25 jun 2025 / LA VOZ
Los científicos analizan los primeros ejemplares de fauna abisal y muestras de sedimentos para comprobar el impacto de los radionucleidos en el Atlántico
El buque oceanográfico francés L' Atalante llegó a la zona de vertido de bidones radiactivos que se pretende inspeccionar hace seis días. Después de realizar pruebas técnicas para comprobar el estado de los equipos, especialmente el funcionamiento del robot submarino Uly X, la misión científica francesa bautizada como Nodssum inició este miércoles las operaciones para localizar y mapear los barriles arrojados en esta zona del Atlántico nordeste, a unos mil kilómetros de la costa gallega, principalmente durante la década de los setenta del siglo pasado por países como Reino Unido, Holanda, Bélgica y Suiza.
Este es uno de los aspectos principales de la expedición que pretende analizar el impacto de los residuos radiactivos en la llanura abisal atlántica, donde se depositaron, en distintos emplazamientos, más de 220.000 bidones con material radiactivo entre 1950 y 1990, sin que en los últimos veinte años se analizara sus repercusiones en el medio marino. En cualquier caso, esta campaña científica profundizará más que las iniciativas anteriores, que en muchos casos se limitaron a la extracción y análisis de muestras superficiales. En realidad la última misión homologable fue en 1988.
Lo interesante es que el equipo científico multidisciplinar, liderado por el geólogo marino español Javier Escartín y el físico francés Patrick Chardon, ya ha avanzado mucho en una sola jornada y consiguieron identificar y mapear más de 1.000 barriles de aguas profundas «en solo unas pocas inmersiones realizadas por el robot submarino autónomo», confirmaron fuentes de la campaña. El Uly X es capaz de descender a 6.000 metros de profundidad, aunque estas primeras inmersiones se están realizando a unos 4.500 metros.
Esas mismas fuentes confirmaron que de momento no tienen imágenes de los depósitos que, en teoría, contienen residuos de radiactividad media o baja, aunque en realidad se desconoce si esta información que se dio en su momento es real. «Aún tenemos que esperar para eso», explicaron. «Por ahora no hemos tomado fotos de bidones, nos estamos centrando en las imágenes del sonar», explicó Javier Escartín a La Voz a través de la mensajería telefónica. Este proceso de mapeo de la distribución de los residuos a partir del potente sonar del robot submarino lo explicó el propio Escartín a través de la red social Bluesky. «Llegamos al vertedero de residuos radiactivos hace dos días y el robot submarino Uly X está generando datos de sonar que guiarán nuestra estrategia de muestreo. Tras las comprobaciones de radioprotección, los datos de sonar (500 GB) se transfieren a través del disco duro más robusto jamás creado, con capacidad para soportar 6.000 metros de profundidad en una botella de titanio».
Esta es una parte crucial de la investigación: tener un mapa con la distribución de los bidones en la llanura abisal. Pero hay muchas más vertientes. Ya se han recuperado ejemplares de fauna para detectar o descartar el eventual efecto de la radiactividad en el organismo de seres vivos en aguas profundas. Los expertos en este ámbito —hay una veintena de científicos a bordo del L' Atalante— ya han comenzado analizar estos ejemplares.
Con amplias medidas de seguridad para evitar una eventual exposición a la radiación de la tripulación, los investigadores también han logrado extraer muestras de los sedimentos en los fondos marinos de la llanura abisal, una zona que en su momento se eligió por ser geológicamente estable, pues no hay volcanes ni fallas como en la dorsal atlántica.
Para extraer las muestras se utilizó el Oktopus Abyss, un dispositivo que cuenta con doce tubos en los que se pueden guardar hasta 30 o 40 centímetros de sedimentos. Ya cuentan con varios testigos con material sedimentario extraído a 4.500 metros de profundidad, que serán analizados por los equipos especializados para comprobar el eventual impacto de los radionucleidos.
En los próximos días continuará la misión científica en aguas del Atlántico nordeste, que tendrá una segunda fase en una fecha aún no determinada del 2026.
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