viernes, 17 de mayo de 2024

CTXT. La primavera estudiantil propalestina, de Mahmoud Mushtaha

 Mahmoud Mushtaha El Cairo , 4/05/2024

Lo que está ocurriendo en las universidades estadounidenses y en las plazas de muchas capitales es una revolución global contra la falsificación de la historia

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Campamento propalestina de la Universidad de Columbia, Nueva York, el 18 de abril. / Anna Oakes

Actualmente, Estados Unidos paga un alto precio por su respaldo a las acciones genocidas de Israel en Gaza. Este coste va más allá del mero apoyo financiero o militar –como demuestra el reciente paquete de ayuda de 95.300 millones de dólares para Israel, Ucrania y Taiwán aprobado por el Congreso–, y afecta a los principios fundamentales de la libertad académica en el seno de sus universidades. Estas instituciones, antes faros del pensamiento crítico y bastiones de la libertad intelectual que nutrían a pensadores e innovadores de todos los campos, se encuentran ahora asediadas por un resurgimiento del macartismo, y la situación que viven recuerda a la década de 1950. De nuevo se quiebra la inviolabilidad de las instituciones académicas.


La última vez que las fuerzas del orden habían entrado en el campus de la Universidad de Columbia fue en 1968, durante las encendidas protestas contra la guerra de Vietnam. Hoy, este modelo de libertad académica se está desmoronando a manos de políticos que priorizan sus intereses electorales y el apoyo financiero del lobby sionista sobre la libertad académica que mantienen sus universidades. Israel, junto con sus grupos de presión pertenecientes a la derecha sionista estadounidense, está llevando a Estados Unidos y a sus universidades a la quiebra moral.

Importantes implicaciones futuras

El conflicto palestino-israelí, especialmente ahora a la luz de la guerra israelí contra Gaza, ha planteado un nuevo reto al mundo académico occidental, al echar por tierra sus pretensiones de exhaustividad y sensatez, y situar a los investigadores y a las universidades en la vanguardia de las crisis contemporáneas. Gaza plantea interrogantes sobre su papel ante la quiebra ética y moral y sobre el doble rasero exhibido por algunos dirigentes políticos del mundo actual. Reflexionar sobre la identidad del mundo académico después del 7 de octubre no estará exento de notas de advertencia acerca de la confusión entre revolución y resistencia o entre los valores de una sociedad libre y la resistencia de los pueblos oprimidos para formar parte de la sociedad.

La lucha constante en muchas universidades estadounidenses, desde el extremo noreste de Massachusetts hasta el extremo oeste en California, que ha penetrado ya en algunas universidades europeas, respecto a la postura sobre los derechos de los palestinos y la guerra genocida de Israel en Gaza, puede tener importantes consecuencias futuras, a medio y largo plazo, que influyan en la parcialidad ciega estadounidense y en su total complicidad con Israel, así como en las próximas elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre.

El bando israelí y sus aliados en Estados Unidos, incluidos los dos grandes partidos –demócrata y republicano–, la administración, el Congreso, los medios de comunicación y el lobby sionista, son plenamente conscientes del peligro de lo que está ocurriendo y de las implicaciones negativas que puede tener sobre el “inquebrantable” apoyo estadounidense a Israel y su impunidad cuando se comporta mal, aunque perjudique a los propios intereses estadounidenses. Por lo tanto, podemos entender las prisas de Israel y Estados Unidos, al más alto nivel, por condenar a los estudiantes universitarios estadounidenses, incluidos los de las prestigiosos Harvard, Yale, Columbia y Berkeley, tras protestar contra las inversiones de sus universidades en empresas e instituciones financieras que apoyan a Israel y fabrican sus armas. Estos estudiantes son acusados de antisemitismo, sometidos a violentas medidas de seguridad y han sido amenazados con la intervención de la Guardia Nacional para dispersar sus sentadas pacíficas en los campus. 

La nueva generación estadounidense

La mayor sensibilidad de la nueva generación estadounidense hacia los derechos de los palestinos plantea un problema importante para la clase dirigente tradicional estadounidense y sus aliados del lobby sionista. La realidad actual y sus posibles implicaciones futuras se ven subrayadas por sondeos de opinión que confirman que los jóvenes estadounidenses muestran una mayor simpatía hacia los palestinos. Según datos recientes del Pew Research Center, entre el grupo de edad de 18 a 29 años, el 33% manifiesta solidaridad hacia los palestinos, frente al 14% hacia Israel, y el 21% hacia ambas partes. Además, entre los jóvenes demócratas o de tendencia demócrata, el apoyo a los palestinos se eleva al 47%, frente a sólo el 7% hacia Israel y el 23% hacia ambas partes. Este cambio de opinión es especialmente preocupante para la clase dirigente y sus aliados sionistas, porque se están dando cuenta de que ya no pueden “ganarse los corazones y las mentes” de los jóvenes. En consecuencia, han recurrido a tácticas de intimidación, silenciamiento y coacción con el objetivo de forzar una elección entre su futuro educativo y profesional y sus convicciones éticas. En su empeño, muestran escasa consideración por los valores estadounidenses fundamentales consagrados en la primera enmienda, especialmente en lo que respecta a la libertad de expresión y el derecho de reunión.

La primavera estadounidense, tal y como se observa en sus universidades de élite, se ha descontrolado. De la Universidad de Columbia, en Nueva York, se ha ido extendiendo a instituciones de la Ivy League como Harvard, Yale y Stanford, así como al MIT, Berkeley, Michigan, Boston y muchas otras. Este movimiento estudiantil, apoyado por profesores universitarios, cuestiona la supresión de las libertades académicas en los campus, lo que ha llevado a algunos centros a suspender las clases presenciales. Sin embargo, las universidades insistieron en sus medidas opresivas al prohibir las organizaciones estudiantiles que abogan por la justicia palestina y al recurrir a detenciones y medidas disciplinarias contra los estudiantes que protestan.

Esta primavera académica ha sumido a las fuerzas de la opresión y a la derecha sionista de Estados Unidos en un estado de histeria, a medida que los responsables políticos reconocen sus implicaciones para sus políticas proisraelíes. Es significativo porque emana de universidades de élite como Yale y Columbia, conocidas por forjar presidentes estadounidenses, y recuerda a los movimientos estudiantiles del pasado que influyeron en importantes cambios políticos. La histeria en el seno de las fuerzas autoritarias y la derecha sionista de Estados Unidos es un reflejo del macartismo de la década de 1950, cuando se lanzaban acusaciones infundadas de conspiración y comunismo contra los disidentes. Los republicanos sionistas hicieron comparecer ante el Congreso a rectores de universidades, lo que provocó dimisiones forzadas. Incluso la rectora de la Universidad de Columbia, Nemat Shafik, de origen egipcio, sucumbió a las presiones y sacrificó las libertades académicas en el campus en aras de la autopreservación.

El mensaje claro es que la nueva generación estadounidense, especialmente los estudiantes universitarios, muestra una mayor sensibilidad hacia los derechos palestinos. Esta realidad plantea un importante desafío al establishment estadounidense y a sus aliados sionistas. ¿Conseguirán estos nuevos imperialistas corromperlos, o trazará la emergente generación estadounidense un camino diferente y más justo para el futuro? La batalla continúa, y hay que mostrar deferencia hacia los estudiantes universitarios estadounidenses que se mantienen firmes contra el régimen imperialista mundial más poderoso y su lobby de influencia más feroz.  

El juego del antisemitismo 

Acusar de antisemita a cualquiera que se manifieste en contra de las acciones del régimen sionista, abogue por el fin de la ocupación y defienda la libertad de los palestinos se ha convertido en una farsa ridícula. Quienes propagan esta idea no solo son antisemitas, sino que se oponen esencialmente a la humanidad al apoyar una injusticia histórica que ha alimentado innumerables desastres a lo largo del siglo pasado. Esta injusticia deriva de la creación de un régimen ilegítimo a expensas de los pueblos indígenas en sus tierras ancestrales.

En medio del activismo estudiantil que tiene lugar en las universidades estadounidenses, las voces de la derecha han intensificado su retórica al calificar las protestas de “antisemitas” y acusarlas de dirigirse en contra de los estudiantes judíos. Esta acusación persiste, a pesar de la notable presencia de estudiantes judíos que participan activamente en estas manifestaciones. Recientemente, Mike Johnson, portavoz de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, visitó la Universidad de Columbia, declaró que estaba “secuestrada por los estudiantes” y pidió la dimisión de la rectora, a la que acusó de no reprimir las protestas estudiantiles.

A este coro se unió la congresista republicana Elise Stefanik, que también pidió oficialmente la dimisión de la rectora. Sin embargo, en su intento de apaciguar a la derecha sionista, la rectora y los políticos han marginado tanto a los estudiantes como al profesorado. Este distanciamiento pone de relieve hasta qué punto el lobby sionista ha presionado a los políticos, difuminando las líneas que separan la libertad académica de la conveniencia política.

Cabe señalar que los estudiantes judíos han participado activamente en las protestas y han rechazado las infundadas acusaciones de antisemitismo. Han celebrado la Pascua judía en medio de las protestas, lo que ha subrayado su distinción entre judaísmo y políticas sionistas. Además, organizaciones judías como Judíos por la paz han pedido el fin de la ayuda militar a Israel, lo que refleja un creciente disenso dentro de la comunidad judía respecto a las políticas israelíes.

Las protestas ponen de manifiesto contradicciones profundamente arraigadas en las políticas estadounidenses, que han dejado incluso al presidente Biden, con sus firmes afiliaciones sionistas, en una posición precaria. Las acusaciones de antisemitismo por parte de Biden contra los manifestantes ponen de manifiesto la incomodidad de la Administración a la hora de enfrentarse a la creciente disidencia contra las políticas israelíes dentro de las universidades estadounidenses.

Además, la respuesta a las protestas ha incluido tácticas que recuerdan a los regímenes autoritarios del tercer mundo, con las autoridades recurriendo a una fuerza excesiva e invocando cargos de terrorismo. El paso de la Universidad de Columbia al aprendizaje en línea refleja aún más la erosión de los valores democráticos en respuesta a la disidencia.

Irónicamente, las autoridades han adoptado la misma retórica utilizada por los regímenes opresores al dar argumentos en contra de la participación de los estudiantes en política y priorizar las actividades académicas. Sin embargo, organizaciones como Amnistía Internacional han confirmado el derecho de los estudiantes a protestar en los campus.

Estos acontecimientos marcan una nueva fase en el panorama democrático de Estados Unidos al desafiar la influencia del lobby sionista y exponer el alto coste de priorizar los intereses israelíes sobre los valores democráticos. A medida que se intensifican las protestas estudiantiles, la sociedad estadounidense se encuentra cada vez más dividida respecto al apoyo a Israel, lo que plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de un apoyo tan inquebrantable frente a la creciente presión social.

Conclusión 

Si las protestas de la década de 1960 fueron una mezcla de las reivindicaciones para poner fin a la guerra de Vietnam con las reivindicaciones de los negros estadounidenses y la condena del régimen del apartheid en Sudáfrica, las protestas actuales se han centrado únicamente en Gaza y no han exigido otra cosa que “libertad para Palestina”. Las protestas y manifestaciones estudiantiles han reclamado los derechos de Palestina “desde el río hasta el mar”, un sentir que ya no escuchamos en nuestro mundo árabe. También han exigido el fin de la ocupación sionista y el derecho al retorno. 

Lo que está ocurriendo en las universidades estadounidenses y en las plazas de muchas capitales es una revolución global contra la falsificación de la historia. Su objetivo es despertar a la humanidad de su letargo, restaurar el respeto por la verdad, la bondad y la libertad, y sostener un espejo veraz ante el mundo. Pone al descubierto las máscaras de tiranos y asesinos mentirosos, que permanecen indiferentes ante los más de dos millones de personas que se enfrentan al genocidio israelí en Gaza a manos de un gobierno israelí de extrema derecha al que no le importan ni el derecho internacional ni los derechos humanos.

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Traducción de Paloma Farré.

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