http://ctxt.es/es/20161102/Firmas/9346/Broncano-franquismo-transicion-FAES-izquierda-Prisa.htm
Una historia de banderas abatidas. Esta es la historia del
 Estado español, siempre en guerra consigo mismo, enlosado de derrotas y
 fracasos, incapaz de producir un sistema de símbolos común en el que se
 reconozcan las partes en conflicto por encima o debajo de sus 
diferencias. En su singularidad moderna, vio de lejos constituirse los 
Estados-nación europeos. Él, que nació como una de las primeras 
potencias-Estado de la modernidad, fue incapaz de construirse como 
Estado-nación. Álvarez Junco ha relatado en Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX el
 fracaso de los liberales en la construcción de este sistema simbólico. 
Pasada la era romántica de los nacionalismos, son mucho más interesantes
 los fracasos contemporáneos y más inquietantes en este cambio de 
régimen que no oculta este banal pacto de restauración entre los 
partidos de la Transición.
El franquismo fue un proyecto de indiscutible eficacia simbólica
El primer fracaso fue el franquismo como proyecto de 
nación-Estado. Como proyecto y como fracaso debe seguir siendo examinado
 con cuidado por más que lo haya sido de manera tan exhaustiva por los 
historiadores. Fue un proyecto de indiscutible eficacia simbólica. Unió 
el programa estético fascista y nazi con la doctrina y experimentada 
práctica del integrismo católico que había surgido en el XIX contra el 
modernismo. Sus cuarenta años de vigencia no pueden explicarse solamente
 por el genocidio y la represión sistemática. Al igual que se está 
revisando el mito gaullista de la Resistencia del Pueblo Francés a los 
nazis, sería conveniente revisar el mito de la resistencia contra el 
franquismo. Fue un mito creado para enmascarar el fracaso histórico de 
las fuerzas democráticas, un poco mejor organizadas en la izquierda pero
 impotentes y débiles ante el consenso generalizado que sostenía el 
Régimen. Sin embargo fue derrotado por las mismas condiciones que lo 
crearon. Apoyado por una parte beligerante en la Guerra Fría, dejo de 
tener sentido cuando el frente se trasladó a la televisión, el turismo y
 la abundancia de mercancías. El poder simbólico del integrismo no podía
 sobrevivir ante las pantallas productoras de mitologías 
disneylandianas. La historia de este fracaso está bien narrada en Bienvenido Mr. Marshall, una comedia que esconde la tragedia de la derrota simbólica del franquismo cultural. 
La primera parte de la Transición agrupó a una generación entera, la primera después de las hambres de posguerra
La segunda derrota ocurrió en la primera parte de la 
Transición. Los jóvenes nacionalistas del PSOE, los jóvenes periodistas 
de PRISA y los jóvenes filósofos e historiadores diseñaron un potente 
proyecto cultural que se ordenaba en unos pocos, de hecho, muy pocos, 
núcleos simbólicos: laicismo, modernidad y frivolidad cultural. Guerra, 
Almodóvar, Savater, Santos Juliá…, gente biempensante e inteligente que 
construyeron una identidad imaginada, la de un pueblo que saltaba alegre
 etapas históricas desde la Inquisición a la Movida. Fue también un 
proyecto cultural potente, mucho más que los tristes recursos progres de
 la izquierda: cantautores, conciertos con velitas, tabaco y 
discusiones. Fue un programa que agrupó a una generación entera, la 
primera después de las hambres de posguerra. Y no hay duda de que 
consiguió una movilización emocional que aún subsiste entre 
simpatizantes del PSOE y compradores religiosos de El País Semanal.
No hay ninguna duda de su carácter simbólico y mítico, 
cargado de una religiosidad laicista y anticlerical (muchas veces 
teorizada por exseminaristas). No hay duda tampoco de su fuerza 
histórica transformadora. Pero tampoco hay duda de su fracaso en la 
producción de una identidad simbólica que transformase el Estado en 
Estado-nación.  Los hijos de los hijos de la ira (en feliz expresión del
 poeta Ben Clark) se distanciaron pronto del proyecto y se engancharon 
los auriculares con Radiohead para no soportar los ripios de Sabina. 
Pero, sobre todo, la raíz del fracaso estaba también en las condiciones 
iniciales de su proyecto: no se puede crear un proyecto simbólico contra
 la Iglesia Católica, bien experimentada en la tarea, con cuatro 
ritualillos medio masónicos. El pueblo llano siguió casándose por la 
Iglesia, bautizando a sus nenes y votando al PP. 
Contranacionalismo
El tercero de los fracasos tuvo lugar en la segunda parte 
de la Transición, bajo el auspicio de los Bush y del neoliberalismo. El 
proyecto nace de los tanques de pensamiento de FAES donde se reúnen 
exizquierdistas y exfalangistas para acomodar la cultura al nuevo 
pensamiento único que extiende el mercado desde las finanzas a las 
relaciones familiares, desde la enseñanza a los proyectos de vida (“sea 
empresario de sí mismo”, “en sus manos está su futuro”…). Su sistema 
simbólico fue aún más exiguo que el del PSOE pero mucho más efectivo en 
eficacia mitopoética. Consistió en movilizar todos los recursos 
culturales contra el nacionalismo periférico. Tal fue su éxito 
hegemónico que la cúpula de intelectuales de la primera Transición se 
abonó en bloque al nuevo motor de sentimientos. Ignacio Sánchez Cuenca, 
en La desfachatez intelectual, ha descrito con precisión este 
poder movilizador del contranacionalismo. El recurso a la “víctima”, 
ahora convertida en icono de una nueva religiosidad antiherética, 
mediadora entre la indignación por la situación comparativa de la aldea 
propia y el futuro perfecto de una patria constitucional, una bandera y 
una marca comercial, consiguió lo que la frivolidad de la primera época 
de PRISA fue incapaz de lograr: la constitución de un bloque histórico 
que aunase a las dos grandes “sensibilidades”, la “progre” y la 
conservadora. 
También fracasó, claro. No se puede articular un proyecto 
de Estado-nación contra sentimientos nacionalistas en el propio espacio 
político y cultural sin producir como reacción proyectos contrarios de 
independencia de nuevos Estados-nación. No se puede estigmatizar sin 
crear resistencias poderosas. Suficientes para hacer inviable el 
proyecto simbólico, por más que sirviera para reclutar votos y 
mantenerse en el poder.
La raíz del fracaso de los tres proyectos está en que comparten una misma estrategia de construcción simbólica
Sorprendentemente, la raíz del fracaso de los tres 
proyectos está en que comparten una misma estrategia de construcción 
simbólica. La construcción de los Estados nación a lo largo y ancho del 
mundo se produjo generando mundos simbólicos de resistencia y liberación
 frente a un enemigo externo de carácter político o cultural. Desde los 
Estados Unidos de América del Norte, a los Estados desunidos de América 
Central y del Sur, a los Estados europeos, desde los estados africanos a
 los estados asiáticos, la contraposición entre lo externo y lo interno 
generó banderas y sentimientos comunes que permanecieron aún bajo las 
divisiones de clase, género y etnia. En España no. La estrategia fue en 
el siglo XX, como lo había sido en siglos anteriores, la construcción de
 un enemigo interno como palanca simbólica para una nueva nación libre 
de traidores. 
No sé si estamos en los albores de un nuevo fracaso que 
habría de ser producto de la incomprensión de las claves culturales que 
han motivado la crisis de régimen en la que vivimos. Hay muchos signos 
que abogan por el pesimismo. La ilusión que producen los afectos 
compartidos en manifestaciones de ira multitudinarias, en actos de 
indignación donde se levantan banderas de cambio, puede sugerir la idea 
de que ya hay otro universo simbólico que, ahora sí, hecho de 
vestimentas informales y lenguaje cheli, producirá por sí mismo lo que 
los grandes proyectos contemporáneos no han logrado. Y mientras sigue en
 marcha la construcción sistemática de estigmas y del enemigo interior. 
Sería iluso proponer banderas del consenso y la reconciliación donde reina la desigualdad
Es cierto que todo nace del conflicto, que al final es la 
madre de la Historia. Sería iluso proponer banderas del consenso y la 
reconciliación donde reina la desigualdad y el resentimiento por las 
promesas incumplidas. Sería iluso un moralismo buenista de “todos 
dentro” cuando se deja tanta gente al pairo, descartada del “nosotros”. 
 El conflicto ha estado presente en nuestra historia y lo estará. Se ha 
instalado ya como parte constitutiva de las sociedades contemporáneas. 
Ahora bien, no es menos cierto que los conflictos, por reales que sean, 
se producen cada vez más en el terreno simbólico, en gestos y ademanes 
que traducen la ira interna. En muchos países estos conflictos, 
curiosamente, se expresan como reproches denigratorios al otro por no 
ser capaz de captar el viejo proyecto histórico. En España, no. El 
conflicto se limita al conflicto. 
Esta teatralización universal de los conflictos es una de 
las asignaturas pendientes de este Estado. La teatralización evita la 
violencia, la transforma. Muta las tragedias en comedias y hace vivible 
la tensión. No es por casualidad que la gente de la calle halle modos de
 trasladar el conflicto a lugares simbólicos. Sin ninguna duda el fútbol
 es uno de esos territorios privilegiados. Aúna voluntades, casi siempre
 malas voluntades, pero crea lazos de dependencia del otro que son 
permanentes. Nada habría más desolador para un seguidor del Barcelona 
que el no poder seguir derrotando al Real Madrid porque una nueva 
frontera artificial lo impide. Y viceversa. Es sorprendente la capacidad
 creativa de un pueblo tan sometido a violencia real y simbólica. Mucho 
más sabio que sus dirigentes, hace del conflicto su bandera y transforma
 en fiesta la desdicha. “¡Hola Fondo Norte!”, “¡Hola Fondo Sur!”…. No 
sería una mala letra para un futuro himno multinacional de un estado 
multinacional.
Ya sé que todo esto del fútbol es alienante, como lo es la
 religión y como lo es la televisión. No hay objeción. Pero no menos 
alienante que las malas estrategias culturales que ha producido la 
política española contemporánea, incapaz de hacer de un pueblo 
cantonalista de corazón un pueblo que sea capaz de hacer comedia de sus 
conflictos. Ya sé que parece que oculto las guerras de clase bajo la 
alfombra de un proyecto simbólico común, pero quienes quieren abolir los
 proyectos simbólicos se condenan a repetirlos bajo la forma de ópera 
bufa. 
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Fernando Broncano. Departamento de Humanidades: Filosofía, Lenguaje y Literatura. Universidad Carlos III de Madrid.
 
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