Marina López Baena 19 de enero de 2025
Tras la última victoria de Trump, nuestros grupos de WhatsApp se llenaron de mensajes de incredulidad. Nos decíamos que no podíamos entender lo que estaba pasando y limitábamos el análisis –desde una patologización de la salud mental– a “el mundo se ha vuelto loco”. “Madrid me insulta, Madrid me ataca”, cantan Los Punsetes, y aun así, son muchas las personas que siguen 'secuestradas' en esta y otras ciudades con un alquiler que no pueden pagar y condenadas a los atascos y la contaminación. En esos mismos grupos nos contamos las ofensas laborales de nuestra jornada y nos culpamos por no poder levantarnos del sofá un viernes para ir a la asamblea del barrio y después cenar con una amiga. ¿La solución? Consumir ocio, productos de autocuidado, consumir fármacos para descansar, desconectar o coger energías para volver a la rueda. “Cefalea tensional, se cura con Orfidal, porque es un dolor mental, porque estás histérica”, como dicen Miss España.
Para Alicia Valdés, politóloga y doctora en Humanidades, estos malestares son síntomas de conflictos que indagar y a los que enfrentarnos. Síntomas que necesitan un análisis crítico que nos permita descubrirlos como malestares colectivos y conectarlos con cuestiones como la violación de derechos laborales, el auge del fascismo o las fake news, e imaginar alternativas a la cultura del esfuerzo y la autoexplotación. Para este análisis crítico, en su ensayo Política del Malestar. Por qué no deseamos alternativas al presente (Debate, 2024), propone recuperar el psicoanálisis y las teorías sobre los afectos.
En Política del Malestar, introduces los afectos y describes cómo se movilizan tanto por la derecha como por la izquierda.
La derecha por ejemplo es especialista en movilizar el odio, que es un afecto. Pero es importante diferenciar entre manipular y movilizar porque si para movilizar los afectos estas personas mienten, como cuando VOX realiza campañas basadas en mentiras contra menores migrantes no acompañados, lo que está haciendo es utilizar la mentira para movilizar afectos y eso es una manipulación y hay que tenerlo claro.
Pero los afectos siempre se están movilizando, también desde las izquierdas. Por ejemplo, durante un momento de la historia (15M, las primaveras árabes, Occupy Wall Street…), vimos que había una gran movilización de afectos, estábamos enfadadas, que es un afecto, pero también estábamos esperanzadas, que es otro afecto. O con la lectura de Sarah Ahmed de Manual de la feminista aguafiestas sabemos que las mujeres no tenemos por qué reírnos de un chiste y que podemos responder y movilizar afectos que no suelen considerarse propios de las mujeres, fuera del marco de los cuidados.
Las izquierdas en ocasiones reniegan de los afectos y, adviertes, es parte del problema de que no comprendan el ascenso de Milei, la reelección de Trump o el fenómeno de los obreros que votan a la derecha, ¿qué se les escapa?
Se les escapa todo. Aquí hay que tener un poco de cuidado porque el pensamiento de las izquierdas y la derecha puede llegar a converger en el sentido de que ambos parecen rechazar la lógica de los afectos en base a una tradición europea que considera que todo aquello que no es la razón corresponde a seres inferiores como son las mujeres y los salvajes. Pero si las izquierdas son más feministas y si las izquierdas son más decoloniales y antirracistas, pues lo primero que nos tenemos que preguntar es si el rechazo de lo afectivo y del inconsciente no es simplemente que estamos heredando esas agendas racistas, coloniales y androcéntricas.
Las izquierdas se han movido principalmente en un marco de pensamiento de la razón, describiéndola como una razón material, una razón económica. Así actuar racionalmente es actuar según tus condiciones materiales, pero eso no siempre pasa y cuando no pasa no siempre es irracional. Además, consideran que sus fuerzas están conformadas por aquellas personas que son necesariamente lógicas, racionales, que se guían únicamente a través de la voluntad, mientras que parece ser que el votante de la derecha es necesariamente una persona que se va a llevar por una serie, digamos, por las bajas pasiones, los afectos, todo aquello que es irracional. Y desde este paradigma fenómenos como la victoria de Trump se nos escapan, porque el análisis está incompleto y si el análisis no es correcto, la solución tampoco.
Hemos visto una proliferación de un positivismo exacerbado, para describirlo recuperas el concepto de optimismo cruel de Lauren Berland. ¿Qué es este “optimismo cruel”?
El “optimismo cruel” es el momento en el cual el ser optimista te puede llevar a la propia infelicidad, es el rollo de pensar que si sigo haciendo esta cosa que me aporta infelicidad en algún momento, la felicidad llegará. ¿Qué sucede? Si nosotras tenemos toda esta idea de la cultura del esfuerzo y de la narrativa de la meritocracia, lo que estamos diciéndole a todo el mundo es “oye, si te esfuerzas, va a suceder”, que es lo que llamaba Mark Fisher el voluntarismo mágico. “Esfuérzate y manifiesta en tu casa con unas velas, pero no te manifiestas en la calle”. Es interesante plantearse de qué manera el verbo manifestar ha adquirido una connotación absolutamente diferente.
¿Cómo se conecta este “optimismo cruel” con el capitalismo, especialmente con el capitalismo de plataformas de las Big Tech?
