sábado, 20 de enero de 2018

Sin miedo, de Antonio Rodríguez de las Heras

AR DelasHeras 20 de mayo 2017 Catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología 
 Entre el miedo y la culpabilidad nos han conducido desde siempre los poderes. Hoy, este mundo en red proporciona otras ocasiones para el uso del miedo y de la culpabilidad como forma de control. Es hora de salirse de esta senda vallada y caminar por campo abierto.
Aquí tenéis el acceso http://www.bez.es/88642891/Sin-miedo.html

El volcán, el terremoto, la tormenta, la riada, la peste… nos hacen sentir desde siempre a los humanos muy vulnerables. Pero esa sensación de fragilidad ha crecido con la civilización, cuando nos hemos concentrado en breves espacios de terreno, y las murallas nos confinan y nos cobijamos bajo edificios más apretados.


Porque por sólida y protectora que pueda parecer la civilización, ante el suceso catastrófico, los muros se derrumban, el abastecimiento se agota, los edificios sepultan a sus moradores, el fuego se descontrola, y las puertas por atrancadas que estén no impiden la penetración del mal invisible. La civilización se colapsa, hasta el punto de haber desaparecido muchas de sus manifestaciones en distintos lugares y momentos de nuestra Historia. Así venimos siendo zarandeados por los empujes imprevisibles de la naturaleza.
Hoy la Red nos aprieta más, nos confina mucho más que las murallas, estamos prendidos a ella con una dependencia mayor que la que tenemos con las redes de abastecimiento de la ciudad, circulamos y nos entrecruzamos en un trasiego superior al del más abigarrado tránsito callejero. Por eso sentimos nuestra vulnerabilidad cuando la Red se desgarra.
Hoy la Red nos aprieta más, estamos prendidos a ella con una dependencia mayor que la que tenemos con las redes de abastecimiento de la ciudad
La Red se desgarra por accidentes, fallos o agresiones, y hay que repararla con premura, porque, como en todo desgarro, se extiende el daño si no se interviene. La imprevisión del suceso ya no está únicamente en el entorno natural sino en el artificial, en el que hemos construido con la tecnología. Así que nuestro ánimo está afectado por la incertidumbre del entorno natural y también por aquella, y cada vez más, que proviene del tejido artificial.
Para darnos cuenta de la magnitud de este fenómeno, debemos superar su reducción al esqueleto de una malla de computadoras y concebir que la Red toma cuerpo en nosotros, pero también en nuestros objetos, y que las más variadas actividades son las que hacen palpitar a la Red. En un ecosistema artificial tan intenso, en el que lo animado y lo inanimado se interrelacionan, el sentimiento de catástrofe, que nunca ha abandonado al ser humano, se acrecienta.
Pues bien, esta exposición a acontecimientos tan perturbadores se ha utilizado por los poderes de todos los tiempos para aplicar uno de los mejores métodos de control: el miedo.
Vivir sin miedo no es vivir inconscientemente, sino con la mayor autonomía posible
El miedo, desde el que se padece en la infancia, es sometimiento, no precaución. El miedo debilita porque te resta confianza en ti mismo y aumenta la necesidad de buscar protección en otro, en el poder. El miedo produce encogimiento y, por tanto, dependencia (del fuerte, del experto…). Y es que el miedo te obnubila y por eso te hace depender de las explicaciones de otros al servicio, voluntariamente o no, del poder. El temor se disipa descorriendo las cortinas para así ver que las caras monstruosas son solo sus pliegues; pero si entra la luz, se argumenta, no se puede dormir, y es que, por encima de todo, hay que procurar el descanso. Hoy se teme mucho a los virus, los naturales y los artificiales, pero no hay nada que contagie más que el miedo: basta inocularlo, porque ya los atemorizados lo extenderán.
Pero, por encima de todo, el miedo crea culpabilidad. Sentimiento tan bien manejado por el poder. La culpabilidad es una obra maestra para el control del debilitado por ese encogimiento del miedo. El daño que ha llegado o está por llegar es por su culpa, por sus pecados, por sus descuidos… así que el daño es un castigo, no el fruto de la imprevisión, del abuso, de la desconsideración de los poderosos. La culpabilidad consigue que la energía de la irritación, del malestar que podría llevar a la rebeldía, en vez de proyectarla hacia arriba se vuelva contrición y golpee las espaldas de quienes tendrían que alzarse.
Así que entre las vallas del miedo y la culpabilidad nos conducen.
Vivir sin miedo no es vivir inconscientemente, sino con la mayor autonomía posible. Lo que no hay que aceptar es que nos asusten, para así pedir protección, ni tampoco, y en sentido contrario, que lo hagan para despabilarnos y movernos contra los abusos de los poderes. Ninguno de los dos sentidos se debe recorrer bajo el temor.
No es solución tampoco que nos traigan a expertos para tranquilizarnos. Con su lenguaje especializado podemos acogernos en su saber, que suena bien en sus términos, aunque incomprensible. De lo que estamos necesitados para este mundo inabarcable (y, por eso, tan impresionante) es que tengamos nuevos narradores que, como compañeros de viaje, nos ayuden a recorrerlo y no, por el contrario, optar por parcelarlo y vallarlo, para sentirnos así, aunque tan reducidos, protegidos.


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