jueves, 1 de diciembre de 2016

Acabar con las guerras de clase, de Mike Savage

German Cano ha compartido un enlace.

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Mike Savage  02/11/2016 http://www.sinpermiso.info/textos/acabar-con-las-guerras-de-clase





Las divisiones económicas globales han sido tan duras en la década pasada que han transformado la agenda investigadora. El libro El capital en el siglo XXI de Thomas Picketty (Harvard Univ. Press, 2014) ha tenido una profunda influencia, con más de un millón y media de copias vendidas. Picketty ha mostrado que en muchos países ricos, el saldo de la riqueza acumulada comparada con el ingreso nacional está volviendo a niveles de disparidad como no veíamos desde hacía 100 años. Picketty sostiene que estamos asistiendo al resurgimiento de una “clase patrimonial”.
Estos desplazamientos económicos proponen desafíos para entender cómo las clases sociales están siendo transformadas. El economista Branko Milanovic señala la emergencia de una plutocracia global, el declive de las clases medias en los países desarrollados como EEUU y Europa, y el crecimiento de las clases medias en general, especialmente en Asia.
Hay un intenso interés público en estos cambios. En nuestro trabajo con la BBC en la “Gran Encuesta Británica de Clase”[1], definimos de forma polémica siete “nuevas” clases, que van desde una “élite” hasta un “precariado”. Una cifra impactante de nueve millones de personas clicaron en el “class calculator” online de la BBC para descubrir a qué clase pertenecerían (ver go.nature.com/2ccvwcv)
Los desplazamientos – especialmente las élites ricas aislándose de la mayoría de las capas medias y bajas de asalariados – parecen estar dando forma a eventos mundiales. Hay un fuerte sentimiento anti-élites que atraviesa los países desarrollados. En la carrera presidencial estadounidense de este año, por ejemplo, Bernie Sanders y Donald Trump se situaron a sí mismos como “outsiders” respecto a Washington. En Inglaterra y Gales, la geografía del referéndum del Brexit narra una historia similar. Las áreas con grandes proporciones de riqueza que concentraban a altos ejecutivos y profesionales de alto nivel educativo y buenos contactos, votaron desproporcionadamente por permanecer en la Unión Europea. Las áreas de gran desventaja económica, cultural y socialmente amputadas, la mayoría en las viejas zonas industriales del sureste de Inglaterra, votaron por salirse de la Unión Europea (véase la siguiente imagen)
Estos desarrollos exigen una mejor comprensión de cómo la clase social opera hoy día, y cómo se relaciona con otros factores como el género, la raza y la etnicidad. Por ello, muchas universidades y fundaciones están invirtiendo en este área. Por ejemplo, el International Inequalities Institute de la London School of Economics and Political Science’s (LSE), el cual co-dirijo, recibió en junio 64.4 millones de libras (86 millones de euros) para formar liderazgos que combatan la desigualdad. Esta beca, que proveyó la fundación privada Atlantic Philanthropies, es la más grande en la historia de la LSE. Estamos trabajando con compañeros del Sur, especialmente de la escuela de postgrado de Política del Desarrollo de la Universidad de Cape Town y el Centro para el Estudio del Conflicto y la Cohesión Social en Chile
Asimismo hay un programa multidisciplinar en desigualdad y política social en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetss, y también en el Centro sobre Pobreza y Desigualdad en Stanford, California; el Instituto sobre Democracia y Desigualdad de la Universidad de California, Los Ángeles; y el Centro para el estudio de la Desigualdad en la Universidad de Cornell en Ithaca, Nueva York (también apoyado por la financiación de Atlantic Philanthropies). Otros programas destacados son el del Centro por la Ia Oportunidad e Igualdad en la Organización por la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Pero para hacer progresos, los sociólogos deben resolver sus profundamente arraigadas diferencias sobre cómo debe ser entendida y medida la clase social. Para entender la naturaleza de este debate, debemos primero echar una mirada al pasado.
Definiendo “clase”
El estudio de la clase social comenzó en el siglo diecinueve. Cuando los investigadores de la Revolución Industrial (mayoritariamente ingleses)  proyectaron sus investigaciones sobre la pobreza y la desigualdad, no lo hicieron sin fuertes insinuaciones morales. Ellos asumieron que los profesionales y los gentlemen eran más respetables y valiosos que la gente pobre, quienes fueron considerados responsables de sus infortunios.
De acuerdo con un estudio pionero, el propietario del navío Liverpool, Charles Booth, definió los pobres de las calles del Londres de 1880 como “viciosos y semi-criminales”. Clasificó a la gente en siete clases según las bases sobre las que vivían y su posición económica familiar (como juzgaron los oficiales de escuela, policías y otros). Booth definió a los más pobres como poseedores de “la vida de salvajes, con vicisitudes de extrema dureza y cuyo único lujo es la bebida”; vio a las clases medio-bajas como “una clase de sobrios y enérgicos trabajadores”. Las clases medio altas fueron definidas como una “clase con servicio”. Ecos de estos juicios estigmatizadores permanecen con fuerza hoy día – como pusieron en evidencia los recientes discursos sobre los “gorrones de impuestos” (benefit scroungers) y la “basura blanca” (White trash). [2]
Desde mediados del siglo XX, los sociólogos han buscado eliminar estas dimensiones morales y proporcionar una definición de clase objetiva, más exacta y precisa – una que pudiera ser medida precisamente a pesar de las perspectivas privadas de cada cual. Desde 1940 hasta 1960, investigadores predominantemente estadounidenses desarrollaron escalas de “estatus socio-económico” que realizaban las típicas combinaciones de ingresos, educación y prestigio profesional. El Índice Socioeconómico Duncan de 1960, por ejemplo, monitoriza la proporción de gente que piensa qué trabajos en particular tienen un “buen” o “excelente” prestigio social; y vincula esto a los porcentajes de población activa que finalizaron la educación secundaria o fueron más allá, y aquellos que declaran más de un ingreso determinado.
Por el contrario, los investigadores británicos del mismo período desarrollaron un enfoque que tuvo gran impacto en todas partes. Ellos argumentaron que la clase social debe ser determinada sólo de una forma: de acuerdo a la ocupación de la persona. Esta aproximación databa de 1913, y clasificaba a la gente en una de las seis clases conforme a la “cualificación” (skill) de su trabajo. Ello condujo a la diferencia entre ocupaciones cualificadas no-manuales y ocupaciones cualificadas manuales. Es una manera muy británica de pensar sobre la clase social.
Vida laboral
En 1980, el sociólogo británico John Goldthorpe reveló una versión más refinada del enfoque ocupacional, en sus estudios pioneros sobre la movilidad social en Reino Unido[3]. Encontró insatisfactorio el viejo modelo debido a su definición opaca de “cualificación”, y no tuvo en cuenta si las personas eran autónomas o asalariadas, o si supervisaban el trabajo de otras personas. Su nuevo modelo (véase el siguiente cuadro) fue acogido oficialmente por la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido a finales de los años noventa. Además el modelo ha sido desarrollado internacionalmente, sobre todo a través de la Clasificación Socioeconómica Europea[4].

Clasificando clases

John Goldthorpe refinó las categorías de clase social atendiendo a cómo los trabajadores interactuaban con sus empleadores.
Class
Denomination
Form of regulation of employment
I
Higher-grade professionals, administrators and managers
Service relationship
II
Lower-grade professionals, administrators and managers, and higher-degree technicians
Service relationship (modified)
IIIa
Higher-grade routine non-manual employees
Mixed
IIIb
Lower-grade routine non-manual employees
Labour contract (modified)
IVabc
Small proprietors and employers, and self-employed workers
Not applicable
V
Lower-grade technicians and supervisors of manual workers
Mixed
VI
Skilled manual workers
Labour contract (modified)
VIIa
Non-skilled manual workers (other than in agriculture)
Labour contract
VIIb
Agricultural workers
Labour contract

Goldthorpe diferenció entre una clase trabajadora asalariada y una clase del sector servicios asalariada. Los autónomos, técnicos cualificados y supervisores los consideró capas intermedias. Obreros bajo contrato – conductores de autobús, mineros del carbón o trabajadores industriales – son aquellos que reciben salarios fijos por su trabajo. Por el contrario, en la clasificación de Goldthorpe los doctores, abogados, altos ejecutivos y académicos tienen una relación más difusa con sus empleadores, reciben primas potenciales (como incrementos salariales o fondos de pensión) como reconocimiento por el trabajo realizado es algo que no puede ser fácilmente demarcado y regulado. De forma confusa, él denominó a esto “relación de servicios” – no confundir con el servicio doméstico o con la gente que trabaja en el sector servicios (como el comercio al por menor o la sanidad), muchos de los cuales eran empleados por contratos laborales.
La obra de Goldthorpe fue pionera gracias a sus encuestas nacionales representativas, que se volvieron habituales en Gran Bretaña y en otras partes del mundo desarrollado desde finales de los años cincuenta. Construyendo la clase como una variable – la naturaleza del trabajo de cada uno – es posible emplear dicha variable para monitorizar la movilidad social, y para medir su influencia en características tales como la salud o la mortalidad. Permite en teoría, además, diferenciarse del efecto de otras variables como la renta, la educación, la etnicidad o el género. Este enfoque ha sido mostrado como robusto (al menos en Gran Bretaña, donde es ampliamente empleado) para predecir relaciones de empleo – incluyendo salarios, la provisión del margen de beneficios de fondos de pensiones, los riesgos del desempleo y el control sobre los horarios laborales[5]. 
El modelo Golthorpe ha probado una gran eficacia en la investigación comparada. Anteriormente, los países tenían diferentes maneras de clasificar las ocupaciones en grandes grupos sociales. El esquema Goldthorpe permitió a los investigadores medir diferencias en la movilidad social en diferentes países, especialmente aquellos que tenían preguntas similares y comparables en las encuestas sobre empleo. Por ello, Goldthorpe y Robert Erikson[6] fueron capaces de refutar las opiniones comúnmente extendidas que defendían la existencia de una mayor movilidad social en los EEUU que en los países europeos, así como demostrar que la movilidad social era incluso mayor en países del Este de Europa que habían sufrido una transformación socialista. Esta ha sido una contribución muy importante.
Un instrumento desafilado
A pesar de su elegancia, el enfoque de Goldthorpe ha recibido montañas de críticas en los últimos años, principalmente de cuatro fuentes. La primera, debido a que este modelo se centra en el empleo como la medida clave de la clase, es por ello menos útil en aquellas partes del mundo – especialmente en el sur global – donde la gente tiene menos probabilidad de entrar en el mercado laboral formalizado y a menudo trabaja en casa[7]. Igualmente, las personas jubiladas, discapacitadas o desempleadas no tienen lugar en el modelo. De forma similar las mujeres tampoco encajan bien dado que el modelo se centra en el trabajo formal y retribuido.
En segundo lugar, el modelo agrupa a la gente en clases de ocupaciones demasiado amplias. Médicos o abogados no son tratados por separado, por ejemplo. Los sociólogos estadounidenses Kim Weeden y David Grusky defienden una metodología de “microclase”, que permita distinguir entre diferentes ocupaciones. Ésta nos ofrece un mejor tratamiento de la generación de desigualdades y mejores predicciones de las prácticas de consumo de los americanos, y sus actitudes políticas en la pasada década comparada con la de los años 70[8].
Tercero, los economistas han mostrado que las dimensiones clave de la riqueza y la renta que han predominado en las últimas décadas no pueden ser mapeadas bajo esas grandes clases ocupacionales. Esto es especialmente cierto para el caso donde las rentas del 10%  superior de los asalariados – e incluso más, del 1% superior – se ha alejado muchísimo del resto (en vez de ello, algunos economistas, incluido Picketty, prefieren pensar las clases sociales como amplios grupos de rentas).
