Allí se han organizado en
colectivos como La ciutat per a qui l’habita o Palma21. Macià Blázquez,
profesor de Geografía de la Universidad de las Islas Baleares, recuerda
que el turismo es “una industria muy bendecida. Siempre se ha dicho que
no tiene chimeneas porque presta servicios y no extrae recursos”.
Gasto compartido
Precisamente, el experto en espacio público David Bravo y el geógrafo
Francesc Muñoz coinciden en que el turismo debe ser tratado como una
industria. “Asumimos todos el gasto en limpieza, transporte público y
seguridad de los cruceristas y a menudo solo dejan el envoltorio de la
comida que les dan”, se queja Bravo. Muñoz defiende “ir al tuétano:
igual que el promotor que quiere hacer negocio tiene que pagar un
aprovechamiento, las empresas turísticas que se aprovechan de
inversiones colectivas (como una peatonalización) tendrían que pagar un
retorno a las ciudades”.
El consultor de Magma Turismo Bruno Hallé, convencido de que el
problema ha sido originado “desde opciones políticas”, resalta en cambio
la generación de “riqueza, conocimiento y puestos de trabajo” del
sector. “Los esfuerzos deben dirigirse a vigilar la oferta ilegal”,
opina. En realidad, muchos vecinos han aprovechado el boom para alquilar
pisos o habitaciones a turistas también durante la crisis.
Italia estudia controles en ciudades y monumentos. El País
La alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, quiere evitar que los 30.000
visitantes que cada día se acercan a la Fontana de Trevi en Roma se
detengan ante ella. Lo ha dejado claro este mes. Toma así el testigo del
ministro de Cultura italiano, Dario Franceschini, que semanas antes
habló de fijar límites en las visitas a “los centros históricos” del
país.
La Fontana de Trevi es uno de esos centros de los que habló
Franceschini, como lo es la famosa escalinata de Trinità dei Monti,
también en Roma, ciudad que recibe decenas de millones de visitas cada
año.
En Venecia la presión se multiplica. Allí viven 50.000 personas y
recibe la visita de más de 30 millones de visitantes cada año. Allí se
han instalado contadores en la entrada a la ciudad por los tres puentes
de acceso y en los muelles donde desembarcan los cruceros.
Este es un mecanismo para que se pueda empezar a poner límites al
número de visitantes que reciben esos “centros históricos”, como propone
Franceschini.
Otro lugar donde las autoridades intentan que el turismo no muera de
éxito es Islandia. La volcánica isla del norte del océano Atlántico, en
la que viven 330.000 personas, ha visto cómo en los últimos años se ha
multiplicado su atractivo turístico. En 2010, a través de su aeropuerto
internacional, recibió casi medio millón de visitas; el año pasado
fueron 1,76 millones.
Este boom ha llevado a las autoridades del país a plantearse este
mismo año medidas para encarecer el precio de los alojamientos
turísticos para limitar la llegada de visitas.
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