martes, 13 de febrero de 2018

Lo han vuelto a hacer. Nos han vuelto a ganar

30 de septiembre de 2017 http://unalatadegalletas.blogspot.com.es/2017/09/lo-han-vuelto-hacer-nos-han-vuelto-ganar.html


Es la primera vez que hemos sido vencidos en la larga lucha por el progreso económico y social de España en tanto que movimiento revolucionario moderno; para encontrar en nuestra historia otra derrota auténtica tenemos que remontarnos a los campos de batalla de Villalar en el primer tercio del siglo XVI. Como el ave Fénix de sus cenizas, así nos habíamos repuesto siempre de todos los descalabros, superando momentos terriblemente dramáticos de inquisición política y religiosa, dejando girones de carne palpitante en las garras del enemigo […] Pero esta vez nos sentimos vencidos. ¡Vencidos! ¿Para quién, para qué clase de hombres, para qué razas, para qué pueblos tiene esa palabra ¡vencidos! la significación que tiene para nosotros? ¡Felices los que han muerto en el camino, porque ellos no han tenido que sufrir lo que es mil veces peor que la muerte: una verdadera derrota, definitiva para nuestra generación.
DIEGO ABAD DE SANTILLÁN. Por qué perdimos la guerra
               
            Los políticos nos tratan como si fuésemos giipollas y, las cosas como son, les suele dar buen resultado. Como ya escribí en otra ocasión, son grandes conocedores de nuestras miserias y jamás desaprovechan la ocasión de beneficiarse de ellas. De este modo, cuando se quedan sin argumentos racionales para defender su gestión, nada mejor que acudir a los irracionales y atávicos para que la gente se meta en su trinchera y comience a lanzar piedras. El caso catalán es el más conspicuo y reciente ejemplo.
            Los políticos son hijos (putativos o naturales) de las élites económicas. Y, a decir verdad, la élite económica catalana y la del resto de España han hecho siempre buenas migas. Hicieron piña en torno a Primo de Rivera para sostener a Alfonso XIII, con el que se habían puesto las botas convirtiéndose en testaferros de las  multinacionales extranjeras y repartiendo las concesiones de los nacientes servicios públicos y monopolios (electricidad, agua, petróleo, tranvías, teléfono, etc.). Financiaron y facilitaron el golpe de Estado de Franco, dividiendo al país en dos, en cuanto vieron que la cosa se les volvía a complicar, primero  en octubre del 34 y luego en enero del 36 (Cambó y el Marqués de Comillas se cuentan entre los que financiaron al bando nacional y el periódico del Conde de Godó, la Vanguardia, recibió así la entrada de las tropas de Franco: “Barcelona para la España invicta de Franco”, el 27 de enero de 1939). Y, finalmente, hicieron de Pujol y CiU el puntal para sostener el decorado democrático de la Segunda Restauración, ora pactando con Felipe, ora pactando con Aznar.
            La cosa ha funcionado de puta madre, cada gorrinito en su charca retozando entre comisiones a base de bien, hasta que llegó la crisis. Entonces hubo que meter la tijera y los mismos políticos que eran aplaudidos cuando inauguraban hospitales y escuelas durante las vacas gordas, eran ahora increpados cuando los cerraban durante las vacas flacas. La gente empezó a señalarles como responsables del espolio y la rapiña de la que habían sido objeto y a rodearles, primero en el Parlament y luego en el Parlamento. ¡Ostias! Igual venía bien volver a dividir a esa masa de descontentos antes de que les acabase engullendo. ¿Cómo? Pues como siempre: propaganda, propaganda, propaganda.
            Para dividir a una población suele ser bastante socorrido recurrir a entidades metafísicas (Dios, la nación, etc.) que, por ser terriblemente subjetivas, se prestan fácilmente a la discordia. La cuestión religiosa ya había sido ampliamente sobada en el 36 y, aunque se intentó con el aborto, no tiene el tirón que tenía, así que se echó mano de la idea del Estado-nación, un concepto reaccionario que nació hace más de dos siglos oliendo a sotana rancia y a pachuli de señoritingo, pero que parece incombustible. Pongamos que se escenificó de la siguiente forma: Llegó el bueno de Mas pidiendo más dinero a Rajoy, este le dijo que no tenía ni para lo suyo, y el otro dijo que como no se lo daba montaba un referéndum de independencia. Como lo del referéndum no dio el juego esperado, hubo que hacer unas elecciones plebiscitarias, se suenan más a chungo y a “esto va en serio”. Pero tampoco. Así que ha habido que ir subiendo y subiendo la intensidad teatral de las cosas, con cargo a los presupuestos generales, por supuesto,  y a la ignorancia de la gente.
           
            Pues bien, por fin lo han conseguido. Las élites catalanas (que a nadie se le olvide en manos de quien están Antena 3, La Razón, El País, La Vanguardia, El Periódico o El Punt Avui,  encargados de calentar el proceso) ya han conseguido ponerse a la cabeza del nacionalismo, dividir a la izquierda y sacar a las calles a la gente en post de su referéndum, un referendum que no entiendo por qué habría de dar más frutos que los anteriores, si se desarrolla en las mismas circunstancias. Las élites del resto de España (tirando de La Brunete mediática de la que hablaba Anasagasti) han hecho lo propio y en el colmo del paroxismo, el PP ha vaciado los cuarteles para frenar un referéndum que, como he dicho, ya me contarán por qué había de ser distinto a los anteriores en los que al día siguiente no ha pasado nada; haciendo ver, eso sí, lo en serio que se toman lo defender España. Y la gente aplaudiendo ufana. ¡Qué prado de pena!
            Nos han vuelto a ganar. Nos han vuelto a dividir. Ahora resulta que los que han estado durante años jodiendo y robando se erigen en salvadores de España y Cataluña, respectivamente. Los que antes estábamos unidos frente a ellos ahora estamos separados alrededor suyo. Los que no nos representaban resulta que vuelven a representarnos. Han vuelto a hacerlo: Como digo, nos han vuelto a ganar. Volvemos a ser el desgarrado coro que canta las hazañas de héroes impostados. Otra ocasión que se va a la mierda; otra generación que se va a tomar por el culo.

 

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