02/03/2017 - Juan Carlos Escudier http://blogs.publico.es/escudier/2017/03/02/la-industria-farmaceutica-puede-ser-perjudicial-para-la-salud/
Tratar
 con oligopolios tiene sus riesgos. El menor de todos ellos es que te 
dejen colgado de la brocha y son habituales los chantajes y las 
extorsiones. Con la industria farmacéutica estamos ahora pintando sin 
escalera. El pasado 9 de febrero el Ministerio de Sanidad tuvo que 
declarar oficialmente el desabastecimiento de la vacuna del tétanos y la
 difteria, cuyo suministro para dosis de recuerdo ha tenido que ser 
suspendido. En relaciones comerciales normales el comprador mandaría al 
proveedor a hacer puñetas y buscaría solución en la competencia. Con los
 medicamentos, no. Se pide a los fabricantes que cumplan -en este caso 
Sanofi y GSK- y si con ello no basta se suplica de rodillas.
Llueve sobre mojado. En noviembre pasado hubo problemas con la vacuna
 de la tos ferina, coincidiendo con la muerte de tres bebés por una 
infección respiratoria provocada por esta bacteria. Antes los había 
habido con la de la meningitis B, que aunque no se suministra dentro del
 calendario oficial sí que está recomendada. El fabricante del antígeno 
también es GSK. El Bexsero, que así se llama la única vacuna autorizada 
por la UE, tiene en algunas farmacias listas de espera de varios meses y
 algunos despachos no han dudado en intentar adquirirlo fuera de los 
cauces habituales, concretamente en Andorra.
Tampoco están resueltos los problemas con la vacuna contra la 
tuberculosis (BCG), cuyo desabastecimiento fue explicado por un fallo de
 producción de un laboratorio danés y creó problemas en más de 50 
estados. En 2015, último año con datos globales, la OMS informó de que 
casi un centenar de países no habían podido contar con al menos una de 
las vacunas consideradas esenciales.
De las extorsiones tampoco faltan ejemplos. En 2014 se decidió 
restringir al ámbito hospitalario el uso de la vacuna contra la 
varicela, el Varivax, y a su fabricante, Sanofi, la noticia no le sentó 
bien. Llevó el caso a la Justicia –aunque finalmente retiró el recurso- y
 paralelamente desencadenó una batalla en la opinión pública con la 
colaboración de tres asociaciones agradecidas: la Asociación Española de
 Pediatría, la de Vacunología y la Sociedad Española de Medicina 
Preventiva.
Se entendía, como en la mayoría de Europa, que salvo para las 
embarazadas y los adultos, la varicela es una enfermedad benigna que los
 niños deben pasar de forma natural y generar anticuerpos para toda su 
vida. Varivax se vende en farmacias y, en contra del criterio de 
Sanidad, la multinacional logró colocar 400.000 dosis, frente a las 
17.000 de Reino Unido, las 58.000 de Francia o las 600 de Holanda. La 
vacuna alcanzó en España el precio más alto de Europa (más de 70 euros),
 gracias a la política de permitir un precio libre a aquellos 
medicamentos que la Sanidad Pública no compra. Reino Unido había 
analizado el producto y ofreció a los laboratorios pagar dos libras por 
dosis.
Otro ejemplo más sangrante es el protagonizado por la farmacéutica 
Aspen, al que la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia 
ha abierto expediente por prácticas abusivas en la comercialización de 
sus tratamientos contra el cáncer. Igual que había hecho en Italia, 
donde reclamaba subidas de precio de hasta un 1.500% bajo amenaza de 
cortar el suministro, Aspen exigió un aumento de precios a la Agencia 
Española de Medicamentos y, paralelamente, dejó de comercializar sus 
medicamentos. La estrategia provocó que se tuvieran que realizar 
importaciones a un coste desorbitado.
La Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad 
Pública lo tiene claro: la industria farmacéutica antepone sus 
escandalosos beneficios a la salud y deja de fabricar medicamentos 
esenciales como las vacunas cuyo coste es bajo porque prefiere centrarse
 en lo que realmente le da dinero: medicamentos para enfermedades 
crónicas, productos estrella de altísimas ventas como lo fue el Viagra, y
 los llamados medicamentos ‘yo también’, similares a los existentes con 
patentes a punto de caducar para aumentar su precio. Todos ellos 
dirigidos a los países desarrollados, que son los que pueden costearlos.
En los últimos tiempos se han sucedido las denuncias de prácticas 
mafiosas por parte de esta industria, cuyo lobby tiene en nómina a 
sociedades científicas, facultativos y agencias internacionales, además 
de abrir sus imperios a políticos familiarizados con las puertas 
giratorias. Estas denuncias han desmontado también el mito de la 
investigación farmacéutica, cuya financiación en el caso de nuevos 
medicamentos suele ser pública en sus fases iniciales hasta que una 
farmacéutica se hace cargo de su desarrollo para comercializarlos a 
precios prohibitivos.
La inmensa mayoría pasa por el aro. Ha ocurrido con el sofosbuvir, 
más conocido como Sovaldi, el medicamento que ha demostrado mayor 
eficacia contra la hepatitis C. India rechazó hace dos años el registro 
de la patente que presentó su fabricante, Gilead, por entender que el 
producto no es sino una simple modificación de un fármaco ya existente. 
El tratamiento, que cuesta en España 25.000 euros por paciente y casi 
tres veces más en Estados Unidos, tiene un coste de producción que no 
llega a los 100 euros.
El monopolio actúa con precisión de reloj suizo. Un botón de muestra 
se proporcionaba recientemente en un documentado trabajo periodístico 
publicado en El Mundo. Sanidad licitó la compra de una vacuna 
contra dos tipos del virus del papiloma humano, fabricada con 
composiciones distintas por dos fabricantes, Merck y GSK. Pues bien, las
 dos ofertaron el precio máximo: 31,02 euros por dosis.
La solución pasaría por el desarrollo de una industria farmacéutica 
pública, que permitiera rentabilizar los fondos que el Estado dedica a 
la investigación y fabricar las vacunas y genéricos que las 
multinacionales desprecian. Algo parecido fue planteado por el PSOE 
antes de llegar al Gobierno en 1982, aunque el asunto fue rápidamente 
olvidado. Hay expertos que apuestan por utilizar la infraestructura del 
Ejército, cuyo Centro Militar de Farmacia ya colaboró en la fabricación 
del oseltamivir contra la gripe aviar hace algunos años.
España, según los propios datos de Farmaindustria, dedica el 1,53% de
 su PIB a gasto farmacéutico. En 2015 se destinaron más de 16,123 
millones de euros, entre recetas y gasto hospitalario. Es demasiado 
dinero para estar a expensas de un conglomerado sediento de beneficios. 
Librarse de ese yugo es una emergencia sanitaria.
 
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