Por Sato Díaz Coordinador de Política. 24/10/2025
La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, en una imagen de archivo.Jesús Hellín / Europa Press
Cuando el actor se acercó a proscenio y dijo aquello de "ser o no ser", el niño que estaba sentado en primera fila no dudó. "¡Ser!", respondió. Esta anécdota, que ya no sé si pasó de verdad o me la he inventado, dota de ironía una de las frases más trágicas de la historia de la literatura. Hamlet es, sin duda, una de las obras teatrales más universales de todas las épocas. Y esta tragedia de William Shakespeare tiene como gran tema el duelo, lo que no la exime de tratar otros muchos asuntos.
Donald Trump construye en el Ala Este de la Casa Blanca un gran salón de baile de 8.360 metros cuadrados. Será un espacio para celebrar sus victorias, nuestras derrotas. Tras su fracaso como candidato a Nobel de la Paz, también fracasa su "plan de paz" para Palestina; esta semana han proseguido los bombardeos a los que Israel somete a la población de Gaza. Mientras, el presidente estadounidense presiona para que los Estados occidentales aumenten su gasto en defensa, mermen como consecuencia de ello las coberturas sociales de sus Estados de bienestar y compren así armas yanquis para enriquecer su industria, la industria de matar.
Vivimos en un mundo que se construye al son de tambores de guerra. La muerte forma, cada vez más, parte de la política cotidiana, la necropolítica. Necropolítica bélica, necropolítica genocida, necropolítica en las fronteras, necropolítica en los cada vez más precarios sistemas públicos de salud, necropolítica en la pobreza, necropolítica en las consecuencias devastadoras del cambio climático. Este siglo XXI, que se adentra ya en su segundo cuarto, cada vez recuerda más al trágico siglo XX. Vivimos en un duelo constante como humanidad. Y nos acostumbramos a ello a marchas forzadas.
El joven príncipe ha perdido a su padre, el rey Hamlet, y se enfrenta a la duda eterna: qué hacer, cómo seguir, ser o no ser. El fantasma del padre se aparecerá al hijo repetidamente. La constante presencia del espectro del rey fallecido es símbolo del duelo, del permanente recuerdo de la persona que ha marchado. "Dolor, lástima, aflicción o sentimiento", define la RAE, el duelo. La parca campa a sus anchas por el mundo pero tomamos conciencia de ella cuando nos pilla de cerca, cuando llama a nuestra puerta con la guadaña cargada al hombro. La pérdida de un ser querido es uno de los momentos más trágicos y traumáticos de la vida. La muerte de un padre, una madre, un familiar cercano, una amiga, un hijo... Y después, el duelo.
A Hamlet se le reaparece el fantasma del rey y Shakespeare juega aquí con el simbolismo acerca del duelo. Pero el príncipe, es eso, príncipe, y como tal puede dedicar su tiempo a atender el duelo, sus emociones y necesidades. Sin embargo, no todas las personas gozan de esos privilegios. Ahora mismo, según la legislación vigente en España, el fallecimiento del cónyuge, pareja de hecho o parientes hasta segundo grado de consanguinidad es motivo de tan solo dos días de permiso retribuido, ampliables a cuatro días en el caso de que el familiar hubiera de desplazarse a otra ciudad. Si una persona se encuentra en tratamiento paliativo, no existe permiso para que una persona cercana pueda dedicarse a sus cuidados en los últimos momentos de su vida.
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, proponía hace unos días la ampliación de estos permisos laborales y la creación de otros nuevos en este sentido. Cuando la necropolítica se convierte en protagonista, hay que celebrar las propuestas que tratan de humanizar la vida, la futil estancia en este mundo. Si la política del exabrupto y la amenaza es la tónica general, aquella que busca asegurar espacios de recogimiento, de cariños y cuidados es el camino a seguir. Politizar el duelo. Hacer de eso un derecho, el derecho a disponer de los momentos difíciles para una misma y no entregárselos a la obligación laboral; recuperar espacios de la vida.
Omnia mors aequat (la muerte lo iguala todo). Este tópico literario latino se evidencia hoy como una gran farsa. No hay igualdad con relación a la muerte sin permisos retribuidos para las personas que pierden a un ser querido. La propuesta de Yolanda Díaz es de sentido común y cuesta creer que todavía no esté implementada: diez días hábiles para cónyuges, parejas de hecho o parientes de hasta segundo grado del fallecido; 15 días por cuidados paliativos; un día al acompañante de eutanasia. Una medida para que también quien cuida pueda ser cuidada, quien sufre un duelo pueda atenderlo. Una medida que pone en el centro, también, la salud mental de quien pasa por un trágico momento. Una medida que debería ser ampliada a modelos familiares no convencionales en un momento en el que las relaciones afectivas toman cada vez más formas de representación.
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El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, calificó como una “ocurrencia” la propuesta de la vicepresidenta y bromeó solicitando “un permiso para descansar de los anuncios de Trabajo”. Carlos Cuerpo, ministro de Economía, ha enfriado la idea y apuesta por “ir de la mano de las empresas” en esta materia. A este Gobierno le cuesta demasiado sacar algo adelante. Estos permisos de sentido común podrían insuflar ánimo a esta desgastada legislatura que por momentos parece llegar a la sala de paliativos, y por momentos es reanimada en la UCI.
En el inicio del quinto acto, Hamlet se encuentra en el cementerio con la calavera de Yorick, un antiguo bufón de la corte que había muerto 23 años atrás al que el príncipe conoció en su niñez. El encuentro con el cráneo le hace madurar. Observando en lo que se convirtió aquel gracioso bufón que le sonsacaba las risas de pequeño, un puñado de huesos, toma conciencia de lo que supone el paso del tiempo, la brevedad de la vida humana y la mutación hacia el deterioro de los cuerpos. De alguna manera, en su comprensión de la muerte, asume el duelo y lo afronta. Y así se enfrentará con tranquilidad a su propia muerte.
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"El bufón de la corte y el rey, reducidos a polvo", pronuncia Hamlet en la icónica escena en la que sostiene la calavera con la mano. Con esta sentencia apela a la función democratizadora de la muerte, que iguala a personas de distinta escala social. Para que la realidad tienda a esto, que se aprueben estos permisos cuanto antes, que no se dilaten las negociaciones y las discusiones cuando la primera reacción a la propuesta de Yolanda Díaz es que llama la atención que no esté en vigor ya.
Judit Butler plantea en Marcos de Guerra que llorar la pérdida de una persona no es solo una experiencia íntima, sino política. De este modo, hay vidas que merecen la pena ser lloradas y otras que no. Reconocer estos permisos es, por tanto, otra forma de politizar el duelo y de reconocer que la persona que ha marchado merece también ser llorada. Otra autora contemporánea, la británica Sara Ahmed, habla en La política cultural de las emociones de cómo el duelo sirve también para reconfigurar alianzas entre las personas que lloran un final, y generan comunidad. Pues eso, politizar el duelo. Que algunas muertes no valgan más que otras.
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OTRA COSA: La sonrisa de Félix (Bolaños), de Lucio Martinez Pereda


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