Finalmente, el modelo de clase de Goldthorpe no ha probado su eficacia en explicar algunos hechos sociales claves. Por ejemplo, las actitudes y acciones políticas están sólo débilmente correlacionadas con los tipos de trabajo. Hasta la década de los ochenta, había una fuerte tendencia – en Europa y algunas partes más – a apoyar movimientos sociales y de izquierdas por parte de aquellas personas que ocupaban trabajos manuales, mientras que los trabajadores asalariados a menudo votaban más por partidos conservadores o ya establecidos. Este patrón es ahora mucho menos claro. Incluso Goldthorpe concede que sus mediciones no predicen patrones de consumo como las lecturas de prensa o los intereses en el mundo del ocio.
Ganancias del capital
Desde finales de los años noventa, un enfoque alternativo a la clase se ha vuelto enormemente atractivo a sociólogos que buscan comprender cómo la desigualdad y la clase intersectan. Esta perspectiva, “capital, assets and resources” (CARs), viene influenciada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu. En su libro La distinción (Routledge, 1984) contempla la clase como una propiedad emergente de diferentes “capitales” – esos que permiten a la gente acumular recursos a lo largo del tiempo de tal manera que sus ventajas sobre los demás aumentan.
Para Bourdieu, había tres capitales: económico, cultural y social. Concibió las actividades culturales como similares a la renta y la riqueza, en el sentido de que permiten generar ventajas. Señaló la forma en la cual los niños que se exponen a los teatros o museos se familiarizan con ideas abstractas y se desenvuelven bien en el sistema educativo. Ellos se valen de su capital cultural para la consecución de sus logros educativos o para acceder a mejores trabajos. El capital social es el fenómeno por el cual aquellos que tienen mejores contactos salen adelante. En parte, esto es el viejo y conocido enchufe del sistema educativo para la “juventud dorada”, pero el concepto también permitía capturar la forma en la cual personas con muchos lazos sociales – obtenidos a través de la fe religiosa, sindicatos o hobbies por ejemplo – podían ganar ventajas. Los tres capitales tienen fuertes sinergias.
La perspectiva CARs puede clasificar inmediatamente gente que no tiene trabajos formales, incluyendo jubilados, trabajos de cuidados (a menudo ocupado por mujeres) y niños. Es posible emplear encuestas y otros datos para cartografiar el capital económico, social y cultural de alguien. Este modelo reconoce además que la naturaleza del capital cultural varía entre contextos diferentes[9]. 
En lugares donde los ricos son también personas culturalmente integradas y con buenos contactos, ellos forman una clase social fuerte y diferenciada. En el libro Clase social en el siglo XXI (Penguin, 2015), otros colegas y yo hemos defendido que esto ocurre hoy día con los muy ricos, quienes tienen círculos exclusivos y comparten ocupaciones similares, y a menudo provienen de las mismas universidades de élite. Londres y otras ciudades grandes se han convertido en los lugares clave para la formación de esta élite.
Por el contrario, el “precariado” obtiene la puntuación más baja en todas las categorías – ellos carecen de dinero en efectivo, de acceso a la cultura y de contactos (ver la siguiente imagen). Otra clase, que llamamos clase emergente de trabajadores de servicios, tiene mucho más capital social y cultural, pero no dinero. Son los jóvenes educados incapaces de obtener apoyos en el mercado laboral competitivo de hoy día. Nuestro modelo no encuentra una línea clara entre clase media y clase obrera; en vez de ello, es sensible y por ello capta la polarización, la cual se intuye como muy poderosa en muchas partes del mundo.
El enfoque CARs muestra que las divisiones de clase no se reducen necesariamente por invertir en educación. Aquellas familias con más capital cultural y económico están mejor emplazadas para asegurar que sus hijos obtengan acceso a las instituciones más prestigiosas, dado que entrar es una competición y que aquellos con más ventajas tenderán a ser los mejores. Es un desafío, incluso una visión pesimista, de las actuales tendencias sociales. Este modelo está basado en datos de EEUU. Necesita ser afinado en otros países para considerar sus situaciones específicas.
Las críticas al CARs caen sobre sus conceptos y metodología, argumentando que mezclar la clase con dimensiones sociales y culturales lleva a la imprecisión[10]. Los críticos se lamentan de que la renta pueda fluctuar considerablemente y sea difícil de medir: ¿estamos midiendo individuos u hogares? ¿Incluimos los beneficios y los ahorros de pensiones? Es más, la gente a menudo declara su ocupación con más exactitud que sus rentas. 
Algunos críticos argumentan que la cultura es menor o de importancia secundaria. Numerosos sociólogos han examinado la emergencia de “el omnívoro cultural” que se alimenta de Mozart, Gran Hermano, películas de Bollywood y el equipo de basket Los Angeles Lakers. Esto es una visión mucho más pluralista que la de Bourdieu, la cual muchos de estos críticos sienten que es específicamente francesa en su veneración de “lo culto” y “lo intelectual”[11].
Las diferencias entre estos enfoques sobre la clase no son sólo académicas. Afectan a cómo los gobiernos abordan las desigualdades crecientes. Para el enfoque ocupacional, las divisiones se originan en la estructura del empleo. Sus defensores sostienen que invertir en educación por sí sólo no aborda las desigualdades de clase subyacentes. Reestructurar la economía y las relaciones de empleo debe ser central.
Los defensores del enfoque CARs quieren romper la acumulación de los diferentes capitales. La llamada de un impuesto anual del 1% sobre la riqueza de Picketty es un conocido ejemplo. Políticas de vivienda, patrimonio y ciudadanía son importantes, como lo es permitir a la gente procedente de grupos con backgrounds desfavorecidos acceder a la educación superior, y forjar nuevos lazos sociales para los sectores marginalizados.
Guerras de clase
¿Por qué los sociólogos están en desacuerdo sobre estas diferentes aproximaciones a la definición de clase? Hay varias razones. Hasta cierto punto, es algo tribal: diferentes comunidades de investigadores tienen sus lealtades. Los sociólogos establecidos sienten que los enfoques del pasado siglo han sido probados y refinados a lo largo de muchos años. Las categorías sobre el empleo son particularmente queridas por investigadores que se centran en análisis cuantitativos de encuestas representativas a nivel nacional, como los famosos estudios británicos sobre las cohortes de nacimiento.
Los defensores del CARs son más populares entre los más jóvenes, sociólogos más heterodoxos, especialmente aquellos formados en métodos cualitativos como las etnografías o los estudios de caso. Estos nuevos investigadores se sienten más atraídos hacia colecciones de datos de encuestas no representativas. Hay también estilos teóricos diferentes. La escuela de la clase ocupacional prefiere modelos formales que puedan ser predictivos, mientras que los investigadores CARs están más preocupados con explicaciones descriptivas.
¿Pueden ambos bandos ser reconciliados? Bajo mi punto de vista, pueden. En parte es una cuestión de mostrar modestia por parte de ambos bandos, reconociendo lo que el otro tiene que ofrecer, y ofreciendo ramas de olivo. Ante todo, ambos campos están preocupados con las injusticias y la desigualdad y con desafiar las ventajas de los ricos y los poderosos. Sería una pena si este objetivo compartido se perdiera entre riñas internas.
Bajo este espíritu de reconciliación, deberíamos apreciar que los dos “bandos” utilizan el concepto de clase de diferentes maneras. El enfoque ocupacional busca definir la clase como una variable, de tal manera que sus efectos distintivos puedan ser apreciados en oportunidades vitales, mortalidad, éxitos educativos etc. Han hecho este trabajo francamente bien. El enfoque CARs se ocupa de la clase como proceso histórico – identificando las formas en las que se crean las clases y moldean el cambio social.
Se sigue de esto que cada uso tiene su utilidad. Una forma de hacer progresos sería una consideración más a fondo de cómo las clases ocupacionales están asociadas con procesos culturales, sociales y económicos. Aquí, es posible aprovechar las nuevas formas de recoger datos para explorar congruencias y diferencias en sus perspectivas. Las encuestas representativas a nivel nacional a menudo no han desarrollado preguntas sobre capital social y cultural. Y con muestras cuyo tamaño raramente supera las 10.000 personas, a menudo hay limitaciones para examinar casos excepcionales y “microclases”.
Hay un interés creciente en usar los registros de impuestos para examinar la desigualdad económica. Con éstos no hay necesidad de tomar muestras, y los análisis de rentas y ocupaciones pueden hacerse sobre toda la población. Tales datos no dan información sobre capital social y cultural, pero ellos quizás puedan ser combinados con datos geodemográficos, recogidos por investigadores de mercados en zonas locales. Esto provee una información amplia sobre consumo y gasto. De forma similar, Google, Facebook, Amazon y otros manejan un vasto tesoro de datos sobre comunicación, conexiones, consumo, nivel de salud, etc.
Como un primer paso, desarrollar trabajos interdisciplinares ofrece grandes posibilidades. Involucrar a economistas, antropólogos y politólogos junto a los sociólogos es la manera más probable de hacer que las mezquinas disputas internas parezcan discusiones de parroquia. Los científicos sociales han sido más lentos que sus colegas de ciencias naturales en salir de las identidades de cada disciplina para formar equipos interdisciplinares que trabajen problemas comunes.
El estudio de nuestras sociedades desgarradas por la desigualdad sólo puede ser afrontado si los académicos y los políticos de todos los campos ponen en común sus habilidades.
Notas:

[1] Savage, M. et al. Sociology 47, 219–250 (2013). http://soc.sagepub.com/content/47/2/219
[2] Tyler, I. Revolting Subjects: Social Abjection and Resistance in Neoliberal Britain (Zed Books, 2013)
[3] Goldthorpe, J. H., Llewellyn, C., & Payne, C. Social Mobility and Class Structure in Modern Britain (Clarendon, 1980)
[4] Rose, D. & Harrison, E. (eds) Social Class in Europe: An Introduction to the European Socio-economic Classification (Routledge, 2010)
[5] Williams, M. Work Employ. Soc. http://doi.org/bqfx (2016).
[6] Erikson, R. & Goldthorpe, J. H. The Constant Flux: A Study of Class Mobility in Industrial Societies (Clarendon Press, 1992).
[7] Véase, por ejemplo, Maloutas, T. South Eur. Soc. Polit. 12, 443460 (2007). http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/13608740701731382
[8] Weeden, K. A. & Grusky, D. B. Am. J. Sociol. 117, 17231785 (2012). http://www.journals.uchicago.edu/doi/10.1086/665035
[9] Prieur, A. & Savage, M. Eur. Soc. 15, 246267 (2013). http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/14616696.2012.748930
[10] Mills, C. Sociology 48, 437444 (2014). http://soc.sagepub.com/content/48/3/437
[11] Milanovic, B. Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization (Harvard Univ. Press, 2016).


Mike Savage  es profesor de la London School of Economics.

Fuente: Nature nº537, 475-479 (22 de septiembre 2016)

Traducción: Julio Martínez-Cava

 

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