Cuando tú le dices a una persona: “esfuérzate”, “haz esto que vas a conseguir la felicidad”, en este “haz esto” encontramos un nicho de mercado. Te puedo facilitar hacerlo porque puedo venderte mi curso para que aprendas a levantarte a las 5 de la mañana a hacer burpees y meterte en una nevera de hielo, pero también te puedo vender mi curso para que sepas cómo puede ser una mujer de alto valor, te puedo vender mi agenda porque en mi agenda todos los días encontrarás una frase motivacional. Es decir, el “optimismo cruel” mezclado con esta etapa del capitalismo de plataformas lo que consigue es que las propias plataformas se conviertan en centros comerciales donde te ofertan comportamientos para poder llegar al éxito, como una especie de centros comerciales de la motivación.
Uno de los conceptos que recuperas desde el psicoanálisis y que nos permite pensar el presente y la aparición de personajes públicos como el pseudogurú financiero Llados y los supuestos seguidores del estoicismo, es la idea del superyó, ¿cómo opera?
Yo abogo por la idea que presenta Jorge Alemán de que el poder no nos permea a través del inconsciente sino de la idea del superyó, que es esta instancia de la psique que actúa como ley, nos ordena y cuanto más obedezcamos, más órdenes nos da.
En momentos anteriores de la historia el “superyó” te decía “no hagas eso”, “no hagas lo otro” y ahora sigue la ley capitalista de “consume más”, “gasta más”. Ha sido capaz de coger una nueva forma para conseguir una obediencia, que en este caso no es tanto a través de la prohibición, sino que es a través de la explotación, por ejemplo, del consumo. Una de estas formas tiene que ver precisamente con lo que señalas de ese estoicismo absolutamente mal traído y mal leído que se puede expresar en determinadas figuras públicas como puede ser Llados, que construyen diferentes narrativas sobre cómo puedes conseguir esa capacidad de consumir a partir de la lógica de la meritocracia y de la cultura del esfuerzo. Porque si hay algo de este “superyó”, es que ahora mismo lo que te dicen es que todo aquello que consigas y todo aquello que no consigas, es necesariamente el fruto de un esfuerzo o de una ausencia de esfuerzo que tú realizas.
En tu libro adviertes que el camino no va por “ser nuestro propio jefe” sino por desear no ser explotadas porque “no basta con matar al patrón, hay que matar al capitalismo”. ¿Por qué nos cuesta desear la emancipación? ¿Cómo deseamos alternativas al presente?
El hecho de que tú seas explotada no es condición suficiente para que tú quieras salir de esa explotación. Porque si fuera así, habríamos acabado hace tiempo ya con el trabajo asalariado. No hemos acabado con el trabajo asalariado porque pensamos que no existe un sistema alternativo que podamos desear. Es decir, pensamos que estamos en el mejor sistema posible. Entonces, como no salimos de ese marco, nos es muy difícil poder poner nuestro deseo en otro sitio. Para poder desear algo diferente, yo creo que lo primero que hay que hacer es un ejercicio de imaginación política. Y creo que ahí juega mucho el tipo de productos culturales que consumimos. Se ha visto por ejemplo en el caso del genocidio del pueblo palestino. El mediafare ha ido generando constantemente el marco de “aleccionar a los palestinos es extremo pero ser anti Israel también” y si no tienes alternativas comunicativas que generen otros marcos de información es difícil salir de ahí. Los podcast, algunos podcast, han tenido un papel fundamental en este sentido, han sido capaces de proponer otras narrativas.
Para esta emancipación consideras necesario también recuperar al “sujeto de las malas noticias” del psicoanálisis, ¿por qué necesitamos los sentimientos negativos?
A nivel del sujeto, yo creo que hay muchas personas a día de hoy que están en su casa, que estarán mal y que se sentirán mal por estar mal, que no aceptan que pueden estar cansadas, que no pueden estar enfadadas. O esta idea de que hay que querer necesariamente a los padres y las madres, la familia es un espacio de absoluta violencia, ahora estamos justamente con todo el caso de Juana Rivas, pero todavía hay gente que sigue estableciendo relaciones con su familia aunque le genere mucho malestar y tristeza, porque parece que no podemos tener afectos negativos por estas personas.
Cuando hablamos del “sujeto de las malas noticias” a nivel político, lo que estamos diciendo es que hay cosas que son contradictorias en nosotros, que existen cosas negativas y si no lo aceptamos no estamos acercándonos a un horizonte político real. Y que si no aceptamos esa contradicción, si no aceptamos que hay muchas veces que el sujeto tiene punción de muerte, si no aceptamos que muchas veces el sujeto es contradictorio y tiene intereses más importantes que los intereses materiales, si no aceptamos que no somos tan lógicos, tan armoniosos como se nos ha dicho, no vamos a conseguir entender por qué hacemos las cosas que hacemos.
Tu apuesta es una “política del no-todo”, ¿qué es esta política y cómo la construimos?
Siempre hemos pensado en términos de totalización: tenemos que acabar con el capitalismo, hay que acabar con el patriarcado. Obviamente, tu asamblea de barrio no va a acabar con el capitalismo y tu asamblea de la facultad tampoco va a conseguir acabar con el patriarcado, pero las acciones que estás haciendo en esos espacios no son menos válidas por ello. Esa es un poco la lógica del “no-todo” en política, para mí.
Apostar por el “no-todo” implica, necesariamente, que nos alejemos un poco de la idea hegemónica de que o se consigue del todo, o no hemos conseguido nada; para intentar entender que lo que tenemos que poner en el centro son las mejoras del día a día, para entender que, aunque no vayamos a derrotar el capitalismo, vamos a tener espacios que son paralelos a él. Es decir, vamos a tener alternativas en el presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario