domingo, 3 de noviembre de 2024

CTXT. Cumpleaños feliiiiiiiiiiiz, de Guillem Martínez

28 sept 2024   Guillem Martínez 

Se ha cumplido el 18 aniversario de la ley de dependencia, esa que demostró que se podía legislar sobre todo. Siempre a cambio de no hacerlo. Que verter palabras bonitas suplía el engorro de hacerlas efectivas

Un anciano sostiene una pelota junto a una persona cuidadora.

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1- Los aniversarios son las horas en relojes sin agujas y que no existen, y que son más importantes que los relojes, pues nadie los ve. Por eso mismo, los aniversarios importantes, fundamentales, históricos, no suelen ser vistos ni celebrados. Y eso es lo que sucedió esta semana, nuevamente, con un aniversario imprevisto y turbador, que era necesario no mirar de frente. Se trata del 18 aniversario de la ley de dependencia.

2- El 18 aniversario es el acceso a la mayoría de edad, por lo que, tras ese aniversario, la ley de dependencia ya no es un objeto infantil, sino un objeto adulto, finalizado y copado por su propio y pleno sentido. Por eso conmueve que la ley de dependencia, 18 años después de ser creada, tras una infancia, una adolescencia y una juventud abocadas al fracaso más absoluto, haya eclosionado en la forma de un adulto fracasado. La ley, en fin, no sirve para lo que fue creada. Es decir, no sirve. Si bien existe, aporta poco o nada. Como sabemos todas las personas que hemos necesitado de esa ley como agua de mayo, es un trámite inútil. La periodista Celeste López, en La Vanguardia, explicaba esa pérdida de tiempo cruel a través de cifras creadas por la inoperancia de esa ley. Cifras que explican que, esta mañana a primera hora, hay 292.792 personas en su lista de espera, eterna, o que en 2023, 45.360 personas, que no eran eternas, murieron, y con ello abandonaron, de manera tan gratuita como cuando entraron en ella, la lista de espera tal vez más inútil del mundo entero.

3- En su día la ley se presentó como la última aportación al estado del bienestar. Lo era. El Estado atendía a las familias de repente desestructuradas, al borde de la locura colectiva y del estrés económico, por el hecho de cuidar a una persona dependiente –dependiente: que no puede acceder a la movilidad, a la alimentación, a la higiene por sí sola, por lo que necesita del tiempo, del cuerpo, del alma, de los ingresos de todo el núcleo familiar–. En lo que es una metáfora de la época y del estado del bienestar –tal y como ha quedado–, la ley, desprovista en todo momento de fondos, de la posibilidad de ser implementada, de la capacidad de ser operativa, fue, en efecto, la última aportación al estado del bienestar. Esa aportación, histórica, no consistía en todo aquello que la ley afirmaba que proveería. La aportación, importante, consistía en decirlo, en afirmarlo. Por primera vez de manera consciente, programática, efectiva, nacían leyes que solo eran palabras y la imposibilidad de convertirlas en hechos. Por primera vez la ley tenía el mismo rango que las palabras: el ruido, esa propiedad del viento.

4- Aquella ley demostró que se podía legislar sobre todo. Siempre a cambio de no hacerlo. Que verter palabras bonitas suplía el engorro de hacerlas efectivas. Que hace 18 años, en 2006 –es decir, dos años antes de la crisis de 2008, que explicó que la tendencia a la desaparición del estado del bienestar sería un ciclo con sus más y sus menos, pero imparable–, ya daba igual el estado del bienestar, al punto de ser el objeto cómico, abandonado y agónico que dibuja la ley.

5- El 18 aniversario de la ley de dependencia, por todo ello, es el 18 aniversario del triunfo del lenguaje sobre la realidad en las izquierdas –no únicamente las locales, me temo–, tendentes, como indica este 18 aniversario silencioso, a verse satisfechas antes por palabras que por cambios efectivos. Lo que tendría que animarnos a desconfiar más y mejor del lenguaje. Las izquierdas no pueden ser una mera forma de decir, sino que deben ser una forma reconocible de hacer, al menos tan efectiva e inapelable como las derechas. Feliz 18 aniversario.

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OTRA COSA:  Diego Guerrero: “En la cocina hace falta sentido común: para comprar, para cocinar y para consumir”, de Matías de Diego